Un viernes lluvioso y
desagradable hacía prever un fin de semana en “remojo”. Pude capotear el
temporal de la mejor manera que supe, pero al llegar a Jerez a medio camino
entre la estación y mi casa me llovió fuertemente que hizo que mis pantalones
se convirtieran en trapo mojado. Así llegué a casa, chorreando, aunque nuestra
idea era asistir al segundo día del Tríduo de nuestra Hermandad, no pudo ser
porque a la hora de coger el coche diluviaba.
Tengo que decir que la
madrugada la pasé durmiendo de un tirón, pero Hetepheres por la mañana antes de
abrir la ventana me comentó la fuerza con que llovía esa noche.
Al abrir la ventana del
dormitorio nos recibió un día cálido, con algunas nubes, diametralmente opuesto
a unas horas antes. Se nos cambió la cara porque pudimos comprobar, para
nuestra alegría, que podíamos marcharnos para nuestro querido pueblo.
La liturgia del sábado siempre
es la misma: Nos levantamos, ella llama a su madre para llevarla a Misa
mientras yo me quedo actualizando el blog tomando un buen café muy cargado.
A eso de las diez y cuarto de
la mañana ya estábamos dentro del coche, con las cosas que nos teníamos que
llevar. Cogimos kilómetros hacia delante, en búsqueda de nuestro pequeño
paraíso terrenal.
Por la carretera, en Arcos,
vimos a un perro que intentaba cruzar y Hetepheres ni corta ni perezosa aparcó
a un lado y ayudó al perro para que no fuera atropellado. Le dio tanta lástima
que quiso meterlo dentro del coche para llevarlo a Villaluenga porque allí,
seguro, que alguien lo querría. ¡Qué epopeya! Entró ese perrito descomunal,
lleno de simpatía, y en cuanto vio la ventana se lanzó hacia ella pues quería
salir, mientras tiraba todo lo que se encontraba y ante esa situación opté por
abrir la puerta del coche para que el pobre animal saliese tranquilo. Esta
acción demuestra el gran corazón que tiene mi mujer, que siempre está atento
para que a nadie le pase nada, para que todos sean felices. Dios me ha
bendecido con un ser especial a mi lado y le doy gracias todos los días.
Al pasar por Benaocaz paramos
en la fábrica de embutidos y compramos una morcilla, salchichón y chorizos
caseros. Todo calidad, sabor y muy buen precio. Se puede divisar desde la
carretera y su entrada es fácil y muy recomendable.
Cuando llegamos a Villaluenga
lucía un buen sol aunque los termómetros contemplaban una fuerte bajada de
temperatura. Vimos que todas las calles del pueblo estaban cortadas aún así
pudimos llegar hasta nuestra casa. Desembarco de las cosas que llevábamos y
mientras Hetepheres aparcaba yo me quedaba ordenando las cosas, abriendo las
persianas, limpiando la chimenea. En seguida me cambié de ropa y me puse la de
abrigo para cuando hace mucho frío. Mientras
Hetepheres encendía la chimenea.
Ya empezaba la leña a caer
bajo el fuego que estaba calentado la habitación y la casa. Nosotros, mientras,
nos dispusimos a pasar un tiempo leyendo plácidamente. Corté unas rodajas de
morcilla y salchichón, a modo de aperitivo, que regamos con un coca cola y un
oloroso seco.
A eso de las tres, cuando
mejor se estaba en casa, nos fuimos a almorzar al Casino. Había mucho ambiente.
Allí nos encontramos con Toni a la que saludamos y nos fuimos para el salón de
arriba que estaba tranquilo y apetecible para almorzar en medio de una grata
conversación. Dos buenas sopas de Villaluenga, albóndigas con patatas fritas y
un serranito fueron nuestro almuerzo donde hablamos y nos reímos mucho.
