El escándalo de Cambridge Analytica (el robo masivo de datos privados de las redes sociales para ser utilizados para alterar campañas electorales) me ha hecho recordar a Julián Marías. El filósofo se tomó con filosofía la pérdida de privacidad que implicaba la vida moderna (y no vio lo que se nos venía encima). Propuso una solución estoica. No hacer nada que nos avergonzase aunque llegara a saberlo todo el mundo. Eso implica la desarticulación total de las amenazas a nuestra privacidad.
Por supuesto, Marías sabría que la cosa no es tan sencilla y que el pudor, aunque absolutamente libre de la culpa, la vergüenza y el ocultamiento, tiene todavía un papel muy importante, que se merece un respeto. Marías ofrecía una solución filosófica, pero que puede y debe hacerse compatible con otras soluciones prudenciales, tecnológicas y jurídicas. Aquí, como en todo, lo cortés no quita lo valiente.
Lo que Julián Marías dijo para la intimidad vale igual para la inteligencia. La preocupación de que manipulen lo que pensamos con una estrategia maquiavélica de logaritmos y datos personales tendría que estar bloqueada de raíz por nuestro criterio personal y por una cosmovisión resiliente. Contra el logaritmo, lógica; contra las ideas robadas, pensamiento propio; contra las añagazas de la sentimentalidad, sentido; contra los laberintos líquidos, principios sólidos.
Nuevamente, esta postura no es incompatible, ni mucho menos, con la defensa legal y política de los ciudadanos. Pero tanta vulnerabilidad como sufrimos debería llevarnos a asumir que sólo favoreciendo (mediante la educación más exigente y medios de comunicación libres y serios) la multiplicación de ciudadanos formados, libres, inteligentes y con ideas defendibles y defendidas, conseguiremos una democracia de calidad, que resista fake news, manipulaciones, chantajes sentimentales y trampantojos subliminales.
En esta línea, los reaccionarios somos, inesperadamente, factores de progreso, en cuanto nos mostramos tan berroqueñamente invulnerables a los mimetismos que impone la opinión pública, tan dirigible, a lo que se ve, e impermeables a las modas. La lectura de los clásicos crea una barrera de defensa frente a esos contagiosos estertores de la actualidad que no podrá bloquear ningún antivirus informático. Si queremos sostener nuestra democracia, habrá que leer, entre otros, a Chautebriand y sus Memorias de ultratumba.
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