“Ella siente aproximarse el punto sin vuelta atrás; suavemente, siente las lágrimas a punto de salir, se muerde los labios hasta la sangre para no echarse a llorar. Aparcan, entran en la recepción de la clínica”. El diario francés Le Monde publicó el viernes pasado el estremecedor testimonio de Géraldine, una mujer que fue a abortar a una clínica acompañada por el padre de su hijo.
Titulado Una prueba vivida sin ligereza ni arrepentimiento, se trata del desgarrador y contradictorio relato de una mujer que tras vivir el calvario de deshacerse del hijo que lleva en su vientre en medio de una inmensa soledad y sufrimiento, alza la voz para defender el aborto como un derecho de la mujeres.
La crónica explica al detalle la experiencia de la embarazada. Traducimos algunos fragmentos: “No escucha, no quiere oír, tiene ganas de vomitar otra vez, siempre de llorar. Está disgustada, por este recepcionista que no conoce sus códigos, por él que ya no osa mirarla, por el mundo que le ha explicado que lo razonable era…, por ella misma que ha cedido”.
Ella llora. Él ya no la mira, sólo tiene un miedo: que ella se eche atrás, que tenga a este niño que él no quiere, que vendría a aplastar su vida familiar bien establecida. Las puertas del ascensor se abren.
Para elegir: a la derecha, sala de nacimientos; a la izquierda, nursery. Ella se pregunta si es voluntario o inconsciente el enviar a una mujer que viene a someterse a un aborto a la planta de partos. Llora todo el rato.
Llega la comadrona, le da un vaso de agua. Le pide que la acompañe a una oficina. Una mesa, dos sillas, ninguna ventana. Nada. Él se sienta a su lado. Ella no puede dejar de llorar. Se pregunta qué hace ahí. La enfermera le ofrece el formulario que atestigua su consentimiento. Ella firma. Un golpe de tampón con la fecha. El 6 de mayo de 2005, este papel prueba que ella ha querido abortar. Él no tiene nada que firmar.
Sin embargo, es él quien ha decidido sacarlo, a este bebé, no ella, pero bueno, las cosas son así, sólo una firma y un golpe de tampón. Ella llora todo el tiempo. Él no la mira. Ella se sienta. La comadrona le explica el procedimiento a seguir: se va a tomar estas tres pastillas, esto va a desprender el feto del útero. En 48 horas, tendrá que volver para tomar otras tres pastillas, para expulsar el feto. Acaba diciéndole que no llore, venga, se va a tomar estas pastillas y no se hable más, ¿eh?
Ella sabe que él siempre está ahí, en su vientre. Pero siente que está en proceso de partir. Tres días más tarde, ella conoce el camino, las formalidades administrativas ya están completas. El feto está despegado. Sólo queda expulsarlo. La ginecóloga le ha advertido que eso puede ser un poco doloroso.
Escucha a la enfermera explicarle que si quiere orinar debe hacerlo en un recipiente de plástico para que pueda controlar, en caso de que el feto fuera expulsado al mismo tiempo. Ella finge escuchar, ya no escucha nada, no quiere escuchar más. Tiende la mano. La enfermera le da cuatro pastillas. “Las dos primeras, las tragas; las otras dos las introduces en la vagina”. Las rompe en cuatro para que entren más fácilmente.
Los primeros dolores. Solapados, lentos, que suben, que invaden su vientre, su cuerpo, su cabeza. Contracciones. Punzantes, violentas. Durante unas dos horas, va a permanecer plegada, al principio así como se le ha dicho, después acostada porque el dolor es demasiado fuerte, y ya no lo soporta más. Ella espera desde hace dos horas. Llama a la enfermera, le pide calmantes, algo, lo que sea para que no le duela más. Ella le responde que no puede hacer gran cosa. “¿Crees, señorita, que iba a pasar como si nada? Pues no, es lo que es, ¿eh? Vas a abortar, entonces a la fuerza esto hace daño…”.
