Propuestas misioneras para el próximo verano
Tomar el sol en la playa es divertido, pero no cambia la vida. Por eso, Obras Misionales Pontificias ha publicado la edición de Compartir la Misión: Propuestas Misioneras para jóvenes 2012 (www.omp.es), una recopilación de más de 90 lugares donde pasar los meses de verano ayudando a los misioneros españoles en su trabajo diario. Variosmisioneros veraniegos nos cuentan cómo, desde entonces, ya no son los mismos
Leire, con una religiosa de María Inmaculada,
y el grupo de niñas de la residencia de arequipa (Perú)
Hasta Bombay se puede llegar de muchas maneras diferentes: de mochilero, para perderse entre sus olores y conocer el día a día de las gentes; en un viaje más organizado, para no perderse detalle de la gran ciudad y un largo etcétera de posibilidades, tantas como den de sí las agencias de viajes y su creatividad para conseguir clientes. Pero hay una forma de pisar Bombay diferente, una que puede cambiar la vida de quien aterriza, en un mes, y para siempre. Así llegaron, el verano pasado, María y Gaby, dos jóvenes estudiantes de Periodismo y Sociología, respectivamente, que quisieron descubrir por sus propios medios cómo era el trabajo de las Religiosas de María Inmaculada en la ciudad. Allí, las Hermanas, entre otras labores, gestionan un internado para niñas, hasta los 16 años, que proceden de familias en situación de extrema pobreza o de enfermedad, y no se pueden hacer cargo de las pequeñas. Durante el mes y medio que María y Gaby convivieron con ellas, se pusieron al servicio de la comunidad -ayudaban con los deberes, jugaban con las niñas y apagaban fuegos, si era necesario-.
Gaby, con esta experiencia, se ha cuestionado «la forma en que vivo, en que veo al prójimo y en que veo a Dios», al que redescubrió en el viaje: «Allí, el evangelio está en la calle», reconoce. Ahora, la estudiante de Sociología afirma haber dejado de ver al ser humano como masa, para verlo «como ser individual, con sus circunstancias. Eso me ha cuestionado la forma de estar en mi propia sociedad y de enfrentarme a mi trabajo como socióloga».
Gaby, con esta experiencia, se ha cuestionado «la forma en que vivo, en que veo al prójimo y en que veo a Dios», al que redescubrió en el viaje: «Allí, el evangelio está en la calle», reconoce. Ahora, la estudiante de Sociología afirma haber dejado de ver al ser humano como masa, para verlo «como ser individual, con sus circunstancias. Eso me ha cuestionado la forma de estar en mi propia sociedad y de enfrentarme a mi trabajo como socióloga».
¿Playa, o Bombay?
Gaby, con una niña de Bombay
Viajar a Bombay es duro. «No es la cultura del verano cómoda que tenemos en España, en la que somos muy dados a ir a la playa y tomar el sol», dice Gaby. «Pero yo animo, y mucho, a todas las personas -no sólo a los jóvenes, también a los adultos- a que tengan una experiencia en la que se den a los demás, porque cuanto más te acercas al otro, más te acercas a ti».
Sofía, recién licenciada en Veterinaria, acaba de aterrizar de su viaje a Mali, tras dos meses trabajando en un jardín de infancia con las Religiosas de María Inmaculada -que también llevan centros de formación de mujeres y residencias de niñas-, y reconoce que el día a día allí no ha sido fácil: «Es una experiencia dura, pero te cambia la vida. He aprendido que no sólo existe mi realidad, que hay vida más allá de mi misma».
Lo mismo le ocurrió a Leire, estudiante de Psicología, tras un mes y medio en una residencia de niñas en Arequipa, Perú: «Después de conocer a las pequeñas, entiendo las situaciones de la vida diaria de forma diferente, y eso no tiene precio».
El padre Juan Cormenzana, responsable de las Misiones Franciscanas Conventuales, comenzó a organizar, el año pasado, un viaje misionero a Corozal, un pequeño pueblo en el norte de Colombia, en el que viven cientos de familias desplazadas que huyeron de la guerrilla. Allí, los Franciscanos Conventuales, además de atender las necesidades de la parroquia y la atención pastoral, pusieron en marcha un comedor para niños y ancianos, y un programa de refuerzo para evitar el abandono escolar, el mayor caldo de cultivo de los futuros guerrilleros.
