¡Qué justito he llegado al fin de semana! Después
de pasar una semana con muchas ocupaciones y preocupaciones en todos los
terrenos pude, al fín, ver el verde horizonte que se me presentaba a partir del
viernes por la tarde.
Nos acostamos algo más tarde de lo que viene
siendo habitual ya que asistimos al Cabildo de mi Hermandad de los Afligidos y
eso nos entretuvo. Puse el reloj, como siempre, a las ocho de la mañana y nos
dispusimos a descansar.
A la hora prefijada sonó la alarma del despertador
y unos minutos más tardes ya estábamos levantados. Mientras yo me preparaba mi
ansiado café, Hetepheres fue a despertar a su madre para llevarla a Misa de
nueve y cuarto.
Mientras eso sucede, yo estoy actualizando el blog
con las noticias, los articulistas de opinión, las noticias de interés y un
post de mi puño y letra.
A las diez y media salíamos de casa con dos
paradas obligatorias: Fuimos a nuestra vinacoteca de confianza para comprar un
buen vino para regalar a Berna por su cumpleaños así como a la bodega familiar
para adquirir dos botellas de brandy: Una para Fernando, Casino, y otra para
casa que ya se estaba terminando la que teníamos. Una vez concluída estas
compras nos dispusimos a marcharnos hacia Villaluenga del Rosario.
El camino, como siempre, lo hicimos conversando de
los mil temas que llevamos entre manos donde hay de todo; ilusión, amistad y
alguna que otra decepción. Así, entre palabras, llegamos a nuestro pueblo una
hora y cuarto después. Nos encontramos con sus serpenteantes callejuelas, que impera
una limpieza sin igual, con muchos de sus vecinos, alguna que otra pareja que
se habían hospedado en el hotel para celebrar el día de los enamorados, algún
senderistas y poco más. Pronto sentimos que ibamos a disfrutar de un fin de
semana en la máxima tranquilidad.
Cuando llegamos a casa y tuvimos descargadas y
organizadas las cuatro cosas que traíamos, me puse a limpiar la chimenea que
estaba hasta arriba de ceniza pues hacía dos fines de semana que no la
limpiaba. Pronto la encendimos para caldear un poco la casa que presentaba
cierta frialdad. Poco después nos sentamos junto a ella y empezamos a leer
plácidamente. Así fue durante una hora y media, que se pasó en un abrir y
cerrar de ojos, sin darnos cuenta nos dio la hora del almuerzo y nos encaminamos
hacia el Casino. Nos recibió Alex, como siempre, con una sonrisa y el agrado
que es propio en él. Sin pedirlo ya sabía lo que tomaríamos de beber: Una
botella de agua y un oloroso seco. Pudimos percibir un cambio, muy
significativo, tanto en la organización como en la decoración del salón que hay
en la planta baja del Casino. No obstante subimos a la primera planta y allí
estaba Fernando atendiendo a una pareja de Alcalá de Guadaira, provincia de
Sevilla, que estaba pasando el fin de semana en el hotel “La Posada”. Mientras
ellos tomaban los postres y nosotros esperábamos las ricas viandas, estuvimos
charlando de forma muy amena.
La, imprescindible y conocida, ensaladilla de
Fernando no puede faltar, unas croquetas caseras de cocido y unas albóndigas fueron
el suculento manjar que almorzamos. Fernando nos obsequió con flan de turrón
casero que estaba para chuparse los dedos.
Cuando bajamos nos encontramos con Charo y
estuvimos hablando un poco con ella. Al salir nos encaminamos para casa pues yo
tenía un trabajo que realizar y necesitaba cierta tranquilidad así como
esperaba a Mateo que nos iba a traer unos sacos de leña que ya iba escaseando.
Mientras esto sucedía, Hetepheres se fue a dar una vuelta para “bajar la
comida” por la glorieta. Una hora y pico después llegaba a casa y ya la leña
estaba repuesta y el trabajo a medio hacer. Cómo me encontraba algo cansado,
cansancio mental más que otra cosa, a eso de las seis me fui a dar una caminata
por el mismo sitio, por la glorieta, y aproveché para rezar durante el camino.
Hacía un viento frío y se veían venir algunas nubes que amenazaban lluvia y que
daba un aspecto al cielo y a las montañas verdaderamente encantador.
