ENVÍO
RAFAEL / SÁNCHEZ SAUS | ACTUALIZADO 28.02.2013 - 01:00
Nada que celebrar
LOS que ejercemos el humilde oficio de historiador tenemos, entre tantos defectos, el de un sentido crítico que nos proporciona algunas, pocas, satisfacciones y muchos sinsabores. De éstos, no es el menor el de no poder entusiasmarnos con las cosas del mismo generoso modo con que lo hacen los políticos, los niños y los poetas. Pero, cuando además se empieza a entrar en la edad en la que uno puede honradamente decir que lo ha visto casi todo, aún es más difícil entregarse a la desmemoria de la épica beata, civil y partidista. Naturalmente, estoy tratando de llegar al tema del día, 28 de febrero, consagrado en nuestra tierra a las pompas con que la casta usufructuaria de la autonomía andaluza trata de modelar nuestros recuerdos de aquellos años de la transición y, al mismo tiempo, exaltar un régimen emanado de algo así como un derecho natural al poder que las urnas vienen a respaldar con la misma segura regularidad con que el sol alumbra cada día a justos e injustos.
La legitimidad del régimen andaluz, a falta de resultados que poner sobre la mesa de una región empobrecida y un pueblo resignado, parece cifrarse cada 28 de febrero en una especie de renovada mitología de los orígenes que disimule el escaso atractivo del presente. El permanente autobombo, victimismo y falseamiento de la realidad de los que la Junta y el socialismo andaluces han hecho verdadera seña de identidad, son recursos primarios e innobles que han ayudado, y mucho, a que Andalucía esté como está, pero hay que reconocer una maligna habilidad y un castizo desparpajo a quienes son capaces de convertir en piedra angular de un régimen de mas de treinta años a un referéndum perdido y, a la postre, amañado. Una consulta que, para más inri, fue la partida de nacimiento de un sistema voraz y corrosivo en el que cada vez más españoles de todas las tendencias ven la causa directa de la descomposición de la nación que hoy es ya patente.
No, nada que celebrar en este 28 de febrero nacido de un gran error excitado por el interés partidista: que para que Andalucía fuera justa y próspera tenía que tener como modelo a los más insolidarios. Y así vendió Andalucía su primogenitura y el papel histórico que le hubiera correspondido de conciencia y voz democrática de la España unida por unas vulgares y carísimas lentejas cuya factura moral nunca dejaremos de pagar.
La legitimidad del régimen andaluz, a falta de resultados que poner sobre la mesa de una región empobrecida y un pueblo resignado, parece cifrarse cada 28 de febrero en una especie de renovada mitología de los orígenes que disimule el escaso atractivo del presente. El permanente autobombo, victimismo y falseamiento de la realidad de los que la Junta y el socialismo andaluces han hecho verdadera seña de identidad, son recursos primarios e innobles que han ayudado, y mucho, a que Andalucía esté como está, pero hay que reconocer una maligna habilidad y un castizo desparpajo a quienes son capaces de convertir en piedra angular de un régimen de mas de treinta años a un referéndum perdido y, a la postre, amañado. Una consulta que, para más inri, fue la partida de nacimiento de un sistema voraz y corrosivo en el que cada vez más españoles de todas las tendencias ven la causa directa de la descomposición de la nación que hoy es ya patente.
No, nada que celebrar en este 28 de febrero nacido de un gran error excitado por el interés partidista: que para que Andalucía fuera justa y próspera tenía que tener como modelo a los más insolidarios. Y así vendió Andalucía su primogenitura y el papel histórico que le hubiera correspondido de conciencia y voz democrática de la España unida por unas vulgares y carísimas lentejas cuya factura moral nunca dejaremos de pagar.
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