La primera impresión que me produjo la señorita Zu Sayn-Wittgenstein en la gran fotografía que adornaba su entrevista en el diario «El Mundo», fue que Cristina Fernández de Kirchner se había teñido de rubio. El bótox tiene esas cosas. Me resultó emocionante la contundente afirmación de la mencionada señorita por la que confirma que lo último que haría sería perjudicar al Rey y a la Familia Real con sus palabras. Me temo que el resultado no es el que pretendía la señorita Zu Sayn-Wittgenstein, porque si no perjudicado, al menos ha contribuido a embarrar más las cosas. Como poco, no puede presumir de discreta. La cercanía o la amistad con los miembros de la Familia Real pertenecen exclusivamente al ámbito de la prudencia, y no puede presumir de prudente y medida quien concede a un periódico una nada cautelosa entrevista, desmedida de espacio y carente de todo interés fundamental. Su repercusión ha sido grande, pero más en los espacios hepáticos que en los políticos, lo cual nos permite intuir que sus mensajes no han sido del todo respetuosos ni oportunos.
Felicito a quien ha entrevistado, pero no puedo hacer lo mismo con la señorita entrevistada. No sé, pero creo que vive sometida a una invencible ambición personal que se sujeta en un extravagante cinismo. El Rey puede –y debe– intentar ayudar a un yerno y pedir ayuda a una persona tan influyente como la señorita en cuestión, pero ella no hace bien pormenorizando sus gestiones y especificando las cantidades barajadas en sus despachos. Cuando esa petición se produjo no había explosionado aún la bomba de Urdangarín, y el silencio discreto de la señorita le habría hecho al Rey y a la Familia Real un bien provechoso. Al menos, en sus soledades, la señorita Zu Sayn-Wittgenstein puede reconocer que la confianza depositada en ella se ha sentido decepcionada, quizá maltratada y con toda seguridad, desconsiderada. Y lo que es peor. Si pretendía con la entrevista caer bien, ha conseguido todo lo contrario. Ha caído mal, por indiscreta, por prepotente, por inoportuna y por cotilla, cuatro suertes negativas en quien se supone habría de comportarse de manera diametralmente opuesta.
A pesar de alguna calamidad sobrevenida sobre su persona, el Rey es en España una figura mucho más respetada que destruida. Se pretende lo segundo, pero no se logra. El «haber» del Rey con España es infinitamente más rico y consistente que su «debe». Y una gran mayoría de los españoles no tolera la deslealtad ni la chismorrería en su entorno, sea el que sea. Lo que el Rey pide se olvida. Lo que el Rey, por un exceso de confianza, demanda, también se olvida. Si el Rey comete un error humano, no puede sentirse amenazado por ese mismo error permanentemente, sin descanso. Y no ayuda al olvido ni a la superación de determinados y serios problemas la concesión de este tipo de entrevistas, en malos momentos y ásperas ciscunstancias.
Afirma la señorita Zu Sayn-Wittgenstein que lleva un año sin venir a España y que espera hacerlo cuando el ambiente esté más calmado. No se preocupe. Con entrevistas inoportunas el ambiente no se va a calmar, porque existe un plan preparado y bien apoyado para malgastar hasta la destrucción la figura del Rey. Y palabras como las suyas ayudan al triunfo del descrédito de quien conserva el crédito sobrado a pesar de los tiempos difíciles.
Su distancia de España no nos preocupa.
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