El 20 de agosto de 1949, el Washington Post publicaba un reportaje firmado por Bill Brinkley, el cual impresionó a un joven neoyorkino llamado William P. Blatty, quien veintidós años después, en 1971, escribiría una novela inspirada en el suceso. Es un artículo de Fernando Paz.
Desde que la novela fue llevada al cine, los exorcismos y las posesiones han pasado a convertirse en un subgénero clásico dentro del terror cinematográfico. Una amplia secuela, generalmente exitosa, siguió a la película de Friedkin de 1973 durante los años setenta y ochenta. En las últimas décadas, los cambios educativos y la progresiva falta de fe en Occidente auguraban una disminución en la producción de este tipo de cintas, pero el éxito de títulos como El exorcismo de Emily Rose, Exorcismo en Connecticut o El Rito parecen indicar lo contrario. ¿Cómo es que sigue atrayendo esta temática, considerada por algunos como de otra época? ¿Se trata de ciencia ficción o hay algo más?
El libro de Blatty no era el relato fiel de lo acaecido a aquél joven de 14 años de Mount Rainier del que hablaba el Post, pero se le aproximaba bastante. Blatty tuvo noticia del exorcismo mientras estudiaba en Georgetown -quizá por eso los protagonistas del libro son jesuitas-, y pensó que aquel era un modo de ayudar a la fe de quienes dudaban: “si una investigación demostrase que la posesión es real ¡qué ayuda sería para la fe titubeante de tantos millones de personas!”. Lo que el autor, en realidad, perseguía era crear una novela de suspense y misterio en la que envolver cuestiones de fe, y aún hoy sigue insistiendo en que su propósito no era “asustar a la gente”.
Cien puntos de sutura
Los sucesos habían comenzado a raíz de la muerte de tía Harried, con quien el joven Robbie solía practicar la güija. Tras intentar reiterados contactos espiritistas con ella, unos extraños ruidos comenzaron a oírse en la buhardilla. Sus padres llenaron la casa de trampas para roedores, en la suposición de que quien arañaba los techos de la habitación del chico no podía ser sino algún animal. Como aquello no pareció funcionar, y cada noche Robbie estaba más aterrado, su madre y su abuela decidieron que dormirían con él. De madrugada comenzó a oírse el crujir obsesivo de unos pasos en torno a cama, hasta que las dos mujeres se atrevieron a preguntar: “Si eres Harried, da cuatro golpes”.
Y cuatro golpes resonaron en la habitación. Inmediatamente, algo comenzó a rasgar la cama y a levantar las sábanas, ante el espanto de las mujeres y el chico. En los días siguientes los fenómenos fueron en aumento, hasta que un día, delante de testigos, los abrigos salieron disparados desde un armario, una mesa dio un espectacular vuelco y una Biblia cayó a los pies del muchacho lanzada desde una estantería situada a varios metros de distancia. En el colegio, la mesa de Robbie se estrelló inopinadamente contra las paredes de la clase.
El recurso a los psiquiatras no fue de ninguna ayuda. Los médicos dictaminaron la perfecta normalidad del chico, por lo que los padres acudieron a un pastor luterano. Los protestantes, sin embargo, apenas están pertrechados para estos casos, pues Lutero había suprimido los rituales de exorcismo católicos. Así que el pastor desvió al chico hacia la Iglesia Católica. Al mismo tiempo, la familia se mudaba a Saint Louis.
El primero que se encargó de él fue el padre Hughes, pero optó por dejarlo cuando en una de las sesiones Robbie le desgarró el brazo desde el hombro hasta la mano con un muelle de la cama, mientras rezaba el padrenuestro. Necesitó más de cien puntos de sutura. Desde ese momento, unos nueve sacerdotes se encargaron del exorcismo del muchacho. Los principales, en los que se inspiró la novela, fueron Walter Halloran, William Bowden y Raymond Bishop, que nos dejaron un diario con todo lo que ocurrió. Las sesiones se fueron haciendo más y más duras. Sobre la piel de Robbie podían leerse palabras como “Infierno“ y unos descarnados arañazos recorrían su abdomen de un lado a otro. Los sacerdotes, asustados, observaron cómo una cruz se formaba en el antebrazo izquierdo del chico que, tras una hora durante la que se hizo visible, desapareció.
Espíritus malignos
Cada noche, entre el 16 de marzo y el 18 de abril, los curas salían abatidos de las sesiones. Dejaban a Robbie aparentemente calmado, pero a la noche siguiente todo volvía a comenzar de nuevo. El padre Bowden le bautizó en el catolicismo para darle la comunión, pero eso no hizo efecto a corto plazo. El muchacho rechazaba la hostia y la escupía. Soltaba sus ataduras, se retorcía hasta extremos increíbles y trataba de golpear con el puño a los presentes; blasfemaba y maldecía. Según Bishop, mordía la mano cuando se le intentaba dar la comunión y rompía a ladrar mientras reía convulsamente. Todo ello alternado con parrafadas en latín en las que insultaba a la Virgen y a los santos con su retorcida y escalofriante voz .
