Publicado por egmaiquez.blogspot.com
Lo confieso: en principio, no estaba radiante con la publicación deNo es bueno que Dios esté solo, el volumen donde Gonzalo Altozano recoge las muy interesantes entrevistas que, con el título “Hablemos de Dios”, realizaba para la contraportada de Alba.
Conste que mi reparo no se debía a la envidia. Que mi amigo haya vendido en un plis-plas 17000 ejemplares de su libro me parece una magnífica noticia. Ni tampoco a que mi nombre no aparezca en la portada, porque entiendo que los hay mucho más mediáticos por lo mismo que la única edición de mis libros que he conseguido agotar ha sido la de Lo que ha llovido, y porque fueron cuatro gotas (500 ejemplares). Eso lo tengo plenamente asumido.
¿Qué reparos entonces? El título me parece poco consistente desde la teología (o sea, poco consistente) porque Dios nunca está solo: está con Él y con Él, que eso es, hasta donde llegamos a entender, el amoroso misterio de la Santísima Trinidad. Yo propuse en su momento: Solo Dios basta, pero ni santa Teresa ni yo convencimos a Altozano. Y también me fastidió (más, que así somos de egotistas) que el tío no me dejara leer ni corregir mi propia entrevista. Se lo pedí, rogué, supliqué cuando iba a sacarla en el semanario. Yo soy escritor, no hablador y solo respondo de mis palabras cuando las he mecanografiado. Pero no hubo manera. Cuando me dijo que iba a recoger la mía en su volumen —lo que era un honor—, volví a pedir, a rogar, a suplicar y volvió a no haber manera. Mis reparos al libro eran, sobre todo, reparos a lo que yo saldría diciendo, Dios sabía qué.
Tan convencido estoy de que un escritor ha de poder meter la pluma en sus entrevistas, que en la que le hice a X se la pasé, se la volví a pasar y respetamos luego incluso la longitud que había ido adquiriendo con tantos pases con tal de no tocarle ni una coma. Por respeto y porque la entrevista era muy buena. Por eso, no pude darme por aludido en absoluto cuando al poco tiempo un amigo me mandó este comentario reciente de X suponiendo que iba por mí y que así era él: "...conociendo como están hechas muchas entrevistas, ni siquiera estamos seguros de que esas hayan sido exactamente sus palabras".
Con la entrevista de Altozano no estaba nada seguro, en cambio; y sí que me sentía aludido y, a unas malas, eludido. Y, lo que es peor, con la misma sospecha para el resto de los entrevistados.
Pero mis reparos se han volatilizado todos en cuanto he abierto el libro, que me he bebido. Es cierto que algunas cosas (algunas comas) yo las habría escrito de un modo distinto al que las dije, pero en general está el espíritu. Y el Espíritu. En mi entrevista y, sobre todo, en las otras. Como decía Borges de una representación de Macbeth bastante irregular en la que al final Shakespeare se había abierto camino, Dios se abre camino en este libro. Por eso se lee conmovido y emocionado a cada paso.Y tiene una frescura —lo reconozco a regañadientes— que quizá habría perdido si el autor hubiese dejado que los entrevistados nos matizáramos.
Si Gonzalo Altozano ha conseguido saltarse mis más arraigados prejuicios literarios, no creo que haya prejuicio ni religioso ni político ni mediático ni personal que se le resista.
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