sábado, 29 de marzo de 2014

ABRE TU AGENDA A LOS IMPREVISTOS.

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Padre Carlos Padilla
Un amigo mío ciego se acuesta muchas noches y piensa en su interior: «A lo mejor mañana me levanto y puedo ver». Aunque luego por la mañana comprueba que sigue sin ver. Pero el sueño no se apaga en su corazón.

Ojalá nosotros soñemos siempre lo mismo. Queremos despertarnos y verlo todo con claridad, porque no vemos tan bien como quisiéramos. La fe en lo que parece imposible permanece viva cuando cuidamos la llama del corazón.

Comentaba una persona: «Si por un instante Dios me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen». Es el deseo de vivir la vida plenamente, sin sombras, sin oscuridad. Una vida con sentido y llena de luz.

El otro día una persona comentaba lo importante que es vivir aceptando que muchas cosas suceden de repente. Es verdad. Los milagros ocurren cuando no los esperamos. Vamos por un camino, creemos que lo correcto es lo que estamos haciendo, y sucede algo que lo cambia todo.

Una muerte, una enfermedad, un imprevisto. Un accidente, un acontecimiento alegre, una sorpresa inesperada. Una sonrisa, un «te quiero» que lo cambia todo, un abrazo que nos rompe por dentro. Una palabra de cariño, o de desprecio que nos conmociona. Un adiós, un hasta siempre. Un silencio que nos hace comprender. Un viaje, una respuesta no pedida, una pregunta lanzada al aire. Un «hola», un «ahora empiezo», un «todavía no es tarde».

En ocasiones tenemos la agenda tan llena, tan marcada, que hemos suprimido los posibles «de repente» de nuestra vida, por si acaso, para que no nos compliquen la existencia. Los evitamos, los censuramos, los escondemos. No queremos que nada suceda «de repente».

Queremos estar tranquilos, todo controlado. Pero no es posible. Las cosas siguen irrumpiendo en nuestra vida cuando menos lo esperamos.

Si fuéramos más flexibles, esos «de repente» no serían tan molestos. Nos adaptaríamos fácilmente a los cambios y los veríamos como el nuevo camino que nos abre Dios. Si nuestra agenda la llevara Dios tal vez no nos complicarían tanto los cambios.

Para eso tenemos que desarrollar un don especial, esa capacidad para descubrir a Dios en todo, esa ingenuidad de los niños que saben disfrutar de la vida en presente, aquí y ahora. Sin mirar con culpabilidad o añoranza el pasado. Sin esperar con miedo y desconfianza el futuro.

Esos «de repente» pueden cambiar nuestra vida para siempre. 

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