viernes, 7 de noviembre de 2014

"SHABBAT VERSUS DOMINGO"; POR MARA HERRERA.





Si bien estamos muy acostumbrados por la tecnología y los avances de la ciencia a usar en nuestro vocabulario palabras inglesas, hay otras muchas asentadas en nuestro idioma que usamos a diario y que vienen de mucho más lejos que el latín, el griego y por supuesto el inglés. Y hoy toca hacer la presentación oficial de la palabra SHABBAT: un día de gran importancia en la vida del pueblo sefardí y que como muchos sabemos, empieza con la puesta del sol el viernes y finaliza con la puesta del sol el sábado, algo muy aleatorio en el mundo del siglo XXI, pues debido a la diáspora ese horario varía según la zona del mundo donde se viva.

Cuenta la historia, que hace años, cuando no había la precisión horaria actual en la cual, consultando en internet, sabemos exactamente al segundo cuando se produce el ocaso del sol, alguien pregunto a un rabino que cómo se sabía cuando era en realidad el momento de la puesta de sol para encender las velas del Sabbat y este le contestó, “en el momento en que en el cielo se pueden ver tres estrellas”, nuestro curioso amigo volvió a preguntar “¿y si está nublado?”, pues aquellos que estén en otro sitio y puedan ver esas tres estrellas nos lo comunican. Así de sencillo y sin grandes complicaciones.

En las primeras comunidades cristianas hubo un periodo de transición en la que siendo judíos celebraban el Sabbat, pero siendo a la vez seguidores de Jesús empezaron a distinguirse y con el paso del tiempo se eligió el domingo como día de celebración y descanso.

Actualmente, en un mundo de prisas, tiempo limitado, falta de comunicación pese a todo tipo de dispositivos que nos mantienen cara al mundo, conocer a fondo la celebración de un Sabbat para una persona no-sefardí es como mínimo sorprendente e incluso supone rechazo por lo complicado de la cena;  no entendiendo que cada miembro participante tiene su papel y función perfectamente asignada, considerándolo con la mentalidad occidental de hoy como algo excesivamente tradicional. 

Sin llegar a profundizar ahora mismo en cómo sería esta cena (que todo llegará), puesto que muchos pueden conocerla, siempre habrá algo que desconozcamos y que iremos desgranando en otro momento. Para mí, lo importante en este momento es su significado  evidente: es un día de descanso, de reposo, pero con un fondo mucho más importante que un mero cambio de nuestra actividad diaria, un tiempo para dedicarlo al Creador y admirar y alabar su creación.

La Torá enseña que durante los seis días de la semana, el hombre tiene el desafío de vincularse con la creación y transformar la materia existente en lo que él considere necesario para lograr su sustento económico. Cuando llega el séptimo día se requiere hacer un paréntesis, es decir, cortar en forma total su vinculación con lo material y dedicarse al regocijo espiritual.

Muchos cristianos con el tiempo hemos ido transformando ese día de descanso y alabanza al Creador en un día festivo pero sin contenido religioso-familiar, y no podemos sólo echar la culpa a las distancias que por trabajo nos han alejado y han dado lugar a núcleos familiares reducidos, porque aun siendo una familia de dos miembros por circunstancias de la vida, ese contenido de verdaderamente “santificar” nuestro Domingo lo hemos perdido, frente a la “santificación” del Sábado que hacen muchas familias sefardíes. Por supuesto tampoco es mi idea hacer pensar que todo es perfecto en las Comunidades Sefardíes y que nosotros somos los únicos que nos hemos vuelvo laicos y perezosos en las prácticas comunitarias y familiares. Es más bien una llamada de atención sobre el rechazo que ciertas tradiciones muy arraigadas en nuestra cultura religiosa y familiar se han ido perdiendo en aras de la modernidad; el poco tiempo y un mal entendido descanso, nos ha marcado una línea de disfrutar el descanso solo desde un punto de vista consumista donde si el Domingo  no salimos a tomar una copa con amigos no es Domingo, o si el Domingo no vamos al cine, parece que no hemos hecho nada.

Aunque es cierto que el día no salva, y que para  el  cristiano todos los días son santos, es saludable y correcto trabajar seis días y descansar uno, no importa que día caiga. Sería bueno rescatar de las costumbres hebreas el fondo que encierran estos principios, como la celebración del descanso en la unidad familiar, compartiendo la bendición del Creador, orando los unos por los otros y bendiciendo los alimentos y a nuestros hijos, a los cuales les dedicamos tan poco tiempo en la sociedad moderna.

Como diría un proverbio Ladino “Lo que comiste o no comiste no importa. Lo que importa es que te sentaste a la mesa”. Sirve para ilustrar que la cena y todo lo que se mueve en torno a una mesa es el nexo de unión de un estar y compartir con las personas, disfrutando de las relaciones humanas, bendiciendo y dando gracias al Creador por su generosidad al darnos los frutos de la Tierra.

Al fin y al cabo, lo que tenemos que obedecer es el mandato de trabajar seis días y descansar uno, no importa que día caiga, aunque en muchos países, gracias a las conquistas laborales, hemos podido descansar dos y trabajar cinco. Lo destacado no es el apego a la ley, tradición o costumbre, sino el espíritu de esa ley, tradición o costumbre, que promueve la exaltación de los valores cristianos en la unidad familiar junto al amor y la misericordia . Sería urgente observar un día a la semana para el Creador y la Familia. 

Mara Herrera

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