Otro sobrino -distinto a los de la pavera- tiene un ataque de genio. Se tira al suelo y monta una pataleta de dibujos animados. Yo lo elevo de los brazos y, aprovechando el meneo de piernas, lo llevo hasta el coche haciendo la carretilla frenética. Tiene hasta una sirena -sus desgarrados llantos - para advertir a los viandantes. Todos nos reímos bastante, menos el afectado y quizá mi cuñada, madre del niño-carretilla.
La pataleta me recuerda después a los catalanistas cortando calles, quemando contenedores y tirando piedras. Hacen su carretilla frenética, talmente. Supongo que si te pillan en un atasco no te ríes tanto, pero, desde aquí y mientras no ocurra una desgracia, lo veo tan infantil y tan inútil que me acuerdo de mi sobrino dando patadas furiosas que se convertían en zancadas veloces que lo llevaban, derrapando por las curvas, al coche al que no quería ir.
La imagen de unos furibundos dando cabezadas contra su propia policía y viceversa, cuando ya han perdido toda esperanza de independencia real y de reconocimiento internacional no puede irritarme. Querían el estado independiente y han alcanzado el estado de ebullición.
Hace unos días escribí un artículo celebrando el fin (¡por fin!) del procés, y alguien que admiro mucho me advirtió que había que ser más serios, que el independentismo seguía siendo una amenaza. Ya, pero éste no, claramente. Y en esta columna somos muy de celebrar volando las metas volantes. Lo que no quita para que analicemos por qué y qué por los pelos ha acabado bien esta historia, quién tiene el mérito, empezando por el Rey y su discurso, y quien hubiese negociado y tal. Eso sí.
Sin embargo, la carretilla frenética hay que disfrutarla, al menos nosotros que no tenemos la obligación de Soraya y de Rajoy de velar por el orden público. Y valorarla, porque estos jaleos, anda, jaleos, transmiten una imagen regular del independentismo y queman, además de los contenedores, los contenidos y los mensajes tan cuidadosamente lanzados de un pueblo democrático y pacífico a más no poder. Por otra parte, cuando los extremistas dan todo lo que llevan dentro, los compañeros de viaje más moderados empiezan a tentarse las ropas. Quiero decir que el jaleo no me gusta sólo por amor al slapstick, sino por sus causas y sus consecuencias. Mientras escribo esto, por ejemplo, mi sobrino, el de la carretilla, duerme como un bendito, destrozado, como es natural.
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