Ella se levanta, se dobla en dos, es atravesada por una contracción más violenta que las demás, corre al lavabo, no tiene tiempo de coger el recipiente de plástico, siente su cuerpo abrirse, algo caer, mira al fondo del orinal, en medio de la sangre hay una masa pegajosa. Nunca habría creído que sería tan grande. Se pone a gritar. Ya no está embarazada.
Nunca se ha arrepentido de haber abortado. No está “en situación de angustia”, como lo quería la ley Veil. ¿Pero quién osará decir que fue sin embargo un aborto de “confort”?”.
La crudeza del relato y la defensa del aborto por parte de esta madre han impactado a muchos, entre ellos el bloguero católico Coz, quien le ha escrito una carta abierta:
“El viernes pasado publicaste en Le Monde tu testimonio para apoyar el derecho al aborto. Me ha interpelado. Una historia que te coge y no te suelta así como así. Titulado “Una prueba vivida sin ligereza ni arrepentimiento”. No, realmente no se puede sentir ligereza con la lectura de tu testimonio, sino el horror ante lo que has sufrido. Y una tristeza profunda por ti, forzada a vivir este dolor. Por el bebé también, “en el fondo del orinal” de la clínica.
Tienes el mérito de no edulcorar lo que has vivido, de no esconderte detrás de tal o cual perífrasis militante o administrativa. No hablas de “amasijo de células” ni de “fragmentos de embarazo”. Lo que tienes en tu vientre es “un bebé”, “un niño”, al menos en las primeras palabras. No escondes ni el dolor ni la violencia que has sufrido. Ni los lloros ni los gritos. “Nunca había creído que fuera tan grande; se pone a gritar; ya no está embarazada”. Tu testimonio es escalofriante. Y tanto más cuando se sabe que no es aislado (hay más de un testimonio en línea).
Has sido insultada por los que, en una fórmula mordaz, evocan los “abortos cómodos”. Tu y todas las demás mujeres que han sufrido el mismo desgarro".
Titulado Una prueba vivida sin ligereza ni arrepentimiento, se trata del desgarrador y contradictorio relato de una mujer que tras vivir el calvario de deshacerse del hijo que lleva en su vientre en medio de una inmensa soledad y sufrimiento, alza la voz para defender el aborto como un derecho de la mujeres.
La crónica explica al detalle la experiencia de la embarazada. Traducimos algunos fragmentos: “No escucha, no quiere oír, tiene ganas de vomitar otra vez, siempre de llorar. Está disgustada, por este recepcionista que no conoce sus códigos, por él que ya no osa mirarla, por el mundo que le ha explicado que lo razonable era…, por ella misma que ha cedido”.
Ella llora. Él ya no la mira, sólo tiene un miedo: que ella se eche atrás, que tenga a este niño que él no quiere, que vendría a aplastar su vida familiar bien establecida. Las puertas del ascensor se abren.
Para elegir: a la derecha, sala de nacimientos; a la izquierda, nursery. Ella se pregunta si es voluntario o inconsciente el enviar a una mujer que viene a someterse a un aborto a la planta de partos. Llora todo el rato.
Llega la comadrona, le da un vaso de agua. Le pide que la acompañe a una oficina. Una mesa, dos sillas, ninguna ventana. Nada. Él se sienta a su lado. Ella no puede dejar de llorar. Se pregunta qué hace ahí. La enfermera le ofrece el formulario que atestigua su consentimiento. Ella firma. Un golpe de tampón con la fecha. El 6 de mayo de 2005, este papel prueba que ella ha querido abortar. Él no tiene nada que firmar.
Sin embargo, es él quien ha decidido sacarlo, a este bebé, no ella, pero bueno, las cosas son así, sólo una firma y un golpe de tampón. Ella llora todo el tiempo. Él no la mira. Ella se sienta. La comadrona le explica el procedimiento a seguir: se va a tomar estas tres pastillas, esto va a desprender el feto del útero. En 48 horas, tendrá que volver para tomar otras tres pastillas, para expulsar el feto. Acaba diciéndole que no llore, venga, se va a tomar estas pastillas y no se hable más, ¿eh?
