viernes, 2 de diciembre de 2011

LO QUE DE VERDAD IMPORTA: CINCO AÑOS DE UN CONGRESO QUE ENSEÑA A VIVIR LA VIDA.



  • Los separan miles de kilómetros y varias generaciones. Pero cuando se encuentran en el escenario, saben que algo más fuerte los une. Bernard Offen y Felipe García Bañón regresan juntos al infierno de Auschwitz y, con ellos, los miles de asistentes al congreso “Lo que de verdad importa”.
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    "Es para mí un honor compartir escenario con el nieto de quien salvó a tantas personas del horror nazi”, dice. Y cuando habla así al nieto del diplomático Ángel Sanz Briz, Bernard Offen sabe muy bien a qué horror se refiere. Él lo vivió multiplicado por cinco -Plaszow, Julag, Mauthausen, Auschwitz y Dachau-.
    Él, un niño de 10 años cuando comenzó la guerra, tenía 15 cuando el avance del ejército norteamericano hizo huir a los guardias de Dachau. “Me levanté y vi que no había nadie; avisé a los demás y me mandaron a buscar ayuda”. Empezó a caminar y pronto oyó tiros y explosiones. Vio unas tiendas de campaña -no sabía si americanas o rusas- y fue hacia ellas con los brazos en alto. Poco después regresaba con dos soldados y comida. Tras él cinco años de hambre, miedo, soledad e ira. El miedo se le metió en el cuerpo muy pronto, cuando oyó en la radio los discursos de Hitler y comprendió, por la reacción de los mayores de la casa, que algo malo podía pasar. Ellos eran judíos.
    Cuando oyó en la radio los discursos de Hitler comprendió que algo malo podía pasar. Ellos eran judíos.Luego llegaron los soldados, los viajes en camión de los que nadie volvía, el muro de tres metros que delimitó el gueto de Cracovia y, un día que él había salido a robar comida fuera del gueto, los gritos y los disparos. Esperó hasta que cayó la noche y, cuando regresó, vio que su padre había desaparecido. Lo tenía delante, pero ya no era él. De las manos le habían arrancado a su mujer y a su hija de 2 años. “Luego supe que murieron en el campo de exterminio de Belzec”. Y el primer campo de concentración. Un día ordenaron a los jóvenes subir a un tren. “Cuando salíamos, uno de las SS, no sé si por caridad o para burlarse, nos dijo que nos iban a matar”. Saltó en marcha, superó los disparos y consiguió refugiarse en una casa amiga durante dos días.
    De Auschwitz recuerda el hambre -una barra de pan para cuatro adultos que pesaban frenéticamente para dividir en raciones exactas-Volvió a caer prisionero poco después, y llegóAuschwitz. De allí recuerda el hambre -una barra de pan para cuatro adultos que pesaban frenéticamente para dividir en raciones exactas-, los recuentos -todas las mañanas debían sacar del barracón a los que habían muerto por la noche para que formaran con ellos ante los guardianes- y las letrinas -el único remanso de paz que existía. Ningún soldado se acercaba allí por el terrible olor-.
    Las botas de Mengele
    Y recuerda también el primer resquicio de humanidad de uno de esos soldados que se creían dioses. Fue una tarde. El guardia que vigilaba su barracón le avisó de que al día siguiente habría inspección. “Cuando llegue tu turno, no le mires a la cara; mira a sus pies”. Obedeció, y por eso no cruzó su mirada con la del doctor Muerte -“dicen que solo mirar aMengele hacía daño, que te transmitía parte de su maldad”- y siguió su vida en el campo del horror, donde el honor se hacía añicos y la gente era capaz de robar la miga de pan que algunos prisioneros guardaban durante el día para tener algo que echarse a la boca al levantarse.
    Cruzó la mirada con el guardia que custodiaba la fuente. “Fue un segundo, pero él se alejó y pude lavar el cubo antes de llenarlo de agua”El segundo signo de humanidad lo vio en un viaje en tren. Iban cien prisioneros en un vagón de ganado. Tres días sin poder salir, con un único cubo que hacía las veces de cuarto de baño. Entonces el tren para y ordenan bajar a uno por vagón para recoger agua. Bernard se puso a la cola, cubo -el mismo que había servido de cuarto de baño- en mano. Justo cuando le tocaba llenarlo, cruzó la mirada con el guardia que custodiaba la fuente. “Fue un segundo, pero él se alejó y pude lavar el cubo antes de llenarlo de agua”.
    ¿Que cómo se sobrevive a eso? Bernard dice que, en parte, con ira. “Estaba enfadado con Dios. Me pasaba eso por ser judío, así que le dije que, si sobrevivía, me haría de la religión que Él quisiera”. Y además de la ira,imaginar un futuro: “Quería contar lo que estaba pasando”. Tras la liberación de Dachau comenzó ese futuro con el que soñaba.
    Dos meses con las tropas americanas le sirvieron para reponer fuerzas y viajar hasta un campo de refugiados de Múnich. Se asomó a un libro de supervivientes y vio los nombres de sus dos hermanos. Su futuro se convirtió entonces en una búsqueda. A Salzburgo en un tren de mercancías. Habían estado allí, pero se habían ido a otro campo de refugiados de Italia. Rumbo a Italia, donde le dijeron que sus hermanos se recuperaban en un hospital militar y allí que habían sido dados de alta y enviados a un campo de entrenamiento. “Sí, están aquí, pero hoy tienen permiso. Estarán en el jardín”.
