“LA MISERICORDIA”
En un principio, la misericordia aparece ante nuestra consideración como una actitud o cualidad muy loable, pero no es considerada como fundamento; sin embargo, una mirada más atenta llega a descubrir honduras insospechadas. La misericordia transita a lo largo de toda la Escritura, pero pasa un tanto desapercibida; y un buen ejemplo lo constituye el libro de los Salmos. La obertura del salterio es un salmo sapiencial que versa sobre la ética básica del hombre, los dos caminos; y es preciso llegar al salmo ciento treinta y seis para proclamar de forma litánica la misericordia divina, en donde se canta quela misericordia es eterna, y Dios es bueno “porque es eterna su misericordia”; la sabiduría divina lo previó todo e hizo surgir todo “porque es eterna su misericordia”.
Cuando nos venimos al Nuevo Testamento, y subimos al monte en el que se proclaman las “Bienaventuranzas” la misericordia no aparece en primer término, por lo que pudiéramos pensar que la mansedumbre o la pobreza de espíritu, el hambre y sed de justicia, están primero en un supuesto escalafón. Sólo el evangelio de Lucas recoge la llamada parábola del “Hijo pródigo”, en la que Jesús dibuja el rostro del Padre, o dicho de otra forma, nos muestra las entrañas divinas.
A lo largo de siglos se ha mirado con más atención el destino y desvarío del hijo, que la hondura de la misericordia divina, y esto se refleja en el nombre mismo dado a la parábola, que debería titularse como la enseñanza suprema sobre la infinita misericordia divina, o algo similar. Con estos brevísimos apuntes caemos en la cuenta, una vez más, que la Escritura es inagotable a la hora de ofrecer la revelación de “quién es Dios”.
Nuestro Papa, Francisco, sabe transmitir lo que quiere decir con frases o palabras sencillas, claves, y no por ello desprovistas de hondura y trascendencia. Se dirá que todos los papas de las últimas décadas pusieron de relieve las mismas verdades -admitido--, pero no todos lo hacen de la misma forma. El hecho es que a muchas personas dentro y fuera de la Iglesia les ha llegado lo de la “ternura de Dios”, y sienten que una corriente de nueva acogida está circulando por los conductos oficiales.
Sin duda a todo ello ha contribuido el cardenal, teólogo y en su día obispo, Walter Kasper, que entre sus últimas obras está la titulada “La Misericordia”, que regaló al actual papa Francisco, siendo todavía cardenal. La tesis de esta obra es que la misericordia es el principal atributo divino. Es cierto que en la encíclica “Rico en misericordia”, de Juan Pablo II, se hace también esta afirmación, pero sólo una vez y no se enfatiza la importancia de la misma. Después de esta encíclica vinieron otras y de la misericordia divina como atributo principal de Dios poco se supo. Pero no pasa nada, estamos a tiempo y a la Iglesia le queda todavía mucho que recorrer.
Walter Kasper en la obra mencionada, que se puede encontrar en la editorial Sal Terrae, trata cuestiones de la máxima importancia, que a muchas personas dentro de la Iglesia Católica nos deben hacer pensar. En primer lugar, “Walter Kasper, confiesa que el tema de la misericordia divina fue un asunto que se le resistió durante bastante tiempo, y debieron pasar años antes que pudiera presentar un discurso bien estructurado; por tanto podemos decir que estamos ante un escrito de madurez de uno de los mejores teólogos en la actualidad.
Señala que el obstáculo mayor durante siglos para abordar la vertiente de la misericordia divina fue la tesis teológica de san Agustín de la doble predestinación. Al hilo de esta declaración nos detenemos y comentamos alguna cosa. San Agustín ha sido la figura más influyente durante toda la Edad Media, su obra es voluminosa, aunque los escritos más divulgados sean “Las Confesiones” y “La Ciudad de Dios”. Este santo doctor de la Iglesia formuló doctrinas, en los últimos años de su vida, que hipotecaron en no poca medida a la iglesia en los siglos posteriores, y uno de esos planteamientos desafortunados fue este de la “doble predestinación”, que en síntesis afirma lo siguiente:
Los lugares dejados por los ángeles caídos han de ser ocupados por otras personas, como si en el cielo existiese un número cerrado de componentes; y, por otro lado, Dios destinaría o otros a la condenación. Es difícil imaginar como se puede llegar a una conclusión de esta índole, pero está en la misma línea de la afirmación agustiniana que sostenía la condenación de todo niño sin bautizar.
Así mismo, el santo doctor formuló que el placer sexual en el acto conyugal era la vía de trasmisión del pecado original. Las consecuencias de este último aspecto fueron catastróficas en la vida de no pocos matrimonios. Los que tenemos cierta edad recordamos las furibundas homilías que giraban de forma recurrente sobre el sexo y el infierno.
Walter Kasper expone con acierto el equilibrio entre la misericordia divina y la necesidad de las buenas obras, pues como el repite no podemos pensar en una “gracia barata”. El amor de Dios que es infinitamente compasivo con la miseria humana no exime de nuestra corresponsabilidad. La exposición de Kasper sigue el mismo fundamento de la carta a los Romanos, y de la carta a los Gálatas, en las que el apóstol san Pablo afirma de forma rotunda la justificación del hombre por la Fe en Jesucristo. El hombre adquiere el orden justo de sí mismo gracias a la acción gratuita de Dios, y las obras personales se convierten en el sí expreso y objetivo que facilita la recepción de la Gracia divina.
Confluyen distintos factores en los últimos tiempos para acentuar la misericordia de Dios como la cualidad sobresaliente, pero en el fondo no es una novedad; lo que es nuevo es el conjunto de circunstancias que lo favorecen: un mejor conocimiento de la Escritura, una menor rigidez eclesial, la multiplicidad de aportaciones de las ciencias humanas y una atención a determinadas señales carismáticas. De hecho Walter Kasper reconoce a Faustina Kowalska (1905 – 1938) la persona providencial para volver la mirada de la Iglesia hacia la misericordia divina como la esencia misma de Dios.
Al mismo tiempo, Kasper , hace mención de las revelaciones privadas del Señor a santa Margarita María de Alacoque (1647 – 1690), en Paray-le- Monial, que fueron refrendadas con dos encíclicas de Pío XI, “Redentor misericordioso”; y Pío XII, “Haurietis aquas” ( beber de las aguas de la salvación). Pero ha sido Faustina Kowalska la que dio una mayor amplitud a la misericordia divina, contando con el apoyo oficial de Juan Pablo II, que instituyo la fiesta de la Misericordia en el segundo domingo de Pascua.
Muy oportuno este teólogo, obispo y cardenal, al escribir esta obra en un estilo asequible a cualquier persona que desee ahondar en estas verdades que llenan de paz el espíritu del creyente. Debería ser lectura obligatoria para los que se están formando al sacerdocio y un libro de lectura para los predicadores en activo, pues nunca está de más una buena reflexión sobre este asunto que ayude a recomponer los corazones de la gente sencilla. El predicador ha de ser profeta de la misericordia divina para los que le son encomendados.
Pablo Garrido Sánchez
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