Quien quiera Justicia, que aguarde. Quien quiera circo, que compre las localidades y al Price
Me interesa la Justicia, no el circo. En las redes sociales, a los que no saben argumentar y se sostienen apoyados en el insulto y la descalificación, se los conoce por «trolls». Estos individuos llevan dándome la murga desde meses atrás incitándome a escribir del asunto protagonizado por Iñaki Urdangarin. Aparentemente, un caso feísimo. Pero no soy ni juez, ni fiscal ni abogado. Y la que se ha montado en torno al marido de la Infanta Cristina sobrepasa cualquier calificativo. Un circo español, que es mucho más duro, áspero y sangriento que el original romano.
La multitud congregada en los alrededores de los Juzgados de Palma no respondía al simple derecho a la curiosidad. Se trataba de una concentración política perfectamente orquestada contra la Corona que este señor no representa. Ha sido condenado con muchas semanas de antelación a su primera comparecencia ante el juez, y el juez –lo siento, señoría–, no ha colaborado para encontrar el límite de la normalidad. Las cadenas de televisión, públicas, privadas, pujantes y arruinadas, han dedicado centenares de horas con sus colaboradores más turbios y analfabetos a que se dicte la sentencia con anterioridad al juicio. Esa deleznable cadena comprada por Antena-3, y por ello, prima hermana en el accionariado de mi periódico, ha usado y abusado de los resortes más sucios y barriobajeros para juzgar y condenar a quien todavía, mientras nuestro Estado de Derecho no demuestre lo contrario, es presumiblemente inocente. Cuando se demuestre su culpabilidad, si se demuestra, que bufen y barriten. Entretanto, que dejen a los jueces interpretar las leyes y dictar sentencia de acuerdo con su interpretación. Pero el juez, no Wyoming. En la cadena de izquierdas y republicana participada por añejas empresas periodísticas de gran prestigio y perteneciente en su mayoría a la ultraderecha italiana, el tratamiento a Urdangarin ha sido infinitamente más duro y cruel que el concedido a los asesinos y cómplices del asesinato de Marta del Castillo.
Lo que se ha montado para recibir a Urdangarin en los Juzgados de Palma es obra de quienes saben que las urnas se atemorizan con la calle. De quienes desean aprovechar hasta el límite la muy probable nefasta actuación de un yerno del Rey para desprestigiar a la Corona que les ha devuelto la libertad plena. ¿Qué hacen las banderolas efímeras y tricolores en la puerta de los Juzgados? ¿Qué tiene que ver 1931 con una comparecencia judicial en 2012?
No albergo excesivas esperanzas de que el «caso Urdangarin» termine bien. Es un juicio de valor, no un juicio profesional. Los mismos que defienden a ultranza a un ex-juez condenado por prevaricación y por unanimidad de siete magistrados del Tribunal Supremo, claman ahora contra un ciudadano, de especial relevancia por ser yerno del Rey, al que quieren soltar ante los leones en el circo, antes de que hayan comprado los leones. Garzón ha sido condenado. Urdangarin, todavía no. Defender a quien ha delinquido y condenar a quien presumiblemente ha podido hacerlo pero aún no tiene mancha en su expediente, no es propio del sentido común ni de una culta y respetable ciudadanía. Aquí se trata de juzgar a una persona, no de establecer la trifulca dialéctica entre Monarquía y República. Esta Monarquía ha dado a los españoles todas las libertades que la II República les arrebató. Y esa banderola efímera y absurda en los días que vivimos no pinta nada en los aledaños de un Juzgado.
La previsión es negativa y mala. Contra una persona. La Institución vuela mucho más alto. Y es de esperar que la violencia de los que no ganan en las urnas, no derribe a lo que une a millones, la mayoría aplastante, de los españoles. Quien quiera Justicia, que aguarde. Quien quiera circo, que compre las localidades y al Price.
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