No extrañéis, dulces amigos, que esté mi frente arrugada, porque en España no hay paz, según ha explicado el Papa. No indica, sin embargo, cuál puede ser el conflicto. Preguntado a qué se refería ha dicho que él es muy críptico. A efectos prácticos, pues, nos invita a estrujarnos la mente y a pensar cómo y en qué hemos perdido esa paz que hasta evita una visita papal. No la he visto, pero, por lo visto, tampoco en la entrevista que le hizo Évole dio pistas de lo que convierte a España en un lugar intransitable.
Arrugando mucho la frente, se me ocurren varias posibles razones. La ideal (por el testimonio) sería que considerase que no existe paz cuando se matan a tantos inocentes en el vientre materno. Daría una poderosa señal de alarma. Me cuentan que en La Sexta estuvo muy contundente contra el aborto, y lo celebro. Pero no será eso, porque no le ha impedido ir a otros países y porque, de serlo, lo suyo era decirlo alto y claro.
Otra posibilidad es que la falta de paz sea doctrinal. Que dentro de la Iglesia española haya algunas divergencias o diversas sensibilidades. Ojalá, porque la Teología es y tiene que ser una ciencia apasionante. La discusión, siempre que no se pierda la caridad ni la sana doctrina, es señal de vitalidad. La uniformidad en temas opinables resulta siempre sospechosa.
La posibilidad más inquietante es que lo que impide al Papa visitarnos sea algún conflicto político. Imaginemos que la diplomacia vaticana, con su tradicional perspicacia, percibe riesgos ocultos en la situación actual de Cataluña. No sería tranquilizador. ¿O acaso influirán las presiones infructuosas de Carmen Calvo para que Roma obligue al abad del Valle a dejar allanar su basílica? La situación no es muy cómoda. Todavía peor sería que lo que impide la visita sea la confrontación política, que, según avanza la precampaña, crece enteros. O los pocos deseos del Papa Francisco de que su presencia se utilice por unos partidos contra otros, arrimando la mitra a su sardina. Aunque se me ocurren más razones, que ya no me caben, apostaría por la política.
Claro que puedo estar equivocado. Soy una pobre oveja especulativa a la que una orientación menos críptica de su pastor sobre la situación de su patria le vendría de perlas. Un poco he perdido la paz, precisamente. Aunque hay que reconocer al Santo Padre que su puzle nos ha puesto a hacer (y siempre viene bien) examen de conciencia.
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