Ella sabe que él siempre está ahí, en su vientre. Pero siente que está en proceso de partir. Tres días más tarde, ella conoce el camino, las formalidades administrativas ya están completas. El feto está despegado. Sólo queda expulsarlo. La ginecóloga le ha advertido que eso puede ser un poco doloroso.
Escucha a la enfermera explicarle que si quiere orinar debe hacerlo en un recipiente de plástico para que pueda controlar, en caso de que el feto fuera expulsado al mismo tiempo. Ella finge escuchar, ya no escucha nada, no quiere escuchar más. Tiende la mano. La enfermera le da cuatro pastillas. “Las dos primeras, las tragas; las otras dos las introduces en la vagina”. Las rompe en cuatro para que entren más fácilmente.
Los primeros dolores. Solapados, lentos, que suben, que invaden su vientre, su cuerpo, su cabeza. Contracciones. Punzantes, violentas. Durante unas dos horas, va a permanecer plegada, al principio así como se le ha dicho, después acostada porque el dolor es demasiado fuerte, y ya no lo soporta más. Ella espera desde hace dos horas. Llama a la enfermera, le pide calmantes, algo, lo que sea para que no le duela más. Ella le responde que no puede hacer gran cosa. “¿Crees, señorita, que iba a pasar como si nada? Pues no, es lo que es, ¿eh? Vas a abortar, entonces a la fuerza esto hace daño…”.
Ella se levanta, se dobla en dos, es atravesada por una contracción más violenta que las demás, corre al lavabo, no tiene tiempo de coger el recipiente de plástico, siente su cuerpo abrirse, algo caer, mira al fondo del orinal, en medio de la sangre hay una masa pegajosa. Nunca habría creído que sería tan grande. Se pone a gritar. Ya no está embarazada.
Nunca se ha arrepentido de haber abortado. No está “en situación de angustia”, como lo quería la ley Veil. ¿Pero quién osará decir que fue sin embargo un aborto de “confort”?”.
La crudeza del relato y la defensa del aborto por parte de esta madre han impactado a muchos, entre ellos el bloguero católico Coz, quien le ha escrito una carta abierta:
“El viernes pasado publicaste en Le Monde tu testimonio para apoyar el derecho al aborto. Me ha interpelado. Una historia que te coge y no te suelta así como así. Titulado “Una prueba vivida sin ligereza ni arrepentimiento”. No, realmente no se puede sentir ligereza con la lectura de tu testimonio, sino el horror ante lo que has sufrido. Y una tristeza profunda por ti, forzada a vivir este dolor. Por el bebé también, “en el fondo del orinal” de la clínica.
Tienes el mérito de no edulcorar lo que has vivido, de no esconderte detrás de tal o cual perífrasis militante o administrativa. No hablas de “amasijo de células” ni de “fragmentos de embarazo”. Lo que tienes en tu vientre es “un bebé”, “un niño”, al menos en las primeras palabras. No escondes ni el dolor ni la violencia que has sufrido. Ni los lloros ni los gritos. “Nunca había creído que fuera tan grande; se pone a gritar; ya no está embarazada”. Tu testimonio es escalofriante. Y tanto más cuando se sabe que no es aislado (hay más de un testimonio en línea).
Has sido insultada por los que, en una fórmula mordaz, evocan los “abortos cómodos”. Tu y todas las demás mujeres que han sufrido el mismo desgarro".
"Soy un hombre. Cuando se habla del aborto siempre se encuentra a alguien que nos niega el derecho a hablar a los hombres. Como si precisamente excluyéndolo así, el hombre no tuviera un vínculo directo con la actitud de quien te ha llevado a abortar. Como si hubiera que persuadir realmente a los hombres de que esto no les concierne. Porque en tu historia, precisamente, es cuestión de un hombre. De hombres. De estos hombres que tienen una opinión bien precisa sobre el aborto, en estrecha colaboración con tu útero. De los que consideran que el aborto es “su cuerpo, su elección, su derecho”… su problema.
Como hombre, mi reacción va del disgusto a la compasión por estos hombres que, cobardes, abandonaban antes a la mujer embarazada y hoy, siempre también cobardes y odiosos pero modernos, imponen a las mujeres sufrir el horror que describes.
