La leyenda continúa
Ayer, durante el café que tomé para tranquilizarme, tuve suerte. Salí del instituto un segundo, con tanta prisa, que parecía que estaba escapándome; pero en el árbol de al lado de mi mesa, cantaba un pájaro.
Y pasó como con aquel monje que arrobado se llevó tres siglos pendiente de los trinos. En mi caso, al volver, no noté nada raro, sino que yo no era el mismo, que es lo más raro.
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