La Liturgia de las Horas alimenta el espíritu de piedad y la oración personal (SC 90), la cual no es sólo oración individual extralitúrgica, sino también ese espíritu de comunión con Dios en la alabanza, en la adoración y en la súplica que debe animar en todo instante el corazón de quien celebra la LH. Así pues, ésta no es sólo acción comunitaria, sino actividad de toda la esfera interior de los individuos, estimulada por el encuentro con Dios y penetrada de su Espíritu divino.
La LH, en cuanto oración, fortalece en todas las luchas y dificultades que se encuentran en el áspero camino de la santidad. Hace crecer las virtudes teologales (OGLH 12) con la palabra de Dios y con todos los demás momentos de coloquio con él. Es oración, que purifica, ilumina, enriquece con gracias (OGLH 14).
La LH, entendida en su verdadero significado y en su función genuina, tiene todas las capacidades de abrir a la vida contemplativa y de hacer avanzar en ella (OGLH 28), como lo muestra el ejemplo de grandes místicos y contemplativos.
En fin, no podemos olvidar, al concluir, la aportación preciosa de la LH para el trabajo apostólico, especialmente hoy cuando, dada la abundancia de la mies y el exiguo número de los obreros (Mt 9,37), sería de desear que el ministerio pastoral de esos pocos fuese de más elevada eficacia.
Ahora bien, para el verdadero éxito en este campo no son determinantes tanto el dinamismo humano y las cualidades de las estructuras, por útiles y quizá también en parte necesarias que sean, sino más bien la intervención divina (Jn 15,5; 1 Cor 3,6-7; SC 86; OGLH 18). Y Dios quiere que se le solicite también en este sector con la oración (Mt 7,7- 10). Cristo animó su ministerio mesiánico con la oración (OGLH 4), y los apóstoles siguieron el ejemplo del Maestro (He 6,4). La iglesia lo sabe, y por eso no cesa de recomendar la oración; pero hace una recomendación especial a propósito de la LH (OGLH 18; cf 17; 27; 28), y está persuadida de que puede ser de válida ayuda también para el anuncio de la palabra (OGLH 55; 165).
Sería, pues, un error sentirse legitimados a restringir el espacio y el empeño debidos a la LH, ignorando, al menos en la práctica, la parte importante que le corresponde para el florecimiento y la fructificación de la santidad en el campo de Dios.
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