Adorna tus hechos con palabras adecuadas, coherentes y sensatas; acompaña tus palabras con acciones pertinentes, consecuentes y oportunas. De lo contrario, estarás proclamando discursos ingeniosos, lanzando eslóganes incisivos o proclamas sugerentes, pero evanescentes, y te instalarás en la incongruencia y la fatuidad, tan generalizada hoy en día, de quienes dicen una cosa pero hacen la contraria.
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