Clases
Hasta entre los mendigos hay clases. El de la puerta de la iglesia de los jesuitas, que se sabe el nombre de mis hijos y lo mal que se portan, y hasta les riñe, y le guardó durante un mes una pulsera perdida a Carmen, es como de la familia. Y como hay confianza, aunque él pide siempre, unos días me dice: "Hoy me hace falta", otros: "Hoy puedes no darme".
El sábado por la noche, tuve que aparcar un poco lejos, en la plaza de toros, y se me acercó desde lejos un mendigo bajito, sucio, encogido. "No tengo nada", le mentí, cortante. No era mi mendigo. Respondió un resignado: "Ya me lo figuraba", que se me clavó en el alma, con una dicción perfecta, en su justa medida, entonado entre la ironía y la predestinación. Y pensé volverme y darle, pero no lo hice por el más bajo de los motivos: por mantener mi mentira.
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