Sofía, recién licenciada en Veterinaria, acaba de aterrizar de su viaje a Mali, tras dos meses trabajando en un jardín de infancia con las Religiosas de María Inmaculada -que también llevan centros de formación de mujeres y residencias de niñas-, y reconoce que el día a día allí no ha sido fácil: «Es una experiencia dura, pero te cambia la vida. He aprendido que no sólo existe mi realidad, que hay vida más allá de mi misma».
Lo mismo le ocurrió a Leire, estudiante de Psicología, tras un mes y medio en una residencia de niñas en Arequipa, Perú: «Después de conocer a las pequeñas, entiendo las situaciones de la vida diaria de forma diferente, y eso no tiene precio».
El padre Juan Cormenzana, responsable de las Misiones Franciscanas Conventuales, comenzó a organizar, el año pasado, un viaje misionero a Corozal, un pequeño pueblo en el norte de Colombia, en el que viven cientos de familias desplazadas que huyeron de la guerrilla. Allí, los Franciscanos Conventuales, además de atender las necesidades de la parroquia y la atención pastoral, pusieron en marcha un comedor para niños y ancianos, y un programa de refuerzo para evitar el abandono escolar, el mayor caldo de cultivo de los futuros guerrilleros.
Recibes más de lo que das
Sofía con las chicas, en Mali
El padre Juan, que viajó en agosto con ocho jóvenes, entre 30 y 40 años, a la misión, recuerda cómo cambió la visión del grupo una vez que llegaron: «Ellos fueron pensando, desde una visión occidental, que eran los que iban a cambiar el mundo. Pero la experiencia real es que la acogida es tan fuerte, que hace que los jóvenes sean los que reciben constantemente».
Ahora, los ocho misioneros veraniegos de Corozal, «que han puesto rostro a la pobreza y han cambiado su corazón», como afirma el padre Juan, se han comprometido con experiencias misioneras en sus diócesis.
Ahora, los ocho misioneros veraniegos de Corozal, «que han puesto rostro a la pobreza y han cambiado su corazón», como afirma el padre Juan, se han comprometido con experiencias misioneras en sus diócesis.
¿Hace falta cruzar el charco?
El huerto de un proyecto de la Familia Vicenciana,
en Mozambique
Los Misioneros Seglares Vicencianos de Córdoba aprendieron, tras su viaje a Mozambique -donde visitaron los proyectos de la Familia Vicenciana-, que «se es tan misionero saliendo fuera de nuestro país, como si nos quedamos en él. Y aquí, ahora, hay una dura realidad en barrios muy necesitados», cuenta Francisco José. Por eso, han iniciado un grupo misionero, «con la mirada siempre puesta en pisar territorio de misión, pero con labores en el entorno que nos rodea, como apoyo escolar a niños en situación de peligro de exclusión, alfabetización para mayores..., siempre sin perder el sentido de por qué estamos aquí, para lo que compartimos la Eucaristía y la oración en la parroquia del barrio», añade. Lo compaginan a la perfección: a la vez que trabajan en Córdoba, están desarrollando un proyecto de colaboración con las comunidades que los Misioneros Seglares Vicencianos tienen en Honduras, Mozambique y Bolivia.
María lo suscribe. Al volver de la India, tenía una cosa clara: «No hace falta irse hasta allí. En todas partes hay personas que necesitan ayuda».
Por ejemplo, las Religiosas de María Inmaculada ofrecen campos de trabajo veraniegos en Ceuta, Melilla y Lourdes, por si la economía no permite cruzar el globo terráqueo.
María lo suscribe. Al volver de la India, tenía una cosa clara: «No hace falta irse hasta allí. En todas partes hay personas que necesitan ayuda».
Por ejemplo, las Religiosas de María Inmaculada ofrecen campos de trabajo veraniegos en Ceuta, Melilla y Lourdes, por si la economía no permite cruzar el globo terráqueo.
Cristina Sánchez
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