Al terminar Fernando nos invitó a una copa, cosa que agradecí
porque fuera hacía un poco de frío, al
salir le dije a Hetepheres si quería ir a ver a “Carboncito” a la finca de Mateo, cosa que le encantó
porque le gusta mucho esta entrañable chivita, empezamos a caminar la larga y
empinada cuesta. En ella nos encontramos con Pepi, dueña de la panadería, que
venía de hacer su ruta diaria, estuvimos conversando unos minutos y cada uno
siguió su camino; nosotros hacia arriba y ella hacia el pueblo. Hetepheres
cogió carrerilla y yo me tomé la subida con más filosofía, con más parsimonia,
toda vez que estos ratos me sirven para hacer profunda meditación y también
oración.
Al finalizar la cuesta estaba
mi mujer con una gran sonrisa esperándome. Entramos en la finca de Mateo que
estaba encharcada por la lluvia caída hasta esa misma madrugada. Estaban todas
las crías con sus madres mamando. ¡Qué estampa más entrañable! Después, Mateo
nos enseñó una que estaba recién nacida así como otra cabra que estaba a punto
de hacerlo. Rodeados de ese particular “jardín de infancia” disfrutamos
largamente de la conversación de Mateo y su padre que nos iban explicando todo
cuánto hacían, todo el trabajo, inmenso y sacrificado, trabajo que es ser
ganadero. Trabajan de sol a sol, todos los días del año y siempre están con una
sonrisa y una amabilidad arrolladora.
Mi sincera admiración para
Mateo, su padre, Diego y Gabriel Franco así como a su padre porque ellos me han
enseñado a valorar lo que es el trabajo bien hecho, el sacrificio y la
tenacidad.
Después nos dispusimos a bajar
la cuesta que habíamos subido. La tarde iba corriendo y el paisaje era impresionante
con la sierra enfrente y el pueblo mecido, cual recién nacido, entre las
mismas.
Aire puro, algo de frío en la
cara, sonido del silencio roto solamente por los ladridos de los perros, el
maullar tímido de un gatito que se nos acercó amigablemente, el relincho de un
caballo al cual tocamos sus crines. Nada de cansancio sino una sensación de
felicidad, de tranquilidad, de sosiego, de disfrutar cada segundo con lo que
estábamos haciendo.
Cuando llegamos a casa,
permanecía cálida y agradable por efecto de la chimenea, nos sentamos a
descansar y nos pusimos a leer hasta las tantas, leíamos tan ensimismados que
no oíamos ni las campanas de la cercana Iglesia. A las ocho y cuarto me levanté
porque había quedado en ir a ver a Berna que estaba trabajando en el hotel de
Tugasa, allí junto a Mª Jesús Alberto, su directora, estuvimos charlando
amigablemente durante cerca de media hora. Cuando me fui para el Casino como
todos los sábados, me encontré con Juande que iba para el hotel porque tenía
que hablar con Mª Jesús. Lo esperé en la puerta y nos fuimos juntos por la
solitaria y recoleta Calle Real. Cuando llegamos no había nadie y nos subimos a
la primera planta porque estaban retransmitiendo el partido entre el Real
Madrid y el Deportivo de La Coruña. Nos sentamos en una mesa, había buen
ambiente. Enseguida Fernando nos puso una copa de brandy, una cerveza y una
ración de su rica ensaladilla. Nos lo pasamos en grande viendo como el Madrid
remontaba y ganaba el partido. Después empezó el Barcelona y Fernando se sentó
con nosotros, no llegaría ni a media hora de su primera parte cuando opté por
irme a casa pues Hetepheres me esperaba para cenar. Fue una noche de buena
conversación regada con las anécdotas que da el fútbol.
Llegué a casa, estaba
calentita, cené y enseguida nos acostamos porque me vencía el sueño. Dormí de
un tirón hasta las seis de la mañana ya que un dolor de cabeza producida por mi
jaqueca, que gracias a Dios no me da mucho, hizo que me levantara para tomar
dos fuertes calmantes junto a dos pastillas de omeprazol. Cuando los dolores se
iban amortiguando, me volví a acostar y cogí el sueño hasta las nueve y media
de la mañana que me despertó Hetepheres. Una ducha calentita, vestirnos e irnos
a desayunar dos buenas rebanadas de pan de campo con un buen café con leche en
vaso de tubo.
