Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías 31, 31-34
«Mirad que llegan días –oráculo del Señor–
en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá
una alianza nueva.
No como la alianza que hice con sus padres,
cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto:
ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor
–oráculo del Señor–.
Sino que así será la alianza que haré con ellos,
después de aquellos días –oráculo del Señor–
Meteré mi ley en su pecho,
la escribiré en sus corazones;
yo seré su Dios,
y ellos serán mi pueblo.
Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo,
el otro a su hermano, diciendo:
"Reconoce al Señor."
Porque todos me conocerán,
desde el pequeño al grande
–oráculo del Señor–,
cuando perdone sus crímenes
y no recuerde sus pecados.»
Salmo
Sal 109,1.2.3.4 R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
Oráculo del Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos estrado de tus pies. R/.
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos. R/.
Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora. R/.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 14, 12. 16. 22-26
El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
–¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
El envió a dos discípulos, diciéndoles:
–Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?».
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
–Tomad, esto es mi cuerpo.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron.
Y les dijo:
–Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.
Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.
Reflexión del Evangelio de hoy
La primera lectura de Jeremías, dentro todavía del AT, nos habla de “una nueva alianza”, distinta de la primera, que Yahvé va realizar con su pueblo: “Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. En esta alianza los sacerdotes eran los encargados de ofrecer los diversos sacrificios a Dios, principalmente de animales. Estas ofrendas podían ser de alabanza, de expiación por los pecados, de acción de gracias…
Cuando llegó Jesús, nuestro Sumo y Eterno sacerdote, hizo una alianza nueva con toda la humanidad, borró el sacerdocio y todos los sacrificios de la antigua alianza y ofreció al Padre Dios su persona, su vida. Gastó su vida de la manera que el mismo Dios Padre le había indicado. En el fondo, gastar su vida de acuerdo con su propio ser, con su propia naturaleza que es el Amor. Es decir, le ofreció una vida de amor, una vida de servicio a sus hermanos los hombres, indicándoles el camino a seguir. Le ofreció su vida, su muerte y, por eso Dios, le resucitó. En cada eucaristía, renovamos esta única ofrenda, este único sacrifico de Jesús, nuestro Sumo y Eterno sacerdote: “Tomad, este es mi cuerpo… Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos”.
Todos los cristianos, los seguidores de Jesús, participamos de su único sacerdocio. Unos participamos del sacerdocio ministerial y otros del sacerdocio común. Tanto unos como otros debemos imitar a Cristo sacerdote de dos maneras: En primer lugar, participando en la eucaristía, cada uno desde su condición, es decir, presentando al Padre a Cristo víctima, y comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre. Y en segundo lugar, haciendo lo mismo que él hizo, ofrecer al Padre la ofrenda de una vida de entrega, de servicio a los demás. Que también nosotros podamos decir las palabras de Jesús, pero aplicadas a nosotros mismos: Ésta es mi persona que se entrega a mis hermanos por amor, como signo de cumplir la voluntad del Padre, como signo de ser fieles a nuestro ser, que es un ser creado para el amor, para la entrega…
¡Que el Señor, nos ayude a cada uno, a vivir el sacerdocio que él nos ha regalado!
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