Mi amigo Raúl del Pozo aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid para poner en boca de Valle-Inclán que el Rey Alfonso XIII fue un ladrón. Valle, un genio de nuestra Literatura, no era conocido por su capacidad de reflexionar con serenidad. Odiaba a quienes, en el mundo de las Letras, ganaban más dinero que él. Y no soportó –lo cual comprendo sobradamente–, el Nobel concedido al pelmazo de Echegaray. Valle se dedicó durante unos años a boicotear los estrenos teatrales de don José. Era un gallego que ceceaba, como Franco. Así, que en un estreno de Echegaray, el galán le decía admirado, más o menos de esta guisa, a la protagonista: «Su piel de seda, señora, guarda unos nervios de acero». Y Valle se incorporó de su butaca y gritó con todas sus fuerzas: «¡Ezo no ez una mujer, ezo ez un paraguaz!». Se cargó la función. En el «Café Guría» de San Sebastián, compartían tertulia Pedro Muñoz-Seca y Torcuato Luca de Tena, el Fundador de ABC, entre otros. Valle-Inclán, en la mesa adyacente, murmuraba contra Muñoz-Seca, cuyas liquidaciones en la Sociedad de Autores –no había nacido Teddy Bautista–, eran mucho más atractivas que las de don Ramón. Valle se mesaba la barba mientras soltaba sus calculadas impertinencias, y don Pedro le recomendó más serenidad: «Por mucho que se ordeñe la barba, Valle, no se va a librar de la mala leche que lleva dentro». Y Valle abominaba del Rey Alfonso XIII, al que según parece, definió como un ladrón.
En su libro «Grandes Contemporáneos», Sir Winston Churchill dibuja un retrato literario y político de Alfonso XIII muy diferente del de Valle-Inclán. Conoció y trató al Rey, y me temo que doy más crédito a Churchill que a Valle. Tengo en mi poder una copia del testamento de Alfonso XIII, y no es, se mire como se mire, el testamento de un ladrón ni de un aprovechado. De haber dejado una fortuna a sus herederos, la Casa Real en el exilio no hubiera necesitado para sobrevivir la ayuda de treinta o cuarenta familias españolas, que se redujeron a siete u ocho cuando Franco propinó la patada definitiva a Don Juan, Rey de Derecho pero no de hecho. De haber sido Alfonso XIII un ladrón, como dijo Valle, su hijo Don Jaime no habría muerto en la más absoluta de las ruinas.
Y reducir la actividad de Alfonso XIII al Tiro de Pichón y el Polo, no entra en el ámbito de los juicios justos y ponderados. Precisamente, lo que le perdió al Rey –y así Churchill lo subraya–, fue su desmesurada afición a la Política, en la que no tuvo que haberse inmiscuido apoyando el golpe dictatorial de don Miguel Primo de Rivera.
Alfonso XIII es un personaje controvertido, patriota, simpático, querido, odiado, ensalzado y vituperado. Don Carlos Seco Serrano es autor de una fría, exhaustiva y formidable biografía del Rey. Y efectivamente, tiraba al pichón, jugaba al Polo y fue un cazador y un amante de la naturaleza completo. Gracias a él se establecieron en España los primeros Parques Nacionales en las dos primeras décadas del siglo XX.
He conocido y vivido la modestia de la Familia Real en el exilio. Y esa modestia no corresponde al hijo y heredero de un ladrón. Los juicios políticos acerca del Reinado de Alfonso XIII son libres, y pueden decantarse hacia el elogio o la crítica más adversa. Su época no fue la más apacible, ni en España ni en el mundo. Su Servicio de información y canjes de prisioneros durante la Primera Guerra Mundial, aún se considera modélico. Y todo viene por lo de Urdangarín. Alfonso XIII pudo errar –y de hecho erró–, en muchas ocasiones. Pero no se llevó nada al bolsillo. Lo diga Valle, la carabina de Ambrosio, el coño de la Bernarda o el «sursum corda».
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