El amor hace semejantes a los que se aman; por eso Dios, que amó al hombre, al crearlo, lo creó a su imagen y semejanza; de ahí que el hombre deba esforzarse por mantener en sí la mayor semejanza posible con Dios; es una semejanza que no la recibimos de una vez para siempre, sino que debemos irla forjando día tras día, esfuerzo tras esfuerzo.
Esto te va a llevar a vivir lo divino en lo humano, que al fin es la única forma de vivir lo humano en lo divino, de divinizarse, de hacerse semejante a Dios.
Porque, si has de hacer de tu vida una semejanza de Dios, también has de hacerlo de las circunstancias que existencializan tu vida, ya que tu vida no es tuya, sino por esas circunstancias que te ubican y te diferencian de los demás.
El cristiano es el gran comprometido en el esfuerzo por dar a la vida su verdadero sentido de semejanza con la divinidad: Eso es elevar y dignificar la vida.
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