martes, 11 de noviembre de 2014

PARA MEDITAR.


En el tiempo de la poda, pareciera como si el árbol derramara lágrimas; el insensible podador corta las ramas sin compasión, despoja el árbol de sus brazos y desparrama su ramaje sin piedad. 
Por cada una de las heridas el árbol destila la sangre de su queja o de su protesta;  es como si el alma del árbol levantara el grito contra semejante atropello. 
Sin embargo, ello sirvió para que esa alma se contrajera, se replegara durante largos días de invierno y así no fuera alcanzada allá en la interioridad de su savia por frío que mata. 
Luego vino la primavera y los brotes anunciaron que el árbol no sólo no estaba muerto, sino que había recuperado nueva vida, nueva pujanza, nueva fecundidad en flores y frutos. 
En tu vida el dolor desempeña el papel del podador; tú podrás tal vez quejarte con pesimismo; pero si tienes fe, si unes tu dolor al dolor redentor de Cristo, te podrá servir de nueva fuerza en tu vida. 

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