Si bien estamos muy
acostumbrados por la tecnología y los avances de la ciencia a usar en nuestro
vocabulario palabras inglesas, hay otras muchas asentadas en nuestro idioma que
usamos a diario y que vienen de mucho más lejos que el latín, el griego y por
supuesto el inglés. Y hoy toca hacer la presentación oficial de la palabra
SHABBAT: un día de gran importancia en la vida del pueblo sefardí y que como
muchos sabemos, empieza con la puesta del sol el viernes y finaliza con la
puesta del sol el sábado, algo muy aleatorio en el mundo del siglo XXI, pues
debido a la diáspora ese horario varía según la zona del mundo donde se viva.
Cuenta la historia, que hace
años, cuando no había la precisión horaria actual en la cual, consultando en
internet, sabemos exactamente al segundo cuando se produce el ocaso del sol,
alguien pregunto a un rabino que cómo se sabía cuando era en realidad el
momento de la puesta de sol para encender las velas del Sabbat y este le
contestó, “en el momento en que en el cielo se pueden ver tres estrellas”,
nuestro curioso amigo volvió a preguntar “¿y si está nublado?”, pues aquellos
que estén en otro sitio y puedan ver esas tres estrellas nos lo comunican. Así
de sencillo y sin grandes complicaciones.
En las primeras comunidades
cristianas hubo un periodo de transición en la que siendo judíos celebraban el
Sabbat, pero siendo a la vez seguidores de Jesús empezaron a distinguirse y con
el paso del tiempo se eligió el domingo como día de celebración y descanso.
Actualmente, en un mundo de
prisas, tiempo limitado, falta de comunicación pese a todo tipo de dispositivos
que nos mantienen cara al mundo, conocer a fondo la celebración de un Sabbat
para una persona no-sefardí es como mínimo sorprendente e incluso supone rechazo
por lo complicado de la cena; no
entendiendo que cada miembro participante tiene su papel y función
perfectamente asignada, considerándolo con la mentalidad occidental de hoy como
algo excesivamente tradicional.
Sin llegar a profundizar ahora
mismo en cómo sería esta cena (que todo llegará), puesto que muchos pueden
conocerla, siempre habrá algo que desconozcamos y que iremos desgranando en
otro momento. Para mí, lo importante en este momento es su significado evidente: es un día de descanso, de reposo,
pero con un fondo mucho más importante que un mero cambio de nuestra actividad
diaria, un tiempo para dedicarlo al Creador y admirar y alabar su creación.
La
Torá enseña que durante los seis días de la semana, el hombre tiene el desafío
de vincularse con la creación y transformar la materia existente en lo que él
considere necesario para lograr su sustento económico. Cuando llega el séptimo
día se requiere hacer un paréntesis, es decir, cortar en forma total su
vinculación con lo material y dedicarse al regocijo espiritual.
Muchos cristianos con el tiempo
hemos ido transformando ese día de descanso y alabanza al Creador en un día
festivo pero sin contenido religioso-familiar, y no podemos sólo echar la culpa
a las distancias que por trabajo nos han alejado y han dado lugar a núcleos
familiares reducidos, porque aun siendo una familia de dos miembros por
circunstancias de la vida, ese contenido de verdaderamente “santificar” nuestro
Domingo lo hemos perdido, frente a la “santificación” del Sábado que hacen
muchas familias sefardíes. Por supuesto tampoco es mi idea hacer pensar que
todo es perfecto en las Comunidades Sefardíes y que nosotros somos los únicos
que nos hemos vuelvo laicos y perezosos en las prácticas comunitarias y
familiares. Es más bien una llamada de atención sobre el rechazo que ciertas
tradiciones muy arraigadas en nuestra cultura religiosa y familiar se han ido
perdiendo en aras de la modernidad; el poco tiempo y un mal entendido descanso,
nos ha marcado una línea de disfrutar el descanso solo desde un punto de vista
consumista donde si el Domingo no
salimos a tomar una copa con amigos no es Domingo, o si el Domingo no vamos al
cine, parece que no hemos hecho nada.
Aunque es cierto que el día no
salva, y que para el cristiano todos los días son santos, es
saludable y correcto trabajar seis días y descansar uno, no importa que día
caiga. Sería bueno rescatar de las costumbres hebreas el fondo que encierran
estos principios, como la celebración del descanso en la unidad familiar,
compartiendo la bendición del Creador, orando los unos por los otros y
bendiciendo los alimentos y a nuestros hijos, a los cuales les dedicamos tan
poco tiempo en la sociedad moderna.
Como
diría un proverbio Ladino “Lo que comiste o no comiste no importa. Lo que
importa es que te sentaste a la mesa”. Sirve para ilustrar que la cena y todo
lo que se mueve en torno a una mesa es el nexo de unión de un estar y compartir
con las personas, disfrutando de las relaciones humanas, bendiciendo y dando
gracias al Creador por su generosidad al darnos los frutos de la Tierra.
Al
fin y al cabo, lo que tenemos que obedecer es el mandato de trabajar seis días
y descansar uno, no importa que día caiga, aunque en muchos países, gracias a
las conquistas laborales, hemos podido descansar dos y trabajar cinco. Lo
destacado no es el apego a la ley, tradición o costumbre, sino el espíritu de
esa ley, tradición o costumbre, que promueve la exaltación de los valores cristianos
en la unidad familiar junto al amor y la misericordia . Sería urgente
observar un día a la semana para el Creador y la Familia.
Mara Herrera
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