viernes, 16 de diciembre de 2011

BEATIFICACIÓN DE 22 MÁRTIRES OBLATOS Y DEL LAICO CÁNDIDO CASTÁN EN MADRID.

Toma tu cruz, y sígueme
Si los testigos son más dignos de crédito que los maestros, los mártires son el mejor testimonio de que Cristo es la vida y la felicidad para todos los hombres, porque la fe que manifiestan la acompañan de la entrega de su vida. Y es que, como reconoce el cardenal Rouco Varela, «cuando se conoce y se espera a Cristo, uno no tiene miedo de correr al encuentro con Él». De todo ello son modelo los 22 mártires Oblatos y el padre de familia Cándido Castán, que dieron su vida por el Señor, en los primeros momentos de la Guerra Civil, y que serán beatificados el próximo sábado, 17 de noviembre, a las 12 horas, en la catedral de la Almudena, de Madrid

Dar la vida por Cristo, perdonando a tus enemigos y anhelando con fuerza el cielo y el encuentro con el Señor, no puede ser más que un don que uno no consigue con sus propias fuerzas. Y si la santidad no se improvisa, el martirio tampoco: es un recorrido que viene de lejos. Entre los 22 oblatos y el seglar que, el próximo sábado, serán beatificados en la catedral de la Almudena, en Madrid, está el padre Gregorio Escobar. En una carta dirigida a su familia poco antes de su ordenación, escribe: «Siempre me han conmovido hasta lo más hondo los relatos de martirio. Siempre, al leerlos, un secreto deseo me asalta de correr la misma suerte. Ése sería el mejor sacerdocio al que podríamos aspirar todos los cristianos: ofrecer cada cual a Dios el propio cuerpo y sangre en holocausto por la fe. ¡Qué dicha sería la de morir mártir!»
Son palabras textuales de uno de los mártires de Pozuelo. Este carácter de oblación lo tenía también otro de ellos, Publio Rodríguez. En los días posteriores al discernimiento de su vocación, explica a su madre las razones de su entrega: «Es Dios quien lo quiere, mamá. No sufras ni me hagas sufrir. Sé generosa y dale a Dios lo que es de Él antes que tuyo». Y antes de partir hacia el seminario, le da un crucifijo y le pide: «Bésalo muchas veces, mamá, y, venga lo que venga, piensa que todo lo que suframos por Él, por mucho que nos parezca, será poco para lo que Él nos ama y sufrió por nosotros».
Y ya más cerca de su dies natalis, otro de ellos, Clemente Rodríguez Tejerina, de 18 años -el benjamín del grupo-, confesaba a su hermana, pocas semanas antes de ser llevado al martirio: «Estamos en peligro y tememos que nos separen; juntos, nos damos ánimo unos a otros. Con todo, si hay que morir, estoy dispuesto, seguro de que Dios nos dará la fuerza que necesitamos para ser fieles».
Entre los 16 oblatos que lograron sobrevivir al martirio, los hay que envidiaron la suerte de sus compañeros. En la saca del 28 de noviembre, un estudiante iba en otro camión, atado codo con codo al padre Delfín Monje, y fueron indultados casi a los pies del lugar de la ejecución. Dieciocho años más tarde, se lamentaba: ¡Lástima no haber muerto entonces! ¡Nunca estaré tan bien preparado!
Jóvenes al encuentro de Cristo
Hay algo que caracteriza bien el grupo de los mártires que serán beatificados el sábado: su juventud. La mayoría no llega a los 30 años. El cardenal Rouco Varela, arzobispo de la diócesis en la que tuvo lugar este episodio de la persecución de los años 30, ha señalado que «todos son, curiosamente, muy jóvenes, casi como si viésemos de nuevo cómo la juventud y los jóvenes tienen esa capacidad enorme de comprender lo que es amar a Cristo y dar la vida por Él. Muchos no estaban ordenados. Los testimonios que han dejado son de una conmovedora actitud ante el martirio: lo esperaban. La atmósfera estaba tan envenenada en aquellos meses de la primera mitad del año 1936, que no se extrañaron de que les llegase la hora de la detención y del martirio. Algunos se lo contaron a sus familiares, ¡pero qué mejor que morir así, o vivir muriendo así, por Cristo! Todos murieron perdonando, sin rechistar, sin renunciar a su sacerdocio, ni a su futura vocación». Todos ellos muestran que, «cuando se conoce y se espera a Cristo, uno no tiene miedo de correr al encuentro con Él. Un mártir, en definitiva, da la vida por Cristo y la une a la ofrenda que Cristo hizo de su misma vida en la Cruz por todos».
Una comunión clandestina
Y ese sacrificio que se actualiza en cada celebración eucarística lo pudieron vivir plenamente, casi anticipando su propia oblación, en la última Adoración que algunos de ellos pudieron celebrar el 12 de octubre, fiesta del Pilar, cuando aún estaban escondidos en un piso de Madrid. