El corazón orante de la Iglesia está habitado por multitud de monjas que se entregan al Señor en el silencio del monasterio. Más allá de la falta de vocaciones o de los cierres de conventos, la vida contemplativa también ofrece buenas noticias, como la de la fusión de las clarisas en el monasterio de Cantalapiedra
El camino a Cantalapiedra es toda una metáfora de la vida contemplativa en España. En torno a este pequeño rincón de Salamanca, en el triángulo que forma la ciudad con Ávila y Valladolid, tierra castellana de áridos veranos e inviernos solemnes, se suceden extensos campos de cereal y pueblos que al visitante se le muestran despoblados. Parecería que el monasterio de clarisas de Cantalapiedra comparte el mismo destino, el mismo silencio, pero sin embargo allí convive en torno al Santísimo una nutrida comunidad de 45 monjas, que acaba de acoger a otras cinco hermanas del convento de las úrsulas, en Salamanca capital. Ante el pesimismo con el que se suele mirar el invierno vocacional de la vida contemplativa en España, la acogida de estas monjas es por sí sola una gran noticia. Sus risas, su alegría contagiosa, el brillo de sus ojos, quizá no hablan de ese repunte vocacional tan deseado para esta vida tan especial, pero sí del amor y la acogida que no pueden faltar en toda vida cristiana, también en la contemplativa.
Sor María Visitación, sor María Presentación, sor María Teresa de Jesús, sor Teresita y sor Dulce Nombre de María, algunas de las cuales pasan de los 90 años, llegaron a Cantalapiedra hace unos meses, por sugerencia de monseñor Carlos López, obispo de Salamanca, ya que no podían hacer frente en sus condiciones a las demandas de su vocación en su casa anterior. Aquí se encontraron con 45 hermanas que las recibieron con los brazos abiertos: «Es importante que haya una buena noticia en torno a la vida contemplativa, como la fusión que estamos viviendo, porque se ve que el amor une mucho más que cualquier diferencia. Hay que combatir el pesimismo, están sucediendo cosas muy bonitas», asegura la abadesa, sor María Aleluya.
Lo dice consciente de la situación especialmente difícil que está viviendo la vida contemplativa en España, en la que el cierre de monasterios está alcanzando un ritmo trepidante: si hace cinco años se hablaba de un cierre al mes, hoy la media es de casi dos en el mismo período de tiempo.
La alegría y la paz
Es lo que le ha pasado al monasterio de la Anunciación, el que llaman de las úrsulas, que otorga toda su majestuosidad a la ciudad de Salamanca desde 1449. Han sido más de cinco siglos de presencia contemplativa femenina, que han terminado a principios de este año con la salida de sus últimas siete monjas: dos a Santillana del Mar y las otras cinco a Cantalapiedra.
Dejar la casa en la que han habitado generaciones y generaciones de religiosas «ha sido muy duro», pero «hemos encontrado aquí mucha alegría, y nos han acogido con mucha satisfacción», dice sor María Teresa de Jesús, la abadesa de las úrsulas en su anterior ubicación: allí entró con 16 años y ahora tiene 94. «A mí me ha costado mucho y he pasado noches en las que no dormía pensando en la otra casa, ¿por qué voy a negarlo? Pero ahora estoy muy tranquila», dice. «Hemos recibido mucho amor y mucho cariño, y me siento ahora como si llevara toda la vida aquí».
Sor María Presentación, desde su silla de ruedas, explica que «estoy muy contenta. Me traen y me llevan, me bajan y me suben. Es una preciosidad lo que están haciendo las hermanas por mí. Estoy feliz». Debido a su dependencia y a la configuración de su antigua casa, tenía que pasar todo el día en la celda porque no podía desplazarse por el monasterio; por dificultades similares pasaba sor Teresita, que dependía del oxígeno las 24 horas del día y no podía hacer vida de comunidad completamente. Hoy ya no es así, porque la comunidad de acogida se ha adaptado de tal manera que pueden participar tanto en los trabajos diarios como en la vida de oración, como el resto de las hermanas.
