Juan Ávila Estrada
El Sermón del Monte, ese bello texto que aparece en los caps. 5-6-7 de Mateo toca además otras leyes mosaicas conocidas perfectamente por los judíos. “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”… que es lo que conocemos como la Ley del Talión (que no buscaba la venganza sino la justicia, reparar el daño hecho); Jesús ahora va a decir algo que parece agresivo a los oídos humanos: “En cambio yo os digo: no os hagáis frente al que os agravia, al contrario, si alguno te abofetea la mejilla derecha, preséntale la otra”. ¿No es esto acaso una enseñanza agresiva a nuestro instinto de conservación, de defensa y de venganza? Sin dudas que sí.
Estamos ante una enseñanza revolucionaria puesto que la Ley del Talión está sustentada sobre la justicia conmutativa: me das para que yo te dé. Recibirás todo aquello que ofrezcas (no podemos olvidar que la justicia es una virtud cardinal defendida por todos los pueblos). Pero con esta perfección de la enseñanza vamos a descubrir que el evangelio no está sustentado sobre la justicia conmutativa sino que la supera ya que su base es la misericordia, el perdón y el amor.
¿Recuerdan cuando en el proceso de condenación un soldado le pega en la cara y él, de modo extraño, no le pone la otra mejilla sino que le pregunta: “si he dicho algo malo, dímelo, sino ¿por qué me pegas? ¿Acaso hay contradicción entre lo que enseña y lo que aplica? ¿Por qué no le presentó la otra mejilla? Con esta enseñanza Jesús lo que busca es que seamos capaces de desarmar al agresor, que no nos vayamos contra él, pero sí contra la agresión. Jesús busca desactivar toda bomba armada en el corazón. El hombre busca por su instinto, la venganza y el desquite y si estos son los principios que rigen nuestro actuar es como si viviéramos permanentemente en un campo de batalla.
Jesús quiere que desactivemos esas ganas permanentes de desquitarnos contra quien nos ha hecho daño.
Estas enseñanzas las va a complementar recordando el mandamiento de “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo” (muy en boga entre los judíos, quienes no se sentían obligados a amar a los que no eran de su raza), a lo cual él va a añadir: “Si tú amas al que te ama, no haces nada extraordinario”, cualquiera es capaz de hacerlo pues el instinto nos obliga a ello. Por instinto no se ama a quien hace daño; es contra esa fuerza poderosa que arremete Jesús y nos lleva a anteponer nuestra voluntad en nuestras decisiones.
Si el mundo nos enseña que la lógica es querer sólo a los buenos, Jesús nos enseña que esa lógica queda rota con su buena nueva pues un discípulo suyo debe caracterizarse por superar su propio instinto, perfeccionarla con la Gracia y decidirse a amar.
Termina diciendo Jesús diciendo: “Sed PERFECTOS como vuestro Padre es PERFECTO”; puede sonar engreído pretender ser perfectos como Dios, pero resulta que ella no es una pretensión puramente humana sino una vocación universal. No se busca la perfección porque lo queramos o para simplemente ser mejores que los demás. La santidad apunta a reproducir la imagen de Dios en la tierra y a tener un corazón semejante al del Creador.
Esa santidad y perfección no es sinónimo de nunca de equivocarse sino aprender amar del modo de Dios, con una capacidad de ser como Él, de hacer salir nuestro sol sobre malos y buenos. Dios hace crecer el sembrado de creyentes y ateos, hace salir su sol y caer la lluvia sobre quienes oran y quienes no, en esto no hace acepción de personas.
La venganza no restaura de este modo el bien ni restablece la justicia, ella sólo ahonda en las heridas y deja la sensación de insatisfacción. Lo único capaz de sanar una herida es el perdón y el amor y a eso es que nos llama. Dios no pide nada imposible pues no pone sobre nuestros hombros cargas que no podamos llevar, lo que sucede es que esto es posible sólo con su gracia, cuando estamos vinculados afectiva y efectivamente con él.
