viernes, 24 de febrero de 2012

EL PERDÓN QUE LIBERA.

Desde el amor y el perdón cristiano, la forma de afrontar esta fase del terrorismo de ETA
El perdón que libera
Doña Gotzone Mora conoce de cerca el sufrimiento y el dolor que ha causado el nacionalismo y el terrorismo de ETA. En este artículo reflexiona sobre la necesidad de la memoria y del perdón para una salida justa a esta amenaza contra la paz

«Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado (Gál 5, 1)»: así comienza la Introducción de la Instrucción pastoral Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias, redactada por la Conferencia Episcopal Española. Este texto indica que, desde Cristo, discernimos y enjuiciamos los caminos de la auténtica paz, a la vez que la violencia e injusticia que la hacen imposible. Los evangelios nos proporcionan luz en este sentido, anunciándonos el camino y nuestra forma de afrontar la vida.
En España, el terrorismo de ETA se convirtió, desde hace décadas, en la más grave amenaza contra la paz, porque atentaba cruelmente contra la vida humana, coartaba la libertad de las personas y cegaba el conocimiento de la verdad de los hechos y de nuestra historia. El profeta Isaías advierte del peligro del oscurecimiento de la conciencia en su capacidad de discernir el bien: ¡Ay de los que al mal llaman bien, y al bien llaman mal; que de la luz hacen tinieblas, y de las tinieblas luz! El mismo Jesucristo avisa: Si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!
Ante un dilema moral, adoptar intencionadamente una actitud ambigua cierra el camino a la determinación de la bondad o de la maldad de una realidad o de una conducta. La Iglesia considera una de sus obligaciones básicas iluminar las conciencias, como maestra y testigo del Evangelio, para poder alcanzar con seguridad y sin error la verdad moral capaz de guiar la vida.
El reto de la memoria
Imagen del Sagrado Corazón de Jesús, en el monte Urgull,
frente a la ciudad de San Sebastián
Analicemos lo que nos ha supuesto el vernos forzados a convivir con el terrorismo de ETA en los últimos cuarenta años. Alrededor de 400.000 personas, temporal o definitivamente, han tenido que salir de su tierra. Cientos de ciudadanos han ido por las calles acompañados de agentes de seguridad para proteger sus vidas. Cerca de 1.000 personas han sido asesinadas. Ahora bien, ninguno de estos casos fueron indiscriminados; fueron seleccionados ex profeso para forzar una política de Estado que supusiera la ruptura de una parte de España, la Comunidad Autónoma Vasca, con el resto del país. Pues bien, en esta situación y conociendo, en la mayoría de las ocasiones, a nuestros agresores, ninguna de estas personas ni de sus entornos más próximos han utilizado ningún tipo de violencia contra sus victimarios. ¿Alguien se ha planteado los porqués?
La respuesta es clara, sobre todo refiriéndome a los católicos. Desde siempre, tuvimos en nuestra mente el perdón, ese perdón que emana de los evangelios; ese perdón que algunos demandan actualmente como si fuese algo nuevo. Es el perdón que, día a día, se ha ido renovando, durante mas de cuarenta años, un perdón que ha sido pensado, extendido, optado y surgido del compromiso cristiano, en el caso de los católicos.
Ahora bien, en estos momentos de posibilismos hacia un final del terrorismo de ETA, es esencial que se contemple, en el relato que debe quedar para la Historia, la figura del testigo, ya que es fundamental para traer al presente el pasado. La injusticia del pasado sólo podría repararse con la recuperación de la memoria de los testigos, aspecto que los sectores del nacionalismo radical vasco están intentando obviar e impedir. 
Como establece Reyes Mate, en su obra Memoria de Auschwitz, «no se trata de recordar para que no se repita; se trata de responder a la injusticia causada. (....) Si resulta que sólo recordamos para que la Historia no se repita, estaríamos como sacando el último jugo a los muertos y sufrientes en beneficio de los vivos. Bajo el señuelo de una reflexión responsable, lo único que se oculta es nuestra propia supervivencia». Hacer justicia es trasladar la voz deltestigo al oyente. Es lo que Primo Levi, en Si esto es un hombre, les decía a sus lectores: «Los jueces sois vosotros».
Todo es y será necesario para librar la batalla hermenéutica de interpretación del pasado. Dar la espalda a lo ocurrido en la Comunidad Autónoma Vasca sería, como recuerda Reyes Mate, «mantener la posibilidad de la repetición del crimen, pues el criminal sabe que, en ese futuro, él siempre tendrá un lugar asegurado. Basta con que deje de matar».
Escribía Elie Wiesel, miembro de la Comunidad Judía, Premio Nobel de la Paz en 1995 y superviviente de los campos de Auschwitz: «Para nosotros, olvidar nunca fue una opción. Recordar es un acto noble y necesario. La llamada de la memoria, la apelación a la memoria, nos alcanza desde el alba de la Historia. Ningún mandato figura tan frecuentemente, tan insistentemente, en la Biblia como zajor (recuerda). Debemos recordar todo lo bueno que hemos recibido y todo el mal que hemos sufrido». Éste es el reto, de cada uno de nosotros, los testigos, y a él debemos responder por justicia.
Gotzone Mora

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