Piña
Estuve todo el día fuera, y me fue bien, muy bien, pero lo mejor me siguió pasando en casa. Carmen, al volver del cole, vio en la bolsa de basura de una casa una piña y decidió llevármela de regalo para la chimenea. Es la primera vez que me trae un regalo. Leonor me lo contó por teléfono y la ilusión con que Carmen me esperaba para enseñarme su/mi piña. Cuando llegué ya se habían dormido todos (¡gracias a Dios!). Esta mañana, por suerte, sí he podido agradecérselo a Carmen como merece. Una flor o un dibujo me habrían gustado, desde luego, pero menos, porque las piñas para la chimenea me apasionan como nada y ella se ha dado cuenta. Cuando la encendamos, la piña al rojo vivo será una flor intocable y luminosa, nimbada por un círculo de fuego, como la rosa de Dante.
Esa anulación del espacio me ha recordado a la que sentí físicamente hace unos años. El jovencísimo sacerdote celebraba una de sus últimas misas en España. Marchaba a Japón. Yo estaba muy impresionado por su viaje. Pero cuando alzó la Hostia consagrada supe que no se iría lejos, que siempre estaría agarrado al centro del universo, a cuatro pasos de mí, que no había distancias.
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