Tu testimonio arroja la realidad a la cara de todos los que quisieran retratar una realidad aseptizada, un aborto sin dolor y en guantes blancos, un “acto médico como cualquier otro”. Y quizás el hombre del que hablas ni siquiera tenía conciencia, quizás prefería ocultarse vergonzosamente tras el discurso del entorno, quizás lo ha banalizado, quizás incluso le satisface la idea de participar en la lucha de las mujeres. Se encuentran tantas buenas razones, siempre, para ahogar la propia conciencia… Entonces quizás, sí, tu testimonio servirá para abrir los ojos a los hombres que piden someter a eso a las mujeres que dicen amar”.
“Nos irrita esta diferencia entre la gloriosa reivindicación de una conquista femenina, tan proclamada, y la realidad concreta del aborto. ¡Esta diferencia entre “mi cuerpo, mi elección”, “mi cuerpo, mi derecho, mi libertad”, y la realidad de la tensión que has sufrido! ¿Dónde está esta libertad, cuando un hombre practica el chantaje con la ruptura? ¿Dónde está esta libertad cuando el aborto se presenta como la más alta conquista de la mujer?”.
“Sí, es odioso constatar que un hombre ha podido contrariarte así por no “aplastar su vida familiar bien instalada” (···). Sí, es odioso que se ignore tu voluntad de tener ese niño. Sí, es odioso que “el mundo [te] haya explicado que la razón quería que…” y te tuerzas de dolor para sacar a este niño que querías tener.
Entonces no, Géraldine, no creo que haya tantos “caballeros” que te echen el “aborto de confort” a la cara. Veo más llorando contigo lo inmundo de nuestra sociedad y a este bebé que se ha ido. Maldigo este mundo y esta sociedad inhumana que no te ha dado las condiciones para una elección, una elección verdadera, una elección libre. Arrancar un “sí”, obtener un consentimiento, no es permitir a la persona ejercer su libertad, ni respetarla”.
Como hombre, mi reacción va del disgusto a la compasión por estos hombres que, cobardes, abandonaban antes a la mujer embarazada y hoy, siempre también cobardes y odiosos pero modernos, imponen a las mujeres sufrir el horror que describes.
Tu testimonio arroja la realidad a la cara de todos los que quisieran retratar una realidad aseptizada, un aborto sin dolor y en guantes blancos, un “acto médico como cualquier otro”. Y quizás el hombre del que hablas ni siquiera tenía conciencia, quizás prefería ocultarse vergonzosamente tras el discurso del entorno, quizás lo ha banalizado, quizás incluso le satisface la idea de participar en la lucha de las mujeres. Se encuentran tantas buenas razones, siempre, para ahogar la propia conciencia… Entonces quizás, sí, tu testimonio servirá para abrir los ojos a los hombres que piden someter a eso a las mujeres que dicen amar”.
“Nos irrita esta diferencia entre la gloriosa reivindicación de una conquista femenina, tan proclamada, y la realidad concreta del aborto. ¡Esta diferencia entre “mi cuerpo, mi elección”, “mi cuerpo, mi derecho, mi libertad”, y la realidad de la tensión que has sufrido! ¿Dónde está esta libertad, cuando un hombre practica el chantaje con la ruptura? ¿Dónde está esta libertad cuando el aborto se presenta como la más alta conquista de la mujer?”.
“Sí, es odioso constatar que un hombre ha podido contrariarte así por no “aplastar su vida familiar bien instalada” (···). Sí, es odioso que se ignore tu voluntad de tener ese niño. Sí, es odioso que “el mundo [te] haya explicado que la razón quería que…” y te tuerzas de dolor para sacar a este niño que querías tener.
Entonces no, Géraldine, no creo que haya tantos “caballeros” que te echen el “aborto de confort” a la cara. Veo más llorando contigo lo inmundo de nuestra sociedad y a este bebé que se ha ido. Maldigo este mundo y esta sociedad inhumana que no te ha dado las condiciones para una elección, una elección verdadera, una elección libre. Arrancar un “sí”, obtener un consentimiento, no es permitir a la persona ejercer su libertad, ni respetarla”.
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