lunes, 27 de enero de 2014

¿NO SERÍA HORA DE TENER UN PAPA POLACO?

 
¿No sería hora de tener un Papa polaco?
En 1977, con Wojtyla el subversivo
En su nuevo libro (Sale, zucchero e café -Sal, azúcar y café-), el periodista de la RAI italiana Bruno Vespa evoca así, en Avvenire, la entrevista que mantuvo, en 1977, con el entonces arzobispo de Cracovia:

El cardenal Stefan Wyszynski y el entonces
arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla
En 1977 propuse (y conseguí) hacer una serie de reportajes sobre losduros del Este, los líderes de los regímenes comunistas que, a veces, eran más duros que sus líderes de referencia del Kremlin. Era una pura ilusión. Inútil probar con Bulgaria y con Rumanía, cuyos regímenes eran más cerrados que el moscovita. Antes de intentarlo con Checoslovaquia, llamé a Polonia, que parecía el país menos cerrado, aunque sólo fuera porque la mayoría de sus habitantes eran católicos.
La ocasión propicia la tuve con motivo de la visita a Italia de Edward Gierek, primer Secretario del Partido Comunista polaco y, de hecho, la más alta autoridad de Polonia. En estos casos, se acostumbraba a conceder una entrevista a la televisión hermana del país anfitrión y me aproveché de esta oportunidad. Fijada por Roma una entrevista con Gierek, mi intención era principalmente encontrar a los intelectuales disidentes y al cardenal Stefan Wyszynski, mítico e inaccesible Primado de Polonia. El periodista de televisión Pierluigi Varvesi tenía contactos con la comunidad polaca de Roma, y me sugirió que fuera a cenar con un joven cardenal. Me dijo el apellido, pero no lo retuve mucho tiempo. Nos reunimos con este prelado que demostraba, a sus 57 años, ser atlético, fuerte y vivo, y a la vez parecía ser más el titular de una gran parroquia que un filósofo convertido en arzobispo de Cracovia.
De él, me llamaron la atención dos cosas que le hacían parecerse a algunos párrocos de mis montañas: la cara abierta y consumida por el sol, y los enormes zapatos negros, con los que debía haber caminado mucho. Comimos algunos embutidos y estábamos hablando de temas irrelevantes, cuando Varvesi, conocido por sus impredecibles diatribas, soltó: «Ustedes, los sacerdotes, no deben hacerse cargo de la educación de los jóvenes en la escuela. Sólo hacen daño». El joven cardenal exclamó: «Usted dice estas cosas porque vive en Italia, donde tienen la libertad para elegir la educación que desean. Venga a Polonia y descubrirá que, sin la escuela católica, ni siquiera existiría un mínimo de la libertad civil que se nos concede». Cuando el cardenal se había calmado, le pregunté si podía ayudarme a encontrar a Wyszynski.
Él respondió que consideraba mi petición imposible: «Vivimos un momento delicadísimo en las relaciones con el Gobierno. Una palabra fuera de lugar del Primado podría tener consecuencias impredecibles». Y agregó: «Si se contenta y quiere pasarse por Cracovia, puede hacer, sin embargo, dos entrevistas conmigo».
Fui, pero antes me detuve en Varsovia para entrevistar a Adam Michnik y Jacek Huron, los dos disidentes laicos más conocidos del régimen. Los encontré escondidos entre inmensas pilas de libros, vestidos con ropa andrajosa, con el rostro sin una sonrisa y un gran coraje.
Mis entrevistas a los disidentes hicieron enfurecer al régimen. Sin embargo, el episodio que más enfureció a las autoridades comunistas fue mi visita a Cracovia, en noviembre de 1977. Descubrí que el arzobispo -el joven cardenal con zapatos grandes al que yo había conocido en Roma- estaba considerado un subversivo peligroso.
Traté de conocer su mundo. Me llevó a la redacción de su difundidísimo periódico, el Semanario universal/: los redactores me enseñaron los números que salían con parte de las páginas en blanco, porque algunos artículos habían sido eliminados por la censura. Después, fui a Misa; no había visto nunca una iglesia tan llena de gente, a pesar de que era un domingo cualquiera. Aquellas personas estaban allí en la Eucaristía para sentirse vivos, unidos y libres, al menos en el pensamiento y la oración.
Por último, me presenté en la casa del cardenal para la entrevista, política en todos los sentidos. Me quedé muy impresionado por la popularidad y por el carácter de aquel hombre; y, cuando me acompañó a la puerta, abrazándome y citándome para vernos en Roma, le dije: «Eminencia, ¿no sería hora de tener un Papa polaco?» Él, dándome una palmada en la espalda, me replicó que, en 455 años, el Papa había sido siempre italiano. Me dijo: «Quizás es todavía un poco pronto».
Aquel joven cardenal se llamaba Karol Wojtyla.
Bruno Vespa
Traducción: María Pazos

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