Cómo todos sabéis soy un enamorado-apasionado de
todo cuanto tenga que ver con la naturaleza, sus paisajes me embeselan, el
sonido de los ríos, riachuelos, las correntías del agua pura que baja por la
sierra me trasladan a otra dimensión, elevan mi espíritu y mi ánimo y veo, como
decía ayer un buen amigo, en todo la Mano de Dios ante Su Obra Creadora y lo
magnifico y sublime de la misma.
Pero hoy no estoy en esos lares espirituales,
ahora no me encuentro en esa elevación sobredimensional que hace que el alma
navegue a sus anchas por nuestras vidas. Hoy, me he tropezado o, más bien,
resbalado ante la más terrenal y curiosa situación mundana, ordinaria y, a su
vez, real.
Hoy quiero escribiros de un tema concreto, que se
produce días alternos y que lo plasmo desde una óptica totalmente jocosa,
surrealista aunque es una realidad como la vida misma.
Mi mujer siempre se queja que a las siete de la
mañana dos días a la semana pase el servicio de limpieza municipal de la ciudad
donde residimos con unos aspiradores que hacen un atronador ruido y que no deja
dormir ni descansar a nadie de los que habitan las vías por donde pasan semejante instrumental
de limpieza puede pegar ojo a partir de esas tempranas horas. Empezamos con el surrealismo.
Yo me encuentro con el pastel que antes he
referido y mi mujer lo sufre.
Cuando llego a la ciudad de donde es uno veo que
el surrealismo, lo irreal, lo curioso y, también, ciertamente chocante puede
suceder.
Mis queridos amigos, soy amante de la naturaleza
en estado puro, en la urbe, donde residen y habitan los urbanitas me he
encontrado con un fenómeno extraordinario: ¡Las correntías de mi ciudad!
Y os preguntaréis: ¿Qué es eso? Pues tiene una
explicación que, creíble o no, es una realidad.
Cuando voy caminando, con cierta prisa que todo
hay que decirlo, mis pies van chapoteando un agua cristalina y como la calle en
cuestión es peatonal y en pendiente surge, como de la nada, una correntía de
agua con su particular sonido que si cierras los ojos, aun a riesgo de
resbalarte y caerte, puedes trasladarte en medio de un valle o a una sierra en
el más natural y agreste de los parajes.
Vas dando cada paso salpicando de agua tus zapatos
y si no tienes cuidado hasta los pantalones cuando de sopetón das con el origen
del “manantial” que no es otro que un camión del servicio de limpieza que está
baldeando la calle a una de las horas de más transito mañanero, sobre las siete
y media y ocho de la mañana, hora donde
los estudiantes se dirigen a su centros escolares y los trabajadores a sus
puestos de trabajo.
Cuando vas acercándote al camión cisterna divisas
que un operario con una manguera “limpia” las baldosas con un enorme chorro de
agua a toda presión. Hay que hacerle un gesto para que te “permita” pasar y
redirecciones dicha manguera hacia el lugar opuesto al que tu estás. Todo esto
con un gesto de cierta inoportunidad que se suele apreciar en su cara.
Una vez traspasas la línea donde está el
“camión-manantial” de agua fresca y cristalina tu corazón vuelve a latir con
tranquilidad pues la aventura de ese día, a primera hora de la mañana, ha
pasado sin susto ni novedad en el frente.
Lo más curioso es encontrarte a un empleado de la
limpieza intentando barrer por donde ha pasado la manguera porque toda los
restos de papeles y demás elementos tirados a la calle por personas no muy
cuidadosa con su entorno, están pegados a las calles haciendo que el proceso se
ralentice y sea más dificultoso.
Por las circunstancias de la crisis existen
ciudades que son declaradas libres de desahucios y también existen otras que son
libres de “escupitajos” pues hace años ya penalizaron, vía ordenanzas fiscales,
a los ciudadanos que escupieran en la calle.
Todas y estas cosas pasan a la vista de nuestras
ácidas y críticas miradas todos los días. Se pierden muchas energías en
“adecentar” de este modo las calles de nuestras ciudades y, en cambio, la
verdadera suciedad, el control para depositar la basura en el horario
establecido, el recoger la misma después de grandes fiestas o celebraciones,
cuando no podemos sufrir una huelga indiscriminada que puede hacer que donde
vivamos, durmamos, trabajemos o seamos oriundos, se convierta en un gran,
asqueroso y pestilente estercolero donde las ratas, los animales, pululan por
todos los sitios y donde los humillados, resignados, maltratados ciudadanos no
tenemos derecho a nada.
Pero, mientras haya correntías en mi ciudad: ¡Qué
se quiten las penas y preocupaciones porque nos han traído la naturaleza al
cemento y hormigón que pueblan nuestras urbes!
Feliz y “limpio” fin de semana.
Jesús Rodríguez Arias
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