“Porque fuisteis y sois mi escuela, porque de vosotros aprendí la dureza
de ser padre y la dificultad de ejercer de ello”.
Tenemos un
problema Houston, que dirían en el Apolo XIII. ¿Qué está ocurriendo con los
chavales y los jóvenes que parece que se han pegado un “leñazo” con un poste de
la luz y se han quedado entre lelos y “ennortáos” que dirían en Granada (porque
acarajotáos que es más gaditano suena también más feo)?
Es más… ¿Qué
nos está pasando a los padres de hoy día que tantas veces parecemos más
perdidos que un pulpo en un garaje a la hora de educar a nuestros hijos?
Estas son
dos preguntas que me hago todos los días por varios motivos. Me cuestiono
continuamente el sistema educativo en que estamos criando a nuestros hijos y
cómo los padres estamos asumiendo un rol en el que no sabemos ni somos capaces
de entender a nuestros hijos. La reacción inmediata, estoy seguro que, será que
la mayoría de los padres piensen que estoy diciendo tonterías, porque
entendemos, conocemos y sabemos lo que quieren nuestros hijos y por desgracia
en la gran mayoría de los casos, para desgracia nuestra, estamos más que
equivocados.
No me
considero mal padre si lo veo desde el prisma de la opinión ajena. Todo el
mundo que conoce a mis hijos, los trata o simplemente se cruzan con ellos se
deshacen en elogios hacia ellos y por ende hacia Mara y hacia mí por lo
educados, lo agradables, lo simpáticos... (no sigo que se me va a ver el
plumero) que son. Esto no hace sino tranquilizarme que tan mal no lo estaremos
haciendo; yo a donde quiero llegar es a dar una vuelta más a la tuerca.
Una tuerca
que demasiadas veces parece que hay que echarle Tres en Uno en lo que después
se vive en el día a día en casa con la disciplina, los estudios, las reafirmaciones
de su propio yo. Una tuerca que todos en la vida tuvimos que ir apretando con
nuestros padres porque a veces se nos olvida que nosotros también fuimos hijos
y vivimos e hicimos vivir la misma situación a nuestros progenitores a la que
hoy nos someten nuestros vástagos.
Pero
volvamos al gerundio: educando. Muestra una acción continua, no instantánea. Es
más, en este caso yo diría que plural, porque la educación no es algo que solo
pueda hacer una persona ni en un solo ámbito. Nos podemos dar cuenta que es una
acción plural porque en ella intervienen varias figuras: los padres, los
profesores, los amigos…, y varios ámbitos: el hogar, el colegio, la calle y
cualquier ambiente en el que nos movamos.
Muchas veces
aparece, cuando nos referimos a educar, la dejadez de funciones; nos liberamos
de parte de nuestra carga-responsabilidad de esa educación para descargarla
sobre los hombros y sobre las conciencias de otros. El caso más claro que
observo hoy día es el de colegio – hogar. Excusándonos en el ritmo de vida que
llevamos, en el que apenas disfrutamos de nuestros hijos, delegamos a veces
demasiada parte de esa educación en los centros escolares, pretendiendo que
sean los profesores los que “eduquen” a nuestros hijos, cuando la educación
básica debe partir de nosotros mismos, y lo que es peor, y la experiencia me lo
ha hecho ver, cuando estos mismo profesores ejercen de nuestra dejadez,
desautorizamos y condenamos sus decisiones y sus opiniones. Todos nos
equivocamos, pero se nos olvida que lo que no podemos hacer es quitar la
autoridad cuando nos convenga de aquel que en su medida hace más de lo que debe
o de lo que es su cometido.
Otra cosa
que veo, que me chirría, es cuando creemos que para educar mejor nos tenemos
que hacer amigos de nuestros hijos, alumnos o educandos en general. Craso
error. Un padre al igual que un educador o un profesor debe ser ante todo
padre, educador o profesor. Está de moda el hacerse colegas en un intento de
ganarse la confianza o la complicidad de los chavales y me temo que si se es
colega se pierde la autoridad necesaria a la hora de tomar ciertas decisiones
que a partir de ese momento nuestros hijos o alumnos considerarán como una
traición, con lo cual conseguiremos el efecto contrario: el padre-colega se
convertirá en enemigo, simplemente en eso. El problema no es dejar de ser su
colega, su confidente porque perdemos su confianza por ejercer de lo que
tenemos obligación, el problema es que también dejamos de ser padres. Nuestros
hijos dejan de vernos como esa figura a la que hay que respetar; porque a un
enemigo no se le respeta, de la que hay que aprender; porque de un enemigo no
hay lección útil que nos sirva, que hay que querer; porque al enemigo hay que
odiarle.
Los niños de
hoy día no tienen nada que ver con los de hace veinte o treinta años. Nos
encontramos cada vez más con “niños viejos” de ocho, diez o doce años, y es que
en ese afán de superprotección al que sometemos a nuestros hijos hoy día, a
causa de esa burbuja en la que les hacemos que entren para que no les pase
nada, para que nada les dañe, los niños de hoy no saben ser niños. Cuando vas a
una plaza pública es extraño encontrar niños jugando, corriendo, trasteando. La
mayoría de veces los encontramos “enganchados” a la maquinita porque a muchos
se les ha olvidado jugar. La sociabilización de la que disfrutábamos antes al
salir del colegio, o después de hacer “los deberes” ha ido desapareciendo y lo
habitual es que los chavales queden en casa de algún amigo para jugar a la Play
o a la Wii o a algún juego del ordenador (por no hablar de los que hacen eso
mismo cada uno en su casa gracias a la maravillosa tecnología on line).
Los adultos
queremos tener niños adultos, obligándoles a entrar en el “juego” de los
adultos; aunque eso lo desarrollaré en otro post.
Como he
dicho y confesado, cada vez me encuentro más perdido a la hora de hacer de
padre, y lo dice alguien que además de padre desde hace catorce años, soy
educador-monitor que en casi cuarenta y cuatro años lleva trabajando desde los
diecisiete en lo que es mi pasión: los niños y sobre todo los jóvenes.
Recibid un
fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.
Juan J. López Cartón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario