Javier Ordovás
“No os dejaré huérfanos, yo volveré a vosotros…” (Jn 14,16)
Me parece que ya te conté que cuando, hace unos veinte años, visité en Ginebra uno de los templos calvinistas me gustó la prestancia arquitectónica externa y me apenó, al entrar al interior, la sensación de vacío que producían una hermosa sillería presidida por el sencillo atril del predicador: eso era todo.
Esos templos son como salas de conferencias, más o menos modestas, en las que el centro es el pastor o pastora predicador; no es que se echen en falta las imágenes, cruces y crucifijos sino que no está Cristo físicamente presente en la reserva de la Sagrada Eucaristía del Sagrario.
Los protestantes han ido vaciando los templos porque han ido vaciando de contenido la fe católica: sólo la fe, sólo la Escritura, sólo la gracia; de los sacramentos apenas mantienen tres (Bautismo, Matrimonio y lo que llaman Santa Cena); templos vacíos como consecuencia de la pobreza doctrinal y de sacramentos: muchas de esas denominaciones protestantes no tienen unción de enfermos, no tienen confirmación, ni eucaristía, ni sacramento del Orden sacerdotal, ni la reconciliación de la confesión.
Por eso, los protestantes están muy pendientes de que Cristo vuelva, de que Cristo viene.
Los católicos sabemos que Dios está en todas partes que podemos encontrarle en plena calle y hablar con él, que lo podemos descubrir en todo lo que nos pasa y hacemos cada día pero, necesitamos y buscamos la presencia real de Cristo en nuestras Iglesias, verdaderos Templos de Dios por su presencia en el sagrario por la eucaristía.
Cristo no solamente vino hace 2014 años, sino que se quedó y está siempre presente. No nos ha dejado huérfanos y, por eso, no estamos tan a la espera de que vuelva a venir, ni del final de los tiempos, porque sabemos que nos acompaña con su cercanía y aceptamos de buen grado su juicio amoroso de cada día y el del fin de los tiempos, que será cuando él quiera.
Podemos, a lo largo de nuestra vida, ver nombrar y cesar a muchos párrocos en nuestra parroquia pero, sabemos que no dependemos de su personalidad ni de su liderazgo sino, de Cristo y del Espíritu Santo que están verdaderamente en esos Templos de Dios.
Me parece que ya te conté que cuando, hace unos veinte años, visité en Ginebra uno de los templos calvinistas me gustó la prestancia arquitectónica externa y me apenó, al entrar al interior, la sensación de vacío que producían una hermosa sillería presidida por el sencillo atril del predicador: eso era todo.
Esos templos son como salas de conferencias, más o menos modestas, en las que el centro es el pastor o pastora predicador; no es que se echen en falta las imágenes, cruces y crucifijos sino que no está Cristo físicamente presente en la reserva de la Sagrada Eucaristía del Sagrario.
Los protestantes han ido vaciando los templos porque han ido vaciando de contenido la fe católica: sólo la fe, sólo la Escritura, sólo la gracia; de los sacramentos apenas mantienen tres (Bautismo, Matrimonio y lo que llaman Santa Cena); templos vacíos como consecuencia de la pobreza doctrinal y de sacramentos: muchas de esas denominaciones protestantes no tienen unción de enfermos, no tienen confirmación, ni eucaristía, ni sacramento del Orden sacerdotal, ni la reconciliación de la confesión.
Por eso, los protestantes están muy pendientes de que Cristo vuelva, de que Cristo viene.
Los católicos sabemos que Dios está en todas partes que podemos encontrarle en plena calle y hablar con él, que lo podemos descubrir en todo lo que nos pasa y hacemos cada día pero, necesitamos y buscamos la presencia real de Cristo en nuestras Iglesias, verdaderos Templos de Dios por su presencia en el sagrario por la eucaristía.
Cristo no solamente vino hace 2014 años, sino que se quedó y está siempre presente. No nos ha dejado huérfanos y, por eso, no estamos tan a la espera de que vuelva a venir, ni del final de los tiempos, porque sabemos que nos acompaña con su cercanía y aceptamos de buen grado su juicio amoroso de cada día y el del fin de los tiempos, que será cuando él quiera.
Podemos, a lo largo de nuestra vida, ver nombrar y cesar a muchos párrocos en nuestra parroquia pero, sabemos que no dependemos de su personalidad ni de su liderazgo sino, de Cristo y del Espíritu Santo que están verdaderamente en esos Templos de Dios.
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