lunes, 3 de noviembre de 2014

POR LA CALLE DE EN MEDIO; POR JUAN J. LÓPEZ CARTÓN.




Cuando alguien habla de algo, de lo que sea, es imposible que por muy objetivo que sea, por mucho que intente ser imparcial; su halo, su espíritu, su cultura y su “yo”, rezumen en cada palabra la propia vida de la persona.

Por mucho que lo pretendamos, no podemos ser imparciales en nuestra exposición, en nuestra opinión. Nuestra cultura, nuestras creencias, nuestras tendencias políticas y sociales, de una manera u otra, se reflejan en la manera de expresarnos y en el contenido final de lo que exponemos.

Yo no soy menos, y por mis poros transpira una educación clásica, de los años 70/80, católica, una etapa de seminarista; base de mi “Yo”. En esa base, en esa educación, entra el respeto hacia los demás; lo que conlleva además al respeto de los demás hacia nuestra persona, hacia nuestras ideas y hacia lo que con los años nos hemos convertido: en personas.

Soy católico; desde hace más de 43 años lo llevo por bandera y mi pendón luce una cruz que refleja mi realidad y mi fondo. Una bandera, un pendón cual cruzado medieval, que dispone a la batalla sus armas, frágiles, pero mis propias armas a fin de cuentas.

Quien me trata un tiempo, quien me conoce con los años, sabe de qué pie cojeo. Sabe que mis ideas no son de un cristiano-católico al uso; que más que escorarme, camino por el lado izquierdo. Mis ideas no son de de limitarme a la oración; necesaria, por supuesto, sino de ser una chinita en el zapato del que creo que actúa inconsecuentemente con el papel que le ha tocado desempeñar en este mundo. Jesús no se limitaba a orar; daba de comer al hambriento, curaba al enfermo, recriminaba al fariseo y sobre todo, y justo antes de terminar su vida terrenal, sirvió a sus semejantes en un acto de humildad como lavar los pies a sus propios discípulo. JESÚS DE NAZARET ERA UN REBELDE. Vino al mundo a destruir el Templo y volverlo a levantar en tres días.

Pecaría de muchas cosas si me comparase con Jesús de Nazaret, por supuesto, ya que no llego ni a las suelas de sus sandalias llenas de polvo de andar por los caminos. Lo que sí puedo presumir es que, para mí, es mi ejemplo a seguir, mi meta en un mundo que por desgracia se rige por demasiados prejuicios; en los que si eres católico y lo llevas por bandera eres un fascista y si eres de izquierdas eres un “perroflauta” anarquista y que vive el libertinaje al límite.

Si me sacase una foto en un fotomatón para hacerme un “carnet virtual de ADN”, lo que se vería sería a un cristiano (seguidor de Cristo) convencido, rebelde y crítico con lo que creo que se podría hacer de otra manera; sería un “rojo” católico. ¿Es posible eso? Yo creo y afirmo que sí por dos motivos: porque yo soy así y, aunque seguro que habrá gente que se eche las manos a la cabeza por decir esto, porque creo y estoy convencido de que Jesús de Nazaret fue el primer comunista; por cómo vivía, cómo pensaba y cómo actuaba.

Entre los amigos que cuento, de los que hay de todo, uno de ellos, Manolo de la Puente; quien fuese Vicario General de la diócesis de Cádiz-Ceuta, un día en una charla en la que participábamos Mara, mi mujer, él y yo, y en la que conversábamos sobre la Iglesia, la institución, y los tiempo que corren, yo mostraba mi rebeldía natural, mi disconformidad con pasos y decisiones que se toman y le decía a mi buen amigo y en más de una ocasión confesor “Manolo, yo es que no puedo con esto, ver cómo se predica una cosa  desde un presbiterio y esas mismas personas en la vida no reflejan lo que predican es superior a mí, me declaro un “católico protestante”, a lo que Manolo, con su sabiduría y su voz calmada habitual, cosa que me tenía enamorado, me respondía: “Ay Juan, no es malo el pensar diferente y revelarse con lo que se ve injusto, pero no me seas católico protestante, sé mejor un católico protestón”.  Pues eso, me declaro públicamente como un católico protestón. Por cierto, si llegas a leer estas líneas, Manolo, te mando un abrazo muy fuerte de parte de toda esta familia que aunque hace mucho que no nos vemos, sabes que te queremos un montón.

Llevo desde los 11 años viviendo entre sacerdotes: años de seminario y posteriormente, porque considero que mi vocación sigue estando unida inexorablemente a Jesús de Nazaret, trabajando en todas las parroquias a las que he pertenecido. Mis experiencias, en todos estos años, serían un gran collage con sorprendentes momentos y vivencias y también, por supuesto, con grandes nubarrones que no por negativos los descarto y olvido, sino, como ya escribí en mi anterior post, de los malos momentos y de las personas que no piensan igual e incluso nos crean una confrontación, también se aprende y nos ayuda a avanzar en nuestro camino.

Como dije antes, entre mis amigos se cuentan, como en un cajón de sastre, todo tipo de personas, con todo tipo de creencias, ideologías, tendencias sexuales y sociales. Todos me respetan con mis ideas católicas al igual que yo a ellos los acepto tal como son. Esa es la maravilla de la comunicación y de la convivencia, “mi libertad termina donde empieza la de mi prójimo”, y si Dios nos hizo libres, como consecuentes que son Él, y su Hijo, esa libertad se transforma en Amor, con mayúscula, cuando se trata de un ser creado y amado por el Padre.

Podéis pensar: “¿Qué me importa a mi quiénes son tus amigos?”, y la respuesta es clara; sin todos esos amigos, yo no sería yo. Todos ellos han hecho que yo sea hoy día la persona que soy; desde el Hermano Enrique, pasando por el Padre Aurelio o mis amigos Manoli, Eva, Jesús, Antolín y todos los que puedo contar en mi mente, han ido haciendo de mí, construyendo en mí, a la persona tolerante y dialogante, rebelde e inconformista que soy hoy día. Y sé que si Dios quiere, Él mismo pondrá en mi camino a muchas otras personas que convirtiéndose en sus manos de alfarero, sigan modelando mi corazón y mis ideas para aprender a seguir amando a todos por lo que son, no por quién son.

En este contexto, que puede parecer una declaración de intenciones, me dirijo desde este medio a todo el que me quiera leer y escuchar. Sí, digo escuchar porque yo personalmente cuando leo un texto, en mi cabeza, intento ver a la persona, muchas veces sin cara, cómo me trasmite lo que escribe, cómo en sus labios las palabras suenan de otra forma, no solo como simples letras unidas en un texto. Eso me ayuda a intentar comprender, aun en las posibles diferencias, a la persona que meditó esas líneas antes de plasmarlas en un papel... o en la pantalla digital.

Estoy seguro que si me lo permitís, desde este medio me iréis conociendo, porque yo iré compartiendo esas vivencias y experiencias que me han ido, y continúan, transformando en la persona que soy.

Sin más me despido una semana más con un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

Juan López Cartón

            

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