La noche del 18 de abril, tras una lucha casi a la desesperada en la que Robbie hizo un alarde de posturas imposible, una luz cegadora súbitamente inundó la estancia. El joven, extrañamente calmado, se incorporó en la cama y, sencillamente dijo: “San Miguel ha venido”. En una iglesia cercana, un grupo de sacerdotes que oraban por el chico, vieron, a la misma hora, una poderosa luz que cruzaba la bóveda del templo. El exorcismo había terminado.
El exorcismo es un sacramental, esto es, un signo sagrado que infunde gracia por medio de la acción eclesial. La medalla milagrosa, el rosario, el agua bendita, las peregrinaciones o la veneración de reliquias son también sacramentales. Pero la característica del exorcismo es la petición pública de protección contra el demonio, de acuerdo a la autoridad conferida por Cristo a su Iglesia. El propio Jesús practicó exorcismos con una cierta frecuencia, según nos cuentan los evangelios, y legó a los apóstoles dicha facultad.
En los primeros siglos no existían manuales de exorcismo, sino que se suponía era bastante el carisma delegado por Cristo para la expulsión de espíritus malignos. Había textos desde el siglo VI (Statua Ecclesiae Latinae) que contenían fórmulas específicas de exorcismo, pero el primer tratado escrito expresamente con el objeto de dirigir la expulsión del demonio del cuerpo de un poseído, data de 1614: es el Rituale Romanum de Paulo V, el manual que se ha venido utilizando desde hace cuatrocientos años.
En enero de 1999, y a instancias de la Conferencia Episcopal Alemana (que había solicitado no solo la elaboración de otro texto que sustituyera al ritual del siglo XVII, sino la eliminación del exorcismo en su totalidad) se presentó el conocido como Exorcismo para el Nuevo Milenio, cuya verdadera denominación es De exorcismis et supplicationibus quibusdam. Aunque Juan Pablo II autorizó el manual, las fuertes presiones de los principales exorcistas -que consideraban inútil el nuevo texto- lograron que se permitiera el empleo del viejo ritual; hoy, todos los exorcistas utilizan el Rituale Romanum de 1614.
Idiomas mesopotámicos
Existe una forma muy común de exorcismo, como es el bautismo, que puede celebrar cualquier sacerdote. También los laicos pueden orar por una liberación, y a veces la propia Iglesia utiliza esta facultad para ayudar en un exorcismo. Pero el exorcismo solemne solo está al alcance de los sacerdotes que hayan sido autorizados por el obispo correspondiente.
El sacerdote debe discriminar entre aquellos que acuden a él verdaderamente infestados o poseídos por el demonio y quienes se encuentran aquejados de una enfermedad mental. Algunos síntomas de posesión son inequívocos. En primer lugar, se produce una aversión a todo lo sagrado, lo religioso, a Cristo y, muchas veces de forma particular, a la Virgen María. Con frecuencia el poseído muestra una fuerza mayor de lo normal, en ocasiones, descomunal. Además, es capaz de averiguar cosas que para un ser humano se encuentran ocultas sin que exista ninguna posibilidad de que las haya conocido por otros medios. Y, no pocas veces, manifiesta una imposible capacidad para hablar idiomas que desconoce, frecuentemente lenguas muertas o extremadamente raras.
Los exorcistas con experiencia someten a los poseídos a distintas pruebas, para comprobar la veracidad de la posesión. Así, por ejemplo, se les ofrece beber agua supuestamente bendita, lo que despertará en ellos una furia inducida por autosugestión, en cuyo caso puede descartarse la causa demoníaca. Y al contrario; se les hace beber agua bendita sin que lo sepan, a la espera de su reacción.
O se les rocía con agua bendita con la máxima discreción mientras el poseído no tiene posibilidad alguna de apercibirse; por ejemplo, cuando están de espaldas y visten abrigos gruesos. Los verdaderamente poseídos manifestarán sentir que se queman. A veces, el diablo rectifica al sacerdote si este comete un error teológico, en ocasiones muy sutil. Y existe algún caso en el que el poseído ha puntualizado alguna sentencia originaria en latín, griego, arameo o hebreo. Incluso se han producido casos en los que la lengua utilizada ha sido aún más extraña, como acadio u otros idiomas mesopotámicos.
Pero por más despliegue de habilidades de que sea capaz, no debemos olvidar que el demonio, cuya naturaleza es angelical, tiene un poder limitado de dañar al ser humano. Ese límite se encuentra exactamente donde Dios le ha marcado.
Semanario "Alba".
No hay comentarios:
Publicar un comentario