2013-02-17 Radio Vaticana
(RV).- (Con audio) Al rezar a mediodía el penúltimo ángelus dominical de su pontificado, Benedicto XVI reflexionó con los miles de fieles y peregrinos de todo el mundo, que se dieron cita en la Plaza de San Pedro, sobre este tiempo de Cuaresma, en que invitó a pedir a Dios que la contemplación de los misterios de su pasión, muerte y resurrección, nos ayude a seguir al Señor más de cerca.
Al destacar que en el primer domingo de Cuaresma cada año se proclama el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, el Obispo de Roma explicó que como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones forman parte del “descenso” de Jesús a nuestra condición humana, al abismo del pecado y de sus consecuencias. Un “descenso” que Jesús recorrió hasta el final, hasta la muerte de cruz y hasta el infierno de la extrema lejanía de Dios. Mientras Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja perdida, para salvarla.
Y como enseña San Agustín, el Sucesor de Pedro afirmó que Jesús ha tomado de nosotros las tentaciones, para darnos su victoria. Por esta razón pidió que “no tengamos miedo de afrontar, también nosotros, el combate contra el espíritu del mal”. Porque lo importante es que “lo hagamos con Él, con Cristo, el Vencedor”. Y para estar con Él, Benedicto XVI sugirió que nos dirijamos a su Madre, María, que la invoquemos con confianza filial en la hora de la prueba, porque ella nos hará sentir la poderosa presencia de su Hijo divino, “para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y de este modo volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida”.
El Papa también agradeció las oraciones y muestras de afecto que durante estos días los fieles de todo el mundo le han demostrado. Y pidió que sigan rezando por él y por el nuevo Papa. En sus saludos a los numerosos peregrinos procedentes de América Latina y de España, Su Santidad les dijo:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo del Colegio sacerdotal argentino de Roma. En esta Cuaresma pidamos al Señor que la contemplación de los misterios de su pasión, muerte y resurrección nos ayude a seguirlo más de cerca. Al mismo tiempo, de corazón agradezco a todos su oración y afecto en estos días. Os suplico que continuéis rezando por mí y por el próximo Papa, así como por los Ejercicios espirituales, que empezaré esta tarde junto a los miembros de la Curia Romana. Llenos de fe y esperanza, encomendemos la Iglesia a la maternal protección de María Santísima. Muchas gracias.
Texto completo de la alocución de Benedicto XVI a la hora del ángelus dominical:
Queridos hermanos y hermanas: el miércoles pasado, con el tradicional Rito de las Cenizas, hemos entrado en la Cuaresma, tiempo de conversión y de penitencia en preparación a la Pascua. La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a re-orientarse decididamente hacia Dios, renegando el orgullo y el egoísmo para vivir en el amor. En este Año de la fe, la Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como criterio-base de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Esto implica siempre una lucha, un combate espiritual, porque el espíritu del mal, naturalmente, se opone a nuestra santificación, y trata de hacernos desviar del camino de Dios. Por esta razón, en el primer domingo de Cuaresma se proclama cada año el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto.
En efecto, Jesús, después de haber recibido “investidura” como Mesías – “Ungido” de Espíritu Santo – en el bautismo en el Jordán, fue conducido por el mismo Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. En el momento en que inicia su ministerio público, Jesús debió desenmascarar y rechazar las falsas imágenes de Mesías que el tentador le proponía. Pero estas tentaciones también son falsas imágenes de hombre, que en todo tiempo insidian la conciencia, disfrazándose como propuestas convincentes y eficaces, e incluso buenas. Los evangelistas Mateo y Lucas presentan tres tentaciones de Jesús, que se diversifican parcialmente sólo por el orden. Su núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios fines, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales. El tentador es falso: no induce directamente hacia el mal, sino hacia un falso bien, haciendo creer que las realidades verdaderas son el poder y lo que satisface las necesidades primarias. De este modo, Dios se vuelve secundario, se reduce a un medio, en definitiva se hace irreal, no cuenta más, desvanece. En último análisis, en las tentaciones está en juego la fe, porque Dios está en juego. En los momentos decisivos de la vida, pero si vemos bien, en todo momento, nos encontramos frente a una encrucijada: ¿Queremos seguir al yo o a Dios? ¿Al interés individual o al verdadero Bien, lo que realmente es bien?
Como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones forman parte del “descenso” de Jesús a nuestra condición humana, al abismo del pecado y de sus consecuencias. Un “descenso” que Jesús recorrió hasta el final, hasta la muerte de cruz y hasta el infierno de la extrema lejanía de Dios. De este modo, Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja perdida, para salvarla. Como enseña San Agustín, Jesús ha tomado de nosotros las tentaciones, para darnos su victoria. Por tanto, no tengamos miedo de afrontar, también nosotros, el combate contra el espíritu del mal: lo importante es que lo hagamos con Él, con Cristo, el Vencedor. Y para estar con Él dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con confianza filial en la hora de la prueba, y ella nos hará sentir la poderosa presencia de su Hijo divino, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y de este modo volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
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