Lectura del santo evangelio según san Mateo 13, 24-30:
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: 'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero'."»
II. Compartimos la Palabra
Una Alianza sellada por la sangre.
Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo. Esta certeza de tener a Dios de su parte, de pertenecer al pueblo elegido, de sentirse el rebaño pastoreado por Yahvéh, es lo que mueve al Pueblo de Israel a ratificar la Alianza. “Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahvéh”. Y como manifestación de asentimiento, ofrecen holocaustos e inmolan novillos como sacrificios de comunión para Yahvéh.
La convicción de saber que Dios está presente configurando nuestro destino, amparando nuestra trayectoria vital, dando sentido desde el inicio y hasta el final de nuestra vida, supone un compromiso de querer seguir la voluntad de Dios, de obedecer su Palabra, de cumplir su voluntad.
Hoy los sacrificios y ofrendas de aceptación tienen otros contenidos. Hay que buscar en nuestra realidad vital la forma de hacer presente esa cercanía de Dios. Ser parte del Pueblo de Dios, ser elegidos por Dios, significa dar testimonio con nuestra vida, con nuestra conducta obediente al sentir de Dios, con nuestra oración de intimidad y presencia permanente ante Dios, de ese compromiso con la Palabra viva y llena de esperanza que Dios sigue ofreciendo a su Pueblo, y a través nuestro, a toda la sociedad.
Parábola de la cizaña y el trigo, nuestra realidad social.
Cuando los criados se dan cuenta de que en el campo donde ellos habían sembrado trigo de calidad, habían aparecido abundantes brotes de cizaña, se quejan al Señor y le preguntan si quiere que la arranquen. El les contesta: “Dejad que ambas crezcan juntas hasta la siega… luego recoged la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo guardadlo en mi granero”.
Esta es la realidad que todos nosotros vivimos día a día. Estamos saturados de realidades perversas y nefastas. No vemos que el Reino aparezca por ningún lado, antes bien, casi todo lo que percibimos nos transmite sensaciones negativas. La sociedad nos dibuja dos mundos, el de los ganadores y, frente a ellos, todos los perdedores que no alcanzan ese nivel de éxito que la sociedad parece encumbrar.
Es difícil entender el mensaje de Jesús, de amaros los unos a los otros como Yo os he amado, cuando la prioridad de las relaciones interpersonales suele colocarse en la competencia de ser los primeros, de tener todo lo que la sociedad ofrece, aunque no sea ni necesario ni tan siquiera justo.
Cuando el lucro a cualquier precio supone dejar por el camino miles de perjudicados y necesitados. Pero en este escaparate, donde la cizaña y el trigo siguen entremezclándose, es donde el Señor nos dice que hemos de crecer. Donde nuestro sentir cristiano debe desarrollarse y dar testimonio de que lo aparente, lo mundano, las realidades contingentes tienen un sentido mediático que ha de ponerse al servicio y disfrute de todos. Que el Reino de Dios, el Amor de Dios ha de manifestarse en la felicidad y la dignidad de todas las personas. Y que mientras esa dignidad no aparezca, no estará presente el Reino de amor, que Dios ha querido instaurar en nuestro mundo.
D. Oscar Salazar, O.P.
Fraternidad San Martín de Porres (Madrid)
Fraternidad San Martín de Porres (Madrid)
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