Llegué hasta el final, abajo pude avistar a Diego
Franco que vigilaba el ganado, y cuando me di la vuelta el aire frío se hizo
más presente, más penetrante, las nubes se intesificaban y el paisaje confería
un carácter de belleza insuperable. En el trayecto del camino hay varios bancos
que sirven como pausado mirador. Me senté en el último de ellos, detuve mi
paso, mis prisas, y me paré en seco. Intenté, consiguiéndolo, mantener la mente
en blanco, no pensar en todo lo que tenía entre manos, en las ocupaciones y
preocupaciones, en todo cuanto me rodea a diario y me dispuse para admirar una
sublime imagen donde una alfombra verde cubría todo, las montañas al fondo y
entre ese generoso pasto un rebaño de
ovejitas corriendo en grupo donde las blancas superaban a las negras y que a la
voz del pastor se encaminaron hacia un cercado empedrado donde descansarían por
la noche.
No tengo conciencia de cuanto tiempo pasé allí, a
pesar del frío reinante puedo decir que ni lo noté y que mi desconexión fue tal
que pude disfrutar de un tiempo donde el tiempo se había parado, donde todo
carecía de la importancia que le damos y en esta soledad ante esta inmensidad
pensé que hace falta, es muy recomendable, el saberse parar, el detener el paso
para pensar y meditar así como coger de nuevo el camino con nuevas fuerzas, con
nuevos bríos.
Al llegar a casa me encontré con una calidez
inmensa: El calor del recibimiento de mi mujer que estaba acompañado con la
calidez ambiental que sale de nuestra coqueta chimenea hizo que notara, como
nunca, el verdadero sentido de lo que es “calor de hogar”.
Me puse a trabajar un poco y después me tomé una
copita de brandy leyendo un buen rato un interesante libro de mi tema de
investigación. Así nos dieron las ocho de la tarde, hora que había quedado con
Berna para llevarle nuestro regalo para después visitar un rato el Casino y charlar
con Fernando y los buenos amigos que allí estuvieran.
Cuando llegué al Casino estaba Alex, preocupado
porque tenía que llevar a un amigo suyo a Benaocaz al trabajo, durante un
cuarto de hora estuvimos los dos solos y eso me hizo presentir de que mi estancia
en el Casino se iba a presentar muy tranquila pues casi todo el mundo estaba en
Ubrique que celebraba este fin de semana pasado su famoso Carnaval.
Al poco llegaron al Casino para cenar Gerardo y
Rosi, pareja de Alcalá de Guadaira que estaba disfrutando de Villaluenga este
fin de semana, enseguida entablamos una conversación rica en anécdotas y
experiencias de vida. Pasó algo más de una hora y media charlando los cuatro:
Gerardo, Rosi, Fernando y yo. Solos los cuatro porque en la noche del sábado el
pueblo estaba más vacío de lo normal aunque eso no fue óbice para pasar otra
buena tarde-noche al calor de una buena conversación, de buena compañía y de
buenos amigos.
A eso de las diez me marché para casa, di un
pequeño paseo porque la noche se presentaba acogedora y el frío era un buen
compañero de andanzas. Me recorrí parte del pueblo en medio de una soledad solo
rota por algún murmullo de lo Scouts que estaban en la Casa “Cura Carlos”, en
el antiguo y, también, añorado club de este querido pueblo donde crecieron
varias generaciones de vecinos. Los tiempos cambian y los recuerdos permanecen
en la memoria hasta el final.
Llegué a casa unos quince minutos después de abandonar
el Casino y allí estaba Hetepheres viendo en la televisión una serie que le
gusta mucho. Sin sentarme ni nada, me cambié de ropa y me puse el pijama,
preparé la cena fría que íbamos a tomar y me senté ante el calor que desprendía
la chimenea mientras me incorporaba a la trama que se desarrollaba en dicha
serie de la policía italiana.
Cenamos tranquilamente, el calor inundaba cada
poro de mi piel y cuando terminó lo que estábamos viendo apagamos la televisión
y nos dispusimos a leer un poco hasta que el sueño nos fue venciendo.
Nos acostamos, no habían dado todavía las doce de
la madrugada, quisimos seguir leyendo pero el sueño hizo de las suyas y solo
nos dio tiempo a acostarnos, darnos un beso de buenas noches y caer rendidos en
un letargo profundo que ayudado por el silencio que rodeaba todo hizo que durmiéramos
de un tirón.
