Si abrimos la Biblia en su primera página, encontramos aquella afirmación sobre el origen del hombre:
"Dios le insufló en el rostro un aliento de vida".
Eso es el hombre, nada más que eso, pero nada menos que eso: Un aliento de Dios, un algo de Dios, algo vital como es el aliento.
El hombre lleva en sí un poco de calor de Dios, de ese calor que es fecundo y que da vida.
Pero si es calor de Dios, ¿Por qué va esparciendo frío en sus relaciones, frío de resentimientos, frío de hostilidades, frío de egoísmo?
No está llamado a ser témpano, sino fuego; donde hay témpanos, hay frío; donde hay frío, no hay vida. En cambio donde hay fuego, hay calor, y donde hay calor surge en el acto la vida.
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