    A Bernard todavía se le quiebra la voz cuando viaja hasta aquel parque en el que vio, a lo lejos, a sus hermanosHan pasado 66 años desde aquel encuentro, pero a Bernard todavía se le quiebra la voz cuando viaja hasta aquel parque en el que vio, a lo lejos, a sus hermanos. “Iban con pantalones caqui. Me acerqué a ellos y... bueno, ellos pensaban que yo estaba muerto. Tuve que decirles que nuestro padre había muerto en Auschwitz...”.
    Pasaron muchos años, más de treinta, hasta que Offen pudo enfrentarse a los demonios de su pasado y regresar a Europa desde Estados Unidos, adonde había emigrado con sus hermanos tras la guerra. Hizo las maletas y viajó hasta el mismísimo infierno. Recorrió Auschwitz y encendió una vela donde antes se levantaba la cámara de gas en la que asesinaron a su padre.
    “El odio me hace daño a mí, no a los soldados ni a Hitler, solo a mí”Además de su testimonio, el legado de Offen es el valor del perdón. Cuenta a los jóvenes que asisten al congreso “Lo que de verdad importa” -muchos, enfrentados por primera vez a las imágenes de cadáveres amontonados y hombres famélicos que deja la Segunda Guerra Mundial- que ha decidido perdonar. “El odio me hace daño a mí, no a los soldados ni a Hitler, solo a mí”.
    Miedo, nunca
    Perdona y además ha decidido elegir la felicidad. “En cada momento de la vida uno puede elegir su actitud. ¿Quiero ser feliz o no? Yo digo que sí”.
    Igual que María del Mar García. Ella también ha decidido ser feliz a pesar de no poder andar ni mover las manos o el cuello... a pesar de padecer desde los 6 años una enfermedad desconocida, de esas calificadas como enfermedades raras y que Marimar ha rebautizado como “la enfermedad de Marimar”.
    Después de cuatro años asistiendo como invitada al congreso, es ella la que se sube al escenario para contar ‘lo que de verdad importa’. Habla despacio, casi en susurro -“porque las cosas más importantes de la vida son las que se dicen bajito”, recuerda su compañero de escena, el tetrapléjico Jorge Font-, pero tiene muy claro lo que quiere contar.
    "No tengáis miedo a nada, nunca. El miedo paraliza el alma“Hay dos ideas que os quiero transmitir: la primera es que no tengáis miedo a nada, nunca. El miedo paraliza el alma. Y la segunda es que mantengáis la sonrisa, pase lo que pase”. Y lo dice ella, que un día supo que poco a poco su cuerpo iría dejando de obedecer para convertirse en una suerte de cárcel; ella, que tuvo que ir cambiando de colegios por no estar los suyos adaptados a personas con silla de ruedas. Ella, que se quedó un día abandonada en clase porque sus compañeras fueron saliendo sin reparar en que Marimar necesitaba ayuda para superar la puerta.
    Sí; lo dice ella porque es la protagonista de un documental -Mar afuera- que demuestra que en la vida de una persona con discapacidad puede haber, y hay, muchos momentos felices. “Para mí lo importante es creer en Dios, que creo, ayudar a los demás y dejarse ayudar y saber que todo en la vida tiene un porqué, lo que nos ayuda mucho a no quejarnos por nada”. Y Mar nunca se queja.
    Son testimonios como el suyo o como el de Bernard Offen los que hacen de los congresos que organiza la Fundación Lo que de verdad importa una cita tan especial. Porque sobre ese escenario, además de ponentes, hay amigos.
    Exceso de equipaje
    Y así, lleno de amigos, se marcha el deportista tetrapléjico Jorge Font, cuya historia contaba ALBA la pasada semana. Han bastado dos congresos para que Font se haya visto obligado a hacer una reclamación. “¿Dónde me llevo yo ahora el exceso de equipaje? ¿Dónde meto el abrazo de Pablo Pineda -el primer licenciado universitario con síndrome de Down-, la sonrisa de Irene Villa, la locura de Jaume Sanllorente -fundador de la ONG Sonrisas de Bombay- o la energía de Pedro García -campeón olímpico de waterpolo-?”.
    Han bastado dos congresos para que Font se haya visto obligado a hacer una reclamaciónFont, que decidió que su vida no iba a estar atada a una silla de ruedas, sino que iba a marchar sobre ruedas, vino a España desde México “para ayudar a construir un mundo mejor, un mundo más justo en el que se valore lo que de verdad importa”. Porque eso, y no otra cosa, es lo que va a dejar -lo que quiere dejar- a su hijo Pablo como herencia. Y por eso le emocionó ver la mirada de Bernard Offen: “una mirada que te dice que eres persona. Porque el Holocausto comienza cuando, al mirar a otro, ves algo y no a alguien”.
    Bernard, Marimar y Jorge: tres testimonios que hablan de perdón, aceptación y superación. Tres historias que han hecho de las circunstancias difíciles una excusa para exprimir al máximo la existencia. Tres vidas de pura vida.

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