Por la mañana, no sé a que hora, me dijo
Hetepheres que se iba a levantar y que yo me quedara en la cama pues necesitaba
descansar del ritmo que llevo durante la semana. Creí que no me iba a quedar
dormido aunque, al final, los ojos se fueron entornando hasta que se abrieron
de par en par a eso de las nueve y cuarto de la mañana. Tiempo de rezar mis
primeras oraciones, hacer la cama, ducharnos, vestirnos e irnos a desayunar al
Casino. Allí estaba Fernando, que tenía el local ambientando con música de
carnaval, al poco llegó Juande, al cual tengo que decir eché mucho de menos la
noche anterior, y los cuatro nos dispusimos a desayunar en medio de una
interesante conversación, de un rico debate sobre diversas cuestiones, todas
ellas de interés.
Hablando y hablando nos dio las once de la mañana,
las campanas de la Iglesia de San Miguel que se encuentra pared con pared, nos
llamaba a Misa y después de despedirnos nos encaminamos hacia el cercano
Templo. Saludamos a Juana y nos sentamos en nuestro banco.
La Iglesia presentaba el aspecto de cualquier
domingo normal donde los asistentes somos los feligreses que somos asiduos. Me
extrañó no ver al grupo de Scouts que había en el pueblo porque suelen
compartir la Eucaristía parroquial. Buena homilía, como en él es habitual, del
Padre D. Francisco Párraga. Tras comulgar me fui hacia la Capilla del Sagrario
y allí estuve rezando largo rato hasta que terminó la Santa Misa.
En la puerta estaban varias señoras, entre ellas
Charo Román, a la que saludamos y nos saludaron con verdadero cariño. Estuvimos
charlando un rato muy agradable. Después nos encaminamos hacia el campo de
Mateo pues queríamos ver a “carboncito”. Cuando estábamos por el aparcamiento
que es la antesala del camino que lleva al mismo nos encontramos con su coche y
nos volvimos pues tanto Mateo como su padre se dirigían para el pueblo.
No nos importó porque el domingo al mediodía hacía
un especial frío por lo que nos fuimos hacia la panadería a recoger el tocino
de cielo casero que habíamos encargado la semana anterior y aprovechamos para
hablar un rato con Pepi.
Después nos dispusimos a realizar el encargo que
me había hecho: Comprar dos deliciosos quesos de “Quesos Oliva”. Charo estaba
en el despacho y, mientras nos los preparaba, aprovechamos para hablar un
ratito con ella porque es una de esas mujeres que siempre se aprende algo
bueno.
Al salir nos encaminamos para casa, como quien no
quiere la cosa ya eran la una de la
tarde, llegamos y mientras Hetepheres se fue a echar de comer a algunos
perritos y gatitos que ella tiene localizados, yo me dispuse a leer plácidamente junto a la chimenea.
Cuando llegó mi mujer se unió a esta liturgia que nos acompaña cada vez que
estamos en Villaluenga: Leer al calor de la chimenea.
Tras almorzar nos preparamos para venirnos para
casa. Antes subimos la cuesta que lleva al campo de Mateo aunque no estaba
cuando llegamos, era una hora propicia para estar almorzando en su casa con sus
seres queridos, y sin entrar en el cercado donde estaban los nuevos chivitos
pudimos observar lo más parecido a un “jardín de infancia” de chivitos y
cabritas pequeñas que retozaban y jugaban. ¡Qué preciosidad, Dios mío! Estas
son las cosas que nos perdemos cuando no salimos de nuestros respectivos mundo
y alcanzamos a experimentar que existen otros sitios, otros lugares donde se
disfruta de otra manera, más natural, más auténtica.
Cómo decía un buen amigo hoy: “Acabamos de
terminar el día que comienza la semana”. Es verdad, ya ha pasado el lunes,
queda por delante otros cuatro días cargados de cosas y obligaciones aunque
todo pasa y dentro de nada volveremos a coger el coche para poner rumbo a mi
querido pueblo, del cual estoy plenamente enamorado y sueño con estar allí el
resto de mis días. Dentro de cuatro días volveré a experimentar lo que es la
tranquilidad, el sosiego, la paz y la alegría que me otorga y da Villaluenga
del Rosario.
Jesús Rodríguez Arias
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