Aún no podemos creer que el mayor accidente de la historia de Galicia sea real. La tragedia nos ha sobrecogido a todos. Mandamos fuerza a los familiares y amigos de los fallecidos, y aliento tanto a los que siguen luchando por sobrevivir como a quienes les queda aún por librar la dura batalla de la rehabilitación. Algunos revivimos aquel día en que la luz también se apagó, el 11 de marzo de 2004 el mundo entero se deshizo y la esperanza se esfumó como nunca antes lo había hecho. Las terroríficas imágenes de hoy, tan parecidas a las que nos dejó el atentado más sangriento de Europa, han removido espantosos recuerdos. Los que por suerte consiguieron superarlo saben muy bien a lo que se enfrentan estas nuevas víctimas, y ojalá tengan la fuerza suficiente para indicarles el camino de la superación, ya que es mucho más terapéutica la ayuda de quien ha vivido algo similar. Una vez más, la movilización ciudadana, los bomberos, los cuerpos y fuerzas de seguridad, los servicios sanitarios, protección civil, voluntarios... han conseguido llenar de humanidad y esperanza una realidad tremendamente trágica y dolorosa. Ahora lo más importante es seguir ayudando y no abandonar a quienes desde hace tres días sobreviven a la despiadada realidad de perder a un ser querido de una forma tan inesperada y violenta. Queremos saber qué ha pasado y poder seguir confiando en la seguridad, sello de garantía en España, del mismo modo en que los hechos nos hacen confiar en otro aún más potente: una solidaridad capaz de unirnos como nada consigue hacerlo.
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