Finalmente, es necesario recordar que el llamamiento es a la perfección y no al perfeccionismo. Este último es la búsqueda que hace el hombre de sí mismo para pretender nunca errar, la perfección busca similitud con Jesús. Perfección es amar bien, con un corazón semejante al de Dios.
Estamos ante una enseñanza revolucionaria puesto que la Ley del Talión está sustentada sobre la justicia conmutativa: me das para que yo te dé. Recibirás todo aquello que ofrezcas (no podemos olvidar que la justicia es una virtud cardinal defendida por todos los pueblos). Pero con esta perfección de la enseñanza vamos a descubrir que el evangelio no está sustentado sobre la justicia conmutativa sino que la supera ya que su base es la misericordia, el perdón y el amor.
¿Recuerdan cuando en el proceso de condenación un soldado le pega en la cara y él, de modo extraño, no le pone la otra mejilla sino que le pregunta: “si he dicho algo malo, dímelo, sino ¿por qué me pegas? ¿Acaso hay contradicción entre lo que enseña y lo que aplica? ¿Por qué no le presentó la otra mejilla? Con esta enseñanza Jesús lo que busca es que seamos capaces de desarmar al agresor, que no nos vayamos contra él, pero sí contra la agresión. Jesús busca desactivar toda bomba armada en el corazón. El hombre busca por su instinto, la venganza y el desquite y si estos son los principios que rigen nuestro actuar es como si viviéramos permanentemente en un campo de batalla.
Jesús quiere que desactivemos esas ganas permanentes de desquitarnos contra quien nos ha hecho daño.
Estas enseñanzas las va a complementar recordando el mandamiento de “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo” (muy en boga entre los judíos, quienes no se sentían obligados a amar a los que no eran de su raza), a lo cual él va a añadir: “Si tú amas al que te ama, no haces nada extraordinario”, cualquiera es capaz de hacerlo pues el instinto nos obliga a ello. Por instinto no se ama a quien hace daño; es contra esa fuerza poderosa que arremete Jesús y nos lleva a anteponer nuestra voluntad en nuestras decisiones.
Si el mundo nos enseña que la lógica es querer sólo a los buenos, Jesús nos enseña que esa lógica queda rota con su buena nueva pues un discípulo suyo debe caracterizarse por superar su propio instinto, perfeccionarla con la Gracia y decidirse a amar.
Termina diciendo Jesús diciendo: “Sed PERFECTOS como vuestro Padre es PERFECTO”; puede sonar engreído pretender ser perfectos como Dios, pero resulta que ella no es una pretensión puramente humana sino una vocación universal. No se busca la perfección porque lo queramos o para simplemente ser mejores que los demás. La santidad apunta a reproducir la imagen de Dios en la tierra y a tener un corazón semejante al del Creador.
Esa santidad y perfección no es sinónimo de nunca de equivocarse sino aprender amar del modo de Dios, con una capacidad de ser como Él, de hacer salir nuestro sol sobre malos y buenos. Dios hace crecer el sembrado de creyentes y ateos, hace salir su sol y caer la lluvia sobre quienes oran y quienes no, en esto no hace acepción de personas.
La venganza no restaura de este modo el bien ni restablece la justicia, ella sólo ahonda en las heridas y deja la sensación de insatisfacción. Lo único capaz de sanar una herida es el perdón y el amor y a eso es que nos llama. Dios no pide nada imposible pues no pone sobre nuestros hombros cargas que no podamos llevar, lo que sucede es que esto es posible sólo con su gracia, cuando estamos vinculados afectiva y efectivamente con él.
Finalmente, es necesario recordar que el llamamiento es a la perfección y no al perfeccionismo. Este último es la búsqueda que hace el hombre de sí mismo para pretender nunca errar, la perfección busca similitud con Jesús. Perfección es amar bien, con un corazón semejante al de Dios.
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