Manos Unidas celebra esta semana la campaña para recoger fondos para la construcción de aulas de secundaria en un pueblo africano Una de las misioneras cuenta su larga experiencia
AMAYA LANCETA SAN FERNANDO | ACTUALIZADO 03.02.2013 - 10:10
Esperanza Arboleda Vázquez lleva 44 años vinculada a labores solidarias, 12 de ellos como misionera de la congregración de la Madre Laura, de Colombia, para acciones de Manos Unidas. No concibe su vida sin esta tarea, que le ha permitido compartir con los pueblos, valorar la evolución de los grupos, ofrecer asesoramiento. O lo que es lo mismo: ampliar sus conocimientos y experiencias vitales, enriquecerse, a la vez que ayudaba a quienes lo necesitaban. Cuenta ahora su historia, en realidad, la historia de la superación, de la solidaridad, una historia cargada de proyectos iniciados en comunidades indígenas, poblaciones del tercer mundo. Una parte de su misión en estos rincones ha sido supervisar las actuaciones que desde Manos Unidas se desarrollaba. "Es muy difícil tener infraestructura en todos los países donde actuamos, unos 60, por eso tenemos que tener figuras fiables en esos lugares, que supervisan", explica Salvador Fernández. Una de estas personas revisará, por tanto, la nueva iniciativa para la que esta ONG católica prepara ya la campaña en San Fernando que le permitirá recaudar fondos. Esta vez toca la construcción y el equipamiento de aulas de secundaria en el pueblo africano de Saapaga (en Burkina Faso).
"Es una solicitud de la propia comunidad, como siempre", aclara. Es decir, que todos los proyectos que Manos Unidas llevan a cabo surgen por la necesidad de estos pueblos. "Es la cosmovisión, porque se les financia y se empieza con ellos durante dos, tres, cuatro años, pero luego son las personas de allí las que tienen que seguir con la actividad, y gestionarla", comenta misionera. Y aunque hay un inversión importante de la entidad, también es fundamental la aportación de los beneficiarios: ya sea trabajo, ya sea la comida para los trabajadores, pone de ejemplo.
Su trabajo, ya sea con indígenas americanos o africanos, no ha consistido en cambiar nada, lo deja claro. Es una norma por la que se rige a la que une otras reglas básicas para integrarse en el grupo humano al que va a ayudar. "Hay que saber estar primero y para eso es mejor observar y no hablar. Luego intento aprender la lengua para comunicarme porque hay que ganarse su confianza", apunta. Aunque ella no ha llegado a vestirse como la gente del lugar otros sí lo hacen. Por el contrario, sí que ha participado en rituales y ceremonias propias de la comunidad. "En Chile cuando terminaba el verano la comunidad en la que estuve hacía una ceremonia, peculiar, en la que dan gracias por el sol, gracias por la tierra. Porque la tierra es lo primero para los indígenas, la madre tierra", cuenta. La importancia de esa tierra, su valor, hicieron entender a los campesinos en Colombia con la Ley 70 de defensa de la tierra para que no la vendieran.
Éste es el año de la Igualdad para Manos Unidas, por lo que muchas acciones se centran en mejorar la posición de las féminas dentro de su comunidad. Esperanza tiene experiencia en ese terreno. "El papel de la mujer dentro de la comunidad es de silencio, de trabajo, pero con nuestro acompañamiento hemos conseguido que haya mujeres líderes", sonríe. En Dabeiba (Colombia) tuvieron un proyecto para la formación de mujeres viudas, para que aprendieran a leer y a escribir, se les impartió cursos de liderazgo y el Gobierno las ha reconocido como recicladoras de la ciudad. La mujer en el tercer mundo, lamenta, es pobre, pasa hambre, es analfabeta, no tiene cuidado con la salud en la gestación, no tiene derecho a recibir un préstamo y, sobre todo, no tiene voz. Eso sí, hay comunidades matriarcales como los Wayuu.
Esa ayuda que se ha prestado a pueblos y comunidades más desfavorecidas ha sido posible gracias a la aportación ciudadana en las campañas que Manos Unidas realiza año tras año. La próxima será el 8 de febrero, con la celebración del ayuno voluntario y de actividades en la plaza del Rey. "La colecta de ese fin de semana en las iglesias españolas va para Manos Unidas", señala Salvador, que expone el proyecto de este año: la construcción de aulas de secundaria para hijos de familias de agricultores, ganaderos y comerciantes sin recursos económicos en Saapaga. Se construirán tres aulas, un despacho y letrinas. Su coste es de 45.978 euros.
"Es una solicitud de la propia comunidad, como siempre", aclara. Es decir, que todos los proyectos que Manos Unidas llevan a cabo surgen por la necesidad de estos pueblos. "Es la cosmovisión, porque se les financia y se empieza con ellos durante dos, tres, cuatro años, pero luego son las personas de allí las que tienen que seguir con la actividad, y gestionarla", comenta misionera. Y aunque hay un inversión importante de la entidad, también es fundamental la aportación de los beneficiarios: ya sea trabajo, ya sea la comida para los trabajadores, pone de ejemplo.
Su trabajo, ya sea con indígenas americanos o africanos, no ha consistido en cambiar nada, lo deja claro. Es una norma por la que se rige a la que une otras reglas básicas para integrarse en el grupo humano al que va a ayudar. "Hay que saber estar primero y para eso es mejor observar y no hablar. Luego intento aprender la lengua para comunicarme porque hay que ganarse su confianza", apunta. Aunque ella no ha llegado a vestirse como la gente del lugar otros sí lo hacen. Por el contrario, sí que ha participado en rituales y ceremonias propias de la comunidad. "En Chile cuando terminaba el verano la comunidad en la que estuve hacía una ceremonia, peculiar, en la que dan gracias por el sol, gracias por la tierra. Porque la tierra es lo primero para los indígenas, la madre tierra", cuenta. La importancia de esa tierra, su valor, hicieron entender a los campesinos en Colombia con la Ley 70 de defensa de la tierra para que no la vendieran.
Éste es el año de la Igualdad para Manos Unidas, por lo que muchas acciones se centran en mejorar la posición de las féminas dentro de su comunidad. Esperanza tiene experiencia en ese terreno. "El papel de la mujer dentro de la comunidad es de silencio, de trabajo, pero con nuestro acompañamiento hemos conseguido que haya mujeres líderes", sonríe. En Dabeiba (Colombia) tuvieron un proyecto para la formación de mujeres viudas, para que aprendieran a leer y a escribir, se les impartió cursos de liderazgo y el Gobierno las ha reconocido como recicladoras de la ciudad. La mujer en el tercer mundo, lamenta, es pobre, pasa hambre, es analfabeta, no tiene cuidado con la salud en la gestación, no tiene derecho a recibir un préstamo y, sobre todo, no tiene voz. Eso sí, hay comunidades matriarcales como los Wayuu.
Esa ayuda que se ha prestado a pueblos y comunidades más desfavorecidas ha sido posible gracias a la aportación ciudadana en las campañas que Manos Unidas realiza año tras año. La próxima será el 8 de febrero, con la celebración del ayuno voluntario y de actividades en la plaza del Rey. "La colecta de ese fin de semana en las iglesias españolas va para Manos Unidas", señala Salvador, que expone el proyecto de este año: la construcción de aulas de secundaria para hijos de familias de agricultores, ganaderos y comerciantes sin recursos económicos en Saapaga. Se construirán tres aulas, un despacho y letrinas. Su coste es de 45.978 euros.
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