Después de ver y, sobre todo, de oír a Mariano Rajoy, creo que lo creo. Me gustaría preguntarle el motivo de tan retrasada comparecencia. No obstante, estimo que ha parado el golpe. No el golpe personal a su figura y su honradez, sino un nuevo golpe de Estado. Aznar se ha querellado contra «El País». Rajoy haría bien en acompañarlo. Lo curioso es que «El País» sobrevive a su escandalosa situación administrativa gracias a las ingenuas y estúpidas ayudas de los Gobiernos del Partido Popular. Pero me refería al Golpe, ahora con mayúscula. La izquierda en España no tolera que los ciudadanos depositen su confianza en la derecha. Cayo Lara anunciaba anteayer un posible «estallido popular». Rubalcaba ya conoce los beneficios de un cruento Golpe de Estado. Esos renglones en papel amarillo pueden ser fácilmente manipulables. Los señalados y ofendidos tienen el deber de emprender el camino de la Justicia. Si algún señalado se considera culpable, no puede tener en el inmediato horizonte otra salida que la dimisión y el sometimiento a sus públicas responsabilidades. En España, un Registrador de la Propiedad gana al año seis veces más que lo que percibe un Presidente del Gobierno. Rajoy viviría en la delicia, allá en su tierra. Puedo creer todavía en la vocación política. Ningún dirigente del PSOE –y menos de Izquierda Unida– estaría en condiciones de vivir profesionalmente mejor que en su actual situación. Y ese dato es relevante. Rajoy ha lamentado la actitud de Rubalcaba. Es decir, que todavía no ha terminado de conocerlo. En Andalucía, con la trama de los ERE falsos, se han repartido entre socialistas y comunistas 800 millones de euros que correspondían a los parados. Pero Cayo Lara no mira hacia el sur. Y Rubalcaba, menos aún. Tiene mucha culpa Mariano Rajoy, por su cachaza y parsimonia, de que los nuevos golpistas hayan incendiado a quienes están deseando arder. Pero la lentitud en la reacción es un defecto, no un delito. Mientras no se demuestre lo contrario, aquí hay un individuo que fue tesorero del Partido Popular con una cuenta en Suiza de veinte millones de euros. Mientras no se demuestre lo contrario, aquí hay un nuevo «Verstrynge», amigo de Garzón y de Bárcenas, diputado fallido y a quien tengo personal aprecio, que por los motivos que sean ha cambiado de acera, y no me refiero a otra acera que la de los intereses personales. Me lo figuraba más inmerso en las lealtades. Esa izquierda que ha permanecido callada y quieta mientras España era devastada social y económicamente durante siete años se ha movilizado ahora. Rubalcaba está detrás, no lo duden. La calle, el sucedáneo de las urnas cuando el socialismo es derrotado. En una palabra, el Golpe de Estado coactivo y amenazante, que triunfó cuando los españoles se despertaron entre gritos de dolor y sangre. Y no se han encontrado todavía las mochilas.
Rajoy ha dicho que su pretendida acción ilegal es una calumnia. Que es falsa. No tengo ningún derecho a la duda, y me sobran motivos para escribirle que la calma, en ocasiones, es muy mala compañía. Ante lo que se estima calumnioso y falso, hay que actuar con inmediata indignación y aclarar las dudas mediante la Justicia. El Golpe ha sido detenido, pero no derrotado. Las izquierdas y sus colaboradores resentidos saben muy bien calentar la calle. Me hubiese gustado un Rajoy sometido a las preguntas de los periodistas. Un Rajoy decidido a cortar por lo sano las posibles malediciencias. De cualquier forma, aquí y ahora, en este caso, el único golfo presumible es el que ha dado su apellido al asunto. Que declare de nuevo ante el juez. Y como comencé. Creo que creo a Rajoy.
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