La chulería bien llevada puede ser hasta virtuosa. Una chulería inoportuna supera la condición de obscena. La de Luis Bárcenas dedicando una higa a los periodistas que le sorprendieron en el aeropuerto demuestra su baja estofa. Este individuo puede cargarse un sistema, y mientras se acumulan en los juzgados pruebas e indicios en su contra, esquía en Baqueira, cena en el mejor restaurante de Carcasone, viaja a Canadá para practicar la horterada del «heliesquí» y hace higas. Todos pertenecen a la misma clase social. Correa, Roca, Bárcenas, «El Bigotes» y demás calaña. La de los nuevos chulos, que son a los chulos lo que los nuevos ricos son a los ricos, es decir, una caricatura mal planteada. Unos pueden terminar con un sistema y otros se dedican a pulverizar el prestigio de una Institución milenaria. Lo del «duque em-Palma-do» no tiene pase. Su nuevo correo, en el que aparece un grupo de ciclistas desnudas con el texto «me piro, cambio de curro» informándole a Carlos García Revenga, que a la vista de la foto se va a afanar en el entrenamiento de las chicas para «practicar» y «estar en permanente contacto» sólo es atribuible al alumno más tonto de la clase en los primeros años de colegio. Desmedida ausencia de clase y gracia. Para mí, que Urdangarin es de los que se ríen si le anuncian que hay de comer «paella y "pa" todos los demás». Más que alarma, sus mensajes me producen estupor. Y aunque resulte en los actuales momentos políticamente incorrecto elogiar a la Infanta Cristina, me apresuro a hacerlo porque ha preferido elegir la compañía de la angustia a la del egoísmo.
La indecencia financiera conlleva un riesgo. Ser descubierto. En tal caso, la única postura admisible es la humildad y el público arrepentimiento. Pero en España nadie se arrepiente de nada, y los responsables tardan en exceso en bajar de las nubes, desplomarse y darse el definitivo morrón. Han sido tan poderosos y tan hábiles en la mangancia y la corrupción que se consideran por encima del resto de los mortales. Si todo ha valido hasta ahora, todo sigue valiendo, y el resultado de esa rápida reflexión es un rotundo desacierto. Podrán disfrutar de su dinero en el futuro, siguiendo la muy española costumbre de no devolver lo afanado, pero tendrán que alojarse durante un tiempo en cualquier establecimiento de la nutrida red de paradores carcelarios del Estado. Y ahí se termina la chulería. Me lo confesaba un prestigioso abogado después de visitar a un millonario que cumplía su condena en prisión: «Ya se le ha puesto la nuca del preso». Es decir, la nuca humillada que lleva la mirada a las baldosas del suelo y no a la nieve en polvo de las grandes y exclusivas estaciones de esquí y «heliesquí», que manda huevos lo segundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario