Hay organismos que no metabolizan adecuadamente el alcohol. Con el nuevo proyecto de ley de Seguridad Vial, a muchos españoles les va a costar mil euros tomarse una cañita de cerveza. Mil euros más el precio de la cañita, claro. De todas formas hay que agradecer a los legisladores que no hayan añadido al dolor de la escalofriante multa el de la bofetada al infractor. –¿Cómo voy a pagar mil euros por beber una caña de cerveza si mi sueldo es de novecientos euros mensuales?–; –lo sentimos. Las leyes están para cumplirlas, y si no le gustan, cambie de país–.
Los socialistas estropean la normalidad y los populares la empeoran. Entre la permisividad y la canallada oficial legalizada media largo trecho. Tenemos un ministro de Hacienda que se dedica a arruinar a la clase media siguiendo las órdenes de su jefe, y otros ministros que hacen lo posible para hacer imposible la vida de los ciudadanos. Por supuesto que no defiendo la comprensión al delincuente que pone en peligro la vida de los demás conduciendo temerariamente un coche o una moto por una carretera, ya sea autopista, autovía, carretera de dos direcciones, nacional, comarcal, vecinal o lo que sea. Todos los días se ven adelantamientos y acciones al volante delictivos. En verano, y en las localidades festivas, los controles de la Guardia Civil son absolutamente imprescindibles y necesarios, y la dureza en las sanciones tiene que imperar. Hay mucho gilipollas suelto que aún se cree que se puede conducir con varias o muchas copas de más. Pero una cerveza no le nubla la cabeza, ni los reflejos ni la experiencia a nadie, y una sanción de esa índole no puede aceptarse. Nadie debe pagar por una infracción leve –una cerveza siempre es leve–, más de lo que ingresa mensualmente por su trabajo. Porque vamos a desfigurar hasta tal punto la imagen de nuestros gobernantes que un día cualquiera creeremos que se levantan cada mañana con el único fin de fastidiar a los gobernados con el objetivo de recaudar, que ése es el problema, y no la caña de cerveza. Cinco cervezas son inadmisibles. Una, fresca y bien tirada, es una necesidad, y más aún en los meses de calor. Un whisky, una ginebra, una copa de vino o un chupito digestivo no son armas eficaces para provocar un accidente. Superar esa dosis y tomar el volante sí tiene que ser sancionable. Pero el peso de la sanción no puede impedir la visita a la tienda de comestibles, al supermercado o el pago del recibo de la luz.
Además, resulta contradictorio que se doble la cuantía de las sanciones y se abra la mano en los límites de la velocidad. Un coche de hoy puede circular perfectamente a 150 por una autopista sin que su conductor pueda ser acusado de asesino en potencia. Al que hay que sancionar es al que circula a semejante velocidad por una carretera no preparada para ello. Y al que después de una copiosa cena bien regada se cree perfectamente capacitado para conducir con normalidad. Pero aun así, una multa mínima de mil euros se me antoja un abuso de poder, una chulería recaudatoria y un afán en someter a la ciudadanía al reglamentismo caprichoso de los legisladores. Es cierto. Con tres gin-tonics no se puede conducir, del mismo modo que con tres gin-tonics no se puede legislar. Durante mi ya lejana función de cronista parlamentario he podido apreciar a decenas de diputados que, después de una prolongada estancia en el bar –todavía la «Taberna del Cojo», en el que compartían barra y mesas políticos y cronistas–, acudían a votar una ley en absoluto estado de embriaguez. De acuerdo. Pero que con anterioridad a su entrada en el hemiciclo pasen por un control de alcoholemia de la Guardia Civil. –Lo siento mucho, señoría, pero ha dado positivo. Mil euros, y vuelva usted mañana más sobrio, que estas leyes que están votando son de gran importancia para la sociedad–.
Cada nación europea tiene sus costumbres. Tomarse una caña es una afición muy española. Y conducir con una caña de cerveza forma parte del hábito. Ahí están los legisladores, con sus comisiones, sus mesas de trabajo y sus caprichitos. Algunos nacieron borrachos, aunque no hayan tomado una copa en toda su vida. Y otros, animados por la subvención que goza la ginebra parlamentaria, redactan las leyes con ánimo chisposo, divertido y cachondón. Queden prohibidas las ginebras, las copas de vino y las cañas de cerveza en los bares de diputados y senadores. Si conducir con una caña de cerveza es delito grave que conlleva el robo oficial de mil euros, legislar con un par de gin-tonics es una irresponsabilidad. Hay que dar ejemplo. Y derrochar menos dinero público para no tener que inventarse sanciones intolerables.
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