Al terminar me fui para la
Iglesia, quedaban diez minutos para que empezara la Misa, y mientras
Hetepheres fue a “La Covacha” a comprar una cosa que
necesitaba y estuve rezando delante del Sagrario y de la Virgen del Rosario.
Diez minutos de paz dentro de la paz que otorga a mi vida Villaluenga del
Rosario.
La Eucaristía estaba dedicada
al Santo Padre Benedicto XVI, el Párroco ofreció una destacable homilía que
también dedicó al Papa. La concurrencia era la de los habituales en la Misa de
mi querido pueblo.
Al terminar saludar a muchas
buenas vecinas para encaminarnos a dar de comer a los perritos y gatitos que
nos esperan cada fin de semana. Un pequeño
paseo por el pueblo y para casita que nos volvía a recibir cálida y
apetecible. Será por los efectos de la jaqueca que me encontraba cansado y me
tomé una rosquilla que nos regaló Elena esa misma mañana.
Así pasamos las horas que
precedieron a la hora del almuerzo. Disfrutando de nuestra casa, de la
chimenea, del bello paisaje que se puede contemplar desde la ventana así como
de una buena lectura.
Muchas veces pierdo la mirada
en la montaña y el cielo que tengo enfrente y que aparece dibujado en la
ventana como si de un cuadro se tratara. Os puedo asegurar que parece que
podría tocar las nubes de lo cerca que la tenemos. Al estar en la parte más
alta del pueblo, que a su vez, es el más alto de la provincia hace que el cielo
parezca más inmenso y más cercano. Podría pasar horas y horas mirando las nubes que van sucediéndose
unas a otras, la sierra con sus claroscuros y esos arbolitos que se ven muy
pequeñitos desde la distancia y que después son enormes.
Almorzar, descansar la comida,
coger los bártulos e irnos todo es una. Cuando ya íbamos para el coche
Hetepheres fue a ver a “Oxidaíta”, que es el nombre que ella le ha puesto, y
después de dejar las cosas en el coche ya nos dispusimos a coger el camino
que nos traería a Jerez de la Frontera.
Cuando, ya en la carretera,
aunque todavía dentro del término de Villaluenga nos encontramos con un grupo
de senderistas. Una iba visiblemente cojeando. Paramos y le dijimos si le
podíamos ayudar cuya afirmativa contestación nos alegró. Se montó junto a dos
más porque habían dejando el coche en Benaocaz y así no podrían llegar caminando.
Nos contaron que eran de
Utrera y que habían hecho la ruta que va de Benaocaz hasta llegar a la Sierra
del Caíllo y que ya marchaban camino de vuelta al lugar de origen, pero que una
de las chicas se había torcido el tobillo tras un resbalón y que al enfriarse
no podía dar un paso.
Tras dejarla en el cercano
pueblo nos encaminamos hacia Jerez. Mis caminos de vuelta siempre digo que son
un abrir y cerrar de ojos porque el sueño me vence y me quedo dormido en el
cruce de Ubrique y me despierto en Jerez.
Ya va quedando menos para
volver al único sitio donde la felicidad, la tranquilidad, el sosiego, la paz,
el descanso y la buena conversación de toda la buena gente que nos rodea se entrelazan en un mismo sitio:
Villaluenga del Rosario.
Dentro de pocos días, si Dios
así lo quiere, estaremos de nuevo caminando por sus calles, respirando ese aire
puro, disfrutando del frío intenso, del silencio que llena el alma y nos
acompaña siempre.
Buena semana y que Dios
os bendiga a todos.
Jesús Rodríguez Arias
Hetepheres con "Oxidaíta",
Salón Planta Baja Casino Villaluenga
Salón Planta Alta Casino de Villaluenga
Contemplando el cercano cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario