lunes, 24 de noviembre de 2014

EDUCANDO QUE ES GERUNDIO; POR JUAN J. LÓPEZ CARTÓN.






            “Porque fuisteis y sois mi escuela, porque de vosotros aprendí la dureza de ser padre y la dificultad de ejercer de ello”.

            Tenemos un problema Houston, que dirían en el Apolo XIII. ¿Qué está ocurriendo con los chavales y los jóvenes que parece que se han pegado un “leñazo” con un poste de la luz y se han quedado entre lelos y “ennortáos” que dirían en Granada (porque acarajotáos que es más gaditano suena también más feo)?

            Es más… ¿Qué nos está pasando a los padres de hoy día que tantas veces parecemos más perdidos que un pulpo en un garaje a la hora de educar a nuestros hijos?

            Estas son dos preguntas que me hago todos los días por varios motivos. Me cuestiono continuamente el sistema educativo en que estamos criando a nuestros hijos y cómo los padres estamos asumiendo un rol en el que no sabemos ni somos capaces de entender a nuestros hijos. La reacción inmediata, estoy seguro que, será que la mayoría de los padres piensen que estoy diciendo tonterías, porque entendemos, conocemos y sabemos lo que quieren nuestros hijos y por desgracia en la gran mayoría de los casos, para desgracia nuestra, estamos más que equivocados.

            No me considero mal padre si lo veo desde el prisma de la opinión ajena. Todo el mundo que conoce a mis hijos, los trata o simplemente se cruzan con ellos se deshacen en elogios hacia ellos y por ende hacia Mara y hacia mí por lo educados, lo agradables, lo simpáticos... (no sigo que se me va a ver el plumero) que son. Esto no hace sino tranquilizarme que tan mal no lo estaremos haciendo; yo a donde quiero llegar es a dar una vuelta más a la tuerca.

            Una tuerca que demasiadas veces parece que hay que echarle Tres en Uno en lo que después se vive en el día a día en casa con la disciplina, los estudios, las reafirmaciones de su propio yo. Una tuerca que todos en la vida tuvimos que ir apretando con nuestros padres porque a veces se nos olvida que nosotros también fuimos hijos y vivimos e hicimos vivir la misma situación a nuestros progenitores a la que hoy nos someten nuestros vástagos.

            Pero volvamos al gerundio: educando. Muestra una acción continua, no instantánea. Es más, en este caso yo diría que plural, porque la educación no es algo que solo pueda hacer una persona ni en un solo ámbito. Nos podemos dar cuenta que es una acción plural porque en ella intervienen varias figuras: los padres, los profesores, los amigos…, y varios ámbitos: el hogar, el colegio, la calle y cualquier ambiente en el que nos movamos.

            Muchas veces aparece, cuando nos referimos a educar, la dejadez de funciones; nos liberamos de parte de nuestra carga-responsabilidad de esa educación para descargarla sobre los hombros y sobre las conciencias de otros. El caso más claro que observo hoy día es el de colegio – hogar. Excusándonos en el ritmo de vida que llevamos, en el que apenas disfrutamos de nuestros hijos, delegamos a veces demasiada parte de esa educación en los centros escolares, pretendiendo que sean los profesores los que “eduquen” a nuestros hijos, cuando la educación básica debe partir de nosotros mismos, y lo que es peor, y la experiencia me lo ha hecho ver, cuando estos mismo profesores ejercen de nuestra dejadez, desautorizamos y condenamos sus decisiones y sus opiniones. Todos nos equivocamos, pero se nos olvida que lo que no podemos hacer es quitar la autoridad cuando nos convenga de aquel que en su medida hace más de lo que debe o de lo que es su cometido.

            Otra cosa que veo, que me chirría, es cuando creemos que para educar mejor nos tenemos que hacer amigos de nuestros hijos, alumnos o educandos en general. Craso error. Un padre al igual que un educador o un profesor debe ser ante todo padre, educador o profesor. Está de moda el hacerse colegas en un intento de ganarse la confianza o la complicidad de los chavales y me temo que si se es colega se pierde la autoridad necesaria a la hora de tomar ciertas decisiones que a partir de ese momento nuestros hijos o alumnos considerarán como una traición, con lo cual conseguiremos el efecto contrario: el padre-colega se convertirá en enemigo, simplemente en eso. El problema no es dejar de ser su colega, su confidente porque perdemos su confianza por ejercer de lo que tenemos obligación, el problema es que también dejamos de ser padres. Nuestros hijos dejan de vernos como esa figura a la que hay que respetar; porque a un enemigo no se le respeta, de la que hay que aprender; porque de un enemigo no hay lección útil que nos sirva, que hay que querer; porque al enemigo hay que odiarle.

            Los niños de hoy día no tienen nada que ver con los de hace veinte o treinta años. Nos encontramos cada vez más con “niños viejos” de ocho, diez o doce años, y es que en ese afán de superprotección al que sometemos a nuestros hijos hoy día, a causa de esa burbuja en la que les hacemos que entren para que no les pase nada, para que nada les dañe, los niños de hoy no saben ser niños. Cuando vas a una plaza pública es extraño encontrar niños jugando, corriendo, trasteando. La mayoría de veces los encontramos “enganchados” a la maquinita porque a muchos se les ha olvidado jugar. La sociabilización de la que disfrutábamos antes al salir del colegio, o después de hacer “los deberes” ha ido desapareciendo y lo habitual es que los chavales queden en casa de algún amigo para jugar a la Play o a la Wii o a algún juego del ordenador (por no hablar de los que hacen eso mismo cada uno en su casa gracias a la maravillosa tecnología on line).

            Los adultos queremos tener niños adultos, obligándoles a entrar en el “juego” de los adultos; aunque eso lo desarrollaré en otro post.

            Como he dicho y confesado, cada vez me encuentro más perdido a la hora de hacer de padre, y lo dice alguien que además de padre desde hace catorce años, soy educador-monitor que en casi cuarenta y cuatro años lleva trabajando desde los diecisiete en lo que es mi pasión: los niños y sobre todo los jóvenes.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

Juan J. López Cartón.

            

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