Al preguntarle por el cambio, sor María Visitación se sincera: después de 74 años en su antigua casa, reconoce que «de las cinco hermanas que hemos venido yo lo he llevado peor. Pero ahora he encontrado la alegría del corazón y la paz, que es lo que más le interesa a un alma. Las hermanas han sido muy acogedoras y caritativas con nosotros, y además tenemos el Santísimo expuesto todo el día y si tengo algún rato malo me desahogo allí».
«¿Dónde está el sagrario?»
Dulce Nombre de María se desorientaba mucho al llegar a la casa, pero la abadesa cuenta lo que la ayudó a adaptarse: «El primer día que entró en el coro la oímos decir: “¿Dónde está el sagrario?”, porque aquí lo tenemos dispuesto de otra manera a como lo tenían en Salamanca. Pero una vez lo localizó, ya todo fue sobre ruedas. Eso para las demás ha sido un testimonio muy bonito, porque nos ha hecho ver que la orientación de una monja, lo que nos hace sentirnos verdaderamente en casa, es saber dónde está Jesús. Y si Jesús está en el centro de nuestra vida, todo lo que tenemos alrededor es como estar en casa. A cualquier persona, irse de su casa con 80 o 90 años, puede resultarle un drama, pero estas hermanas han caído aquí como pez en el agua. No ha habido ni una queja. Y eso es pura gracia de Dios».
A eso ha ayudado mucho lo que predicaba la misma santa Clara: «camina segura y gozosa, sin que se te pegue el polvo del camino». Siguiendo a su fundadora, «ellas han venido con lo puesto», asegura sor María Aleluya. «Lo único que tienen es a Jesucristo, que es quien las ha acompañado hasta aquí».
Echando la vista atrás, al convento que han abandonado y a su patrimonio, surge la inquietud, pero las monjas solo esperan «que quede para algo religioso y sirva para hablar de Dios a la gente. Y ya está, no les preocupa más», dice la abadesa. Y como muestra citan las dos únicas posesiones que trajeron las dos primeras hermanas que llegaron a Cantalapiedra: un cuadro de la Virgen y un crucifijo que recibieron el día de su profesión. «Es un desprendimiento absoluto; son pobres, pobres», dice sor María Aleluya, que confirma que esta acogida «es lo que nos está pidiendo Dios ahora mismo. Ahora que el Papa habla tanto de la cultura del descarte, lo que Dios nos pide es entender y acoger el tesoro que nos ofrecen las hermanas mayores. Para nosotras es una alegría tenerlas aquí y recibir toda la sabiduría que traen con ellas».
Hablan las jóvenes
Las monjas más jóvenes ven a las mayores a la sombra de la figura de Abrahán, que siendo ya anciano salió de su casa y de su tierra para ir a una tierra desconocida. Ellas –que constituyen la mitad de la comunidad–, aprovechan para preguntar a las ancianas por su vocación y conocer historias de su vida. Dice una: «Yo solo me estoy beneficiando. Ya disfrutábamos de las hermanas mayores que hay aquí, pero con estas nuevas hermanas me he dado cuenta de que lo más importante es amar a Dios. Cuando el corazón está puesto en el Señor, todo es más fácil».
Las jóvenes también están aprendiendo que «lo que estamos llamadas a ser vemos que se cumple en las mayores», y además ven detalles como el de sor Visitación, que en el coro se sienta junto a la entrada y cada vez que pasa una hermana se levanta para abrirle la puerta. «Tú puedes estar pensando solo en ti misma y de repente ves a estas hermanas que viven para darse a las demás. Son todas ellas una lección de vida», añaden.
«Solo Dios llena el corazón»
Esta lección forma parte de un libro con unas páginas que, aunque parezca que amarillean, siguen más actuales que nunca. «La vida contemplativa no va a desaparecer –explica sor María Aleluya–, porque la Iglesia siempre va a necesitar un corazón. Jesucristo va a seguir atrayendo siempre a los corazones hacia su intimidad. Es algo que va a suceder siempre».
«Sí es verdad que estamos pasando una etapa de purificación en la Iglesia –admite–. Eso es evidente, pero está pasando en todo: muchas veces nos fijamos en el descenso en el número de vocaciones, pero no vemos la falta de matrimonios cristianos, o de hijos que muestran cómo viven la fe esos matrimonios».
«Pero como toda purificación, está haciendo salir lo mejor de lo mejor –continúa–. Cuando veo esta fusión nuestra, doy muchas gracias a Dios. El testimonio que dieron los primeros cristianos fue el “Mirad cómo se aman”, y el testimonio que va a seguir funcionando es el mismo: “Mirad cómo se aman”. Mostrar que somos familia, que nos une Jesucristo, es un milagro muy grande. La vida contemplativa va a seguir dando un testimonio muy fuerte, aunque seamos menos monjas. Y esto va a ser porque va a contrastar cada vez más con la forma de vivir de ahora, de tanto consumismo e ideologías, y de tanto vivir para uno mismo. Nuestra voz, aunque sea muy débil, va a ser muy chocante, porque vivimos todo lo contrario: que Jesucristo basta y que solo Dios llena el corazón».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Por el bien de las monjas y el bien de la Iglesia
«La vida contemplativa no va a desaparecer, pero no va ser como la hemos conocido hasta ahora. La abundancia de monasterios que hemos tenido en España no va a seguir, y un número importante de ellos va a desaparecer», asegura el jesuita Miguel Campo, asesor jurídico de Confer y de varios monasterios de contemplativas.
Los datos hablan por sí solos: España ha sido durante siglos una potencia contemplativa, llegando a albergar casi 1.000 monasterios y la mitad de las monjas y monjes de todo el mundo. «Pero la situación empezó a cambiar hace 25 años, y estos números están descendiendo a un ritmo vertiginoso», continúa Campo. «La crisis vocacional les ha golpeado muy fuerte. Ya pocas personas compran manteles y bordados, o los dulces que suelen hacer. “Ya no viene nadie a vernos”, me dicen algunas monjas mayores. Hay muchísimos monasterios, tanto en ciudades como en el medio rural, con pocas monjas y muchos problemas económicos. Muchos edificios son enormes, pero no dan idea de la situación que se vive dentro: como no tienen dinero para pagar un ascensor o hacer alguna reforma, a veces tienen que habilitar habitaciones donde pueden, y eso hace que haya monasterios enormes en los que viven hacinadas en un pequeño espacio unas pocas monjas mayores. Situaciones como estas no se pueden sostener».
A este panorama ha venido a poner remedio la Santa Sede con su última instrucción, Cor orans, hecha pública la semana pasada. Miguel Campo desgrana el documento para Alfa y Omega y afirma que la intención del Vaticano es «buscar el bien de las monjas y el bien de la Iglesia, porque favorece la intervención en monasterios que ya no tienen estabilidad, potencia las federaciones de monjas, establece medidas en el acompañamiento de los monasterios, en las visitas canónicas, en la formación…, y aborda también el momento del cierre del convento y qué se hace con el edificio».
Así, Cor orans establece unos criterios objetivos para saber cuando cerrar un convento, tales como el número de religiosas, su edad, su capacidad de gobierno y de formación, o la falta de candidatas. El siguiente paso es considerar lo que debe hacerse con el edificio: «normalmente, cuando las monjas abandonan el monasterio, el edificio se vende. Así está sucediendo en la mayoría de los casos. Pero la Iglesia no quiere que esos edificios acaben alojando un restaurante que se llame La capilla, o que el altar acabe como la mesa donde se depositan las botellas de alcohol, o que se monte una discoteca allí. No, la Iglesia no quiere eso», explica Campo.
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