¿Cómo es posible que una compañía aérea sostenida y financiada por la Generalidad de Cataluña se hunda estrepitosamente?
«La de tots» ha quebrado. Aspiraba a ser la compañía aérea de bandera de Cataluña. De bandera autonómica, claro. Pero los políticos nacionalistas no saben administrar el dinero. Administran tan sólo los sueños localistas, la panorámica del ombligo y las patrañas. Decenas de miles de viajeros con su billete pagado, abandonados en los aeropuertos. «Spanair» los ha dejado tirados. La Generalidad de Cataluña, culpable del fracaso y de la quiebra, ha ordenado el cierre de su compañía en veinticuatro horas. No tenían dinero ni para pagar el combustible de los aviones. Cuando los políticos con horizontes de aldea suplantan a los empresarios, sus proyectos se derrumban.
No soy empresario. Una empresa dirigida por este relativo servidor de ustedes no duraría ni una semana. Y tampoco soy político. Me limito a intentar pensar y decidir siempre desde la duda. Y a preguntarme cuestiones obvias. ¿Cómo es posible que una compañía aérea sostenida y financiada por la Generalidad de Cataluña se hunda estrepitosamente, y otra compañía similar, fundada por un empresario que emergió del campo de Salamanca mantenga a sus trabajadores, a sus aviones, el prestigio y la seriedad? Me refiero a «Air Europa», y ahí está «Vueling», también administrada por empresarios, y otras compañías aéreas que no dependen del dinero público y no sólo pueden pagar el combustible para sus aviones, sino que ganan dinero. ¿Todo el tinglado de la Generalidad de Cataluña, del nacionalismo catalán, de las señas de identidad soberanistas, todo ese tinglado –insisto–, es menos poderoso que un empresario de Salamanca nacido en el surco y el arado? Entre unos dislates y otros, se calcula que el resumen de la compañía catalana ofrece unas pérdidas de cuatrocientos millones de euros. Una cifra escandalosa independiente de las subvenciones y derramas derrochados por la Generalidad. ¿Cómo puede pretender, al día de hoy, la antaño emprendedora Cataluña, la región que fuera el motor de España, seguir ocupando su induscutible lugar de privilegio, con unos políticos que desplazan a los empresarios en pos del placer que les produce el morbo local? Años atrás, en una conferencia ante centenares de empresarios catalanes –la fundamental riqueza de Cataluña–, la presidenta de la Comunidad de Madrid les ofreció una sencilla explicación que convenció a casi todos. ¿Qué era Madrid comparado con Cataluña en la industria y en la empresa? Nada. Un aprendiz ilusionado, pero poco más. Y un gran empresario barcelonés le preguntó por las causas que han llevado al ilusionado aprendiz a establecerse a la misma altura y pujanza que su maestro. «Muy sencillo. Allí sólo trabajamos, y no perdemos el tiempo con obsesiones de identidad, nacionalismo, soberanismo ni otras gaitas».
Hay que reconocerle al presidente de la Generalidad coraje por haberse atrevido a cortar por lo sano una sangría económica de la que él es responsable. Pero hay tres mil familias que se han quedado de un día para otro en el paro. Y decenas de miles de personas que confiaron en «Spanair» y que han sido burladas y abandonadas por la compañía «de todos». Sueños de grandeza identitaria rotos por mecanismos elementales.
Desde la ignorancia empresarial es complicado comprender los motivos de una quiebra como la de «Spanair», empresa motivada con el dinero público y receptora del consistente apoyo del nacionalismo catalán. Y vuelvo a mi pregunta. ¿Es Juan José Hidalgo, empresario salmantino, propietario de «Air Europa» desde su nada, más poderoso que la Generalidad de Cataluña? No, pero es empresario.
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