miércoles, 20 de febrero de 2013

ILIMITADA EMOCIÓN; POR ALFONSO USSÍA.

La Razón



La más acusada de mis debilidades es la propensión a la emotividad. Soy emotivo y sensiblero. Así me ha ido en la vida. No pude ver la gala de los «Goya», porque ese domingo y a la misma hora del grandioso evento se cumplían cinco años del fallecimiento de la marquesa viuda de Sotoancho y no estaba mi ánimo para festejos. Lo escrito anteriormente. Espíritu emocionado por la melancolía. Pero sí me he enterado de lo que allí sucedió, y en contra de muchas reacciones, me apresuro a ofrecer mi veredicto. Todo lo que se dijo fue acertado y justo. Y voy más allá. Emocionante. Sólo me falta averiguar quién es y a qué se dedica un tal Corbacho, pero menos ese pequeño detalle, la fiesta fue un éxito.
Me parece inapropiada la crítica, negativa, casi unánime, a Maribel Verdú. Por las fotos publicadas estaba ideal, con su vestido de Dior, su collar de Bulgari, y sus nueve mil euros cubriendo su cuerpo privilegiado. No se refirió a su película, que es un gesto de buen gusto, sino a los desahucios. Al dinero que unos pocos ricos roban a muchos pobres. Eso, las hipotecas. Maribel tiene derecho a vivir y ganar dinero, y sólo por ejercer ese derecho aceptó en 2010 ser la protagonista de un anuncio en el que se inducía a hipotecarse a la gente sin recursos. Esa empresa que promocionaba Maribel ha llevado a cabo miles de desahucios, pero de eso la señora Verdú no tiene culpa. Y tampoco que fuera producido el anuncio en 2010, con Zapatero en el Gobierno, que permitió la ejecución de más de doscientos mil desahucios por impago de las hipotecas. La Sanidad la dejó de lado porque la señora Verdú es accionista de una clínica privada de Marbella, donde tiene una de las cuatro casas que posee. Tres en Madrid y una en Marbella, para descansar.
Pero la emoción culminante la protagonizó una actriz, Candela Peña. Su padre falleció en una clínica pública cercana a Barcelona. No le dieron una manta para abrigar su frío ni una botella de agua.El director de la clínica ha manifestado que todo lo dicho por la señorita Peña es falso. Lástima de lenta reacción de la hija, que ante su padre moribundo y a falta de una manta y una botella de agua no acude a su casa en pos de la manta ni baja a la cafetería a comprar el agua, con gas o sin gas. Y aunque las lágrimas me dificultan la redacción de este artículo, es justo recordar a doña Candela, que esa posible atrocidad que desveló en la gala de los «Goya» se produjo en un hospital público cuando gobernaba en España el PSOE y en Cataluña el tripartito del socialista Montilla. Pero fue tremendo. Lo que nadie sabe a estas alturas es si Candela ganó o no el «Goya», porque en la tarjeta se leía con nitidez «Chus Lampreave». Ahora entiendo por qué los Bardem son clientes de la Sanidad privada judeo-americana, donde no faltan mantas ni botellas de agua mineral.
Y Bardem nos habló del Sahara. «Allí no se cierran hospitales porque no los hay». Le sobra razón. Es imposible cerrar lo que no se ha abierto. Me gustó su empaque y elegancia. Y su buen espíritu, con la esperanza de un nuevo vástago en el horizonte. En la clínica privada de capital judío de Los Ángeles ya tienen reservadas varias habitaciones. Ellos son así. Se dice que el tercer hijo lo tendrán en Cuba, el cuarto en Venezuela y el quinto, si Dios quiere, en un hospital público de Madrid. Hay que ser consecuentes y coherentes. En el Sahara no, porque no hay hospitales.
En fin, que no sé por qué se les critica tanto. Y Eva Hache estuvo de dulce, respetuosa y divertida, un cañón.

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