M. Calderón / J. Aguado.
Hablar de Irene Zoe Alameda, una mujer con mil caras, que ha inventado un «alter ego» (ella es Amy Martin) para llevar a cabo juegos literarios, o metaliterarios, incluso para redactar ensayos de sociología y política para la Fundación Ideas (el «laboratorio» del PSOE) pagados a 3.000 cada uno, nos lleva a un territorio donde se confunde la realidad con la ficción creada por ella misma, claro está. Por ejemplo, ¿es cierto que además de escritora, ensayista para un «think tank» de ideas, directora de cine, cantante..., pilota avionetas? Sí, es cierto. Estamos hablando de una persona muy desconocida incluso para los que la han tratado. ¿Y es cierto que además de estos saberes y habilidades estaba estudiando Veterinaria? Sí, lo es.
Junto a ella había un hombre que también llamaba la atención por su brillantez, sólida formación (doctorado en Economía por Harvard y consultor del FMI), a pesar de su juventud, con esa seguridad de quien se podía comer el mundo. Carlos Mulas era el segundo en la oficina económica en La Moncloa bajo la presidencia de Rodríguez Zapatero. Eran, en su momento, una pareja muy unida, se protegían. En los cortometrajes que rodó gracias a las subvenciones del Estado, al final del día siempre aparecía Carlos, para, cuentan los que trabajaron con ella, «mimarla, supervisarlo todo, para que no faltara su nombre en la película u otra cosa que tuviera relación con ella» .
Demasiado perfectos
En una ocasión, viajaron los dos juntos a un Congreso de escritoras en La Gomera organizado por la también novelista Lucía Etxebarría. Una de las participantes los recuerda muy bien: «Una pareja perfecta, de esas parejas que dices: demasiado perfecta. Bellos, inteligentes, parecía que era gente de posibles, de mundo, que habían viajado... unos privilegiados. Una de esas parejas urbanas que aparecen en las películas de Nueva York». Vivieron en Nueva York (ella durante los atentados a las Torres Gemelas) y Washington. «La imagen más silenciosa que recuerdo es la luz que entraba en mi apartamento de Nueva York a las seis cuando empezaba a amanecer», contaba ella en el programa «Silenci» de la TV3.
Fue en Nueva York donde Irene estudió cine y sacó el doctorado, que luego fue el tema de su libro «Artista y criminal. Voces subversivas de la posguerra». «Por encima de todo –escribe– quiero dedicar este libro a Carlos, cuya extraordinaria inteligencia, fortaleza, paciencia y amor me alentaron con el optimismo necesario para comprender que este duro trabajo valdrá la pena».
La pasión más constante de Irene Zoe Alameda ha sido volar. Al hacerlo, ha contado alguna vez, lo ves todo desde arriba, te sientes libre y con el dominio de la situación: «Te voy a dar un consejo con todo mi cariño: cuando accedas a volar con alguien, confía plenamente», escribió Irene en su cuento «New Madrid. Missouri», en su mezcla habitual de realidad y ficción. Lo que le gusta de volar es el control. Se sacó la licencia y hace años reconocía que iba al aeródromo a sentirse libre.
Cuando era una niña, su padre, un ingeniero supersticioso, le echaba las cartas del tarot. Ella, a la que siempre le había gustado leer cuentos, sobre todo los infantiles de «Teo», le preguntaba si esas cartas decían que de mayor iba a ser escritora. «Sí, sí», le contestaba su padre. Aunque su destino parecía estar marcado, la joven Irene Zoe intentó tomar otros caminos: fue bailarina, trabajó de azafata y estudió un año de areonáutica antes de dejarlo todo y estudiar Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid. Haría caso al tarot: iba a ser escritora. Según ella, eso le costó caro. Su madre no le pagó los estudios y tuvo que ponerse a trabajar.
Sin duda, aprendió a ganarse la vida y a aprovechar al máximo las subvenciones. Se fue de Erasmus a Alemania, terminó allí la carrera y consiguió una beca para estudiar en Columbia. Y despegó. Irene Zoe Alameda tiene una casa de tres plantas en Las Rozas, Madrid, definida por los que la han frecuentado como «de revista». Un lujo. Sobre todo para una persona que todavía no ha llegado a los cuarenta. Con su pareja Carlos Mulas eran lo más parecido a una casta. Ella tenía más proyección interior que él. Él la miraba fascinado, era su posesión. Ella era divertida e ingeniosa, alguien no convencional.
Primera caída
De su conferencia en aquel Congreso de La Gomera, una de las participantes también recuerda que no entendió nada de lo que dijo: «Quizá fuese algo sobrada». Irene Zoe Alameda es autora de una sola novela: «Sueños itinerantes» (2004). No tuvo muchos problemas para publicarla. Venía de la mano de un entusiasta lector: Juan José Millás. Rápidamente se convirtió en una asidua del circuito de congresos literarios, invitada para dar conferencias y hablar en televisiones.
«Ni se te ocurra pensar que vas a caerte, porque yo te piloto, aunque precisamente con una caída comienza mi historia», seguía contando en su cuento «New Madrid. Missouri», publicado en «El País». Fue en uno de estos encuentros, en la Bienal Literaria de Mérida, en Venezuela, en diciembre de 2009, donde su irrefrenable y reconocido ego sufrió un serio traspiés que le costaría su puesto como directora del Instituto Cervantes en Estocolmo. Sí, desde septiembre de 2009 fue directora en uno de los centros del Cervantes.
En la sede central del Instituto Cervantes en Madrid la recuerdan con su currículum y un pequeño vendaje en el brazo que ocultaba un tatuaje: una mariposa. Su nombramiento fue más rápido de lo habitual, pero no sorprendió: Carmen Caffarel, la entonces directora (y ex directora de RTVE), había nombrado a muchos amigos –productores de televisión sobre todo– y ex colaboradores. Después de su viaje a Venezuela escribió un artículo en la prestigiosa revista «Granta» contando su experiencia.
Retrató un país machista, miserable, sucio, una pesadilla... «En ninguna de sus visitas [de la narradora, «la viajera», que es ella] a los aseos públicos en los once días que duraría su viaje por Venezuela encontró la escritora jabón para lavarse las manos, tampoco papel higiénico», escribió. Tampoco le gustó que en la zona de llegadas del aeropuerto estuviera lleno de «carteristas y librecambistas».
El artículo provocó un gran revuelo y la respuesta de otros escritores que le recordaban que el que un país «sea atrasado» no le daba derecho a degradarlo en público. Y se le recordó que su comportamiento era impropio de un responsable del Instituto Cervantes. En su defensa, «la viajera» argumentó que hay que diferenciar entre «la escritora» y ella (¿quién es a estas alturas?) y les invitó a leer un «falso reportaje sobre Zimbabwe, publicado en «El País» (1 de julio de 2007). ¿Falso? ¿Verdadero?
Fue cesada en julio de 2010, en la reunión anual de directores celebrada en Alcázar de San Juan (Ciudad Real). Algunos testigos del encuentro la recuerdan como alguien «desasosegante», «siempre con ganas de pelea». Caffarel la destituyó allí mismo: su expresión de asombro puede verse en la fotografía (imagen de arriba) de clausura. «Manifiesta incompetencia», fueron las palabras utilizadas en el cese. Sus compañeros en Suecia la recuerdan como alguien que «disfrutaba humillándonos», una «déspota».
Una cabaña en Estocolmo
«Te has aprovechado/ de mucha gente/ que te ha rodeado/ has aprendido de algunos/ te has hartado de la mayoría», escribió Irene Zoe a la adolescente que fue por petición de la revista «Psychologies». Nunca se sabe si lo que cuenta, lo que se cuenta a sí misma, es real o no. Si es un recurso literario que se permite como escritora o, de verdad, la escritura madura está pasando cuentas con su vida: «El dinero, pese a los años, te ha hecho / parecer más joven/ o simplemente más rica», continúa. Hasta hace poco, Irene Zoe seguía viviendo en una cabaña en las afueras de Estocolmo. Necesitaba un lugar tranquilo para trabajar. Tal vez el resultado sea su próxima novela. El título es «Los últimos días de Warla Alkman», tiene previsto editarlo Edhasa y está pensado como e-book, con vídeos, imágenes, dibujos, canciones, poesías. Ella –según una sinopsis enviada por la editorial– habla de que, «definitivamente, marca un nuevo género literario: el puramente digital».
Aunque desde siempre ha estado practicando un género: vivir literariamente, literaturizar la vida: «Soñé que era estudiante de Veterinaria y que nos reunían a todos los alumnos en el aula Magna de Medicina (...)Lo que era válido para los ratones lo era para los hombres», cuenta en su blog. En la realidad, Irene Zoe, escritora, directora, actriz, Amy, piloto, mujer que no quiere morir sin hacer un viaje al espacio, la que intenta mantenerse en pie en estos momentos, estaba matriculada en Veterinaria o por lo menos, iba a las prácticas de la carrera en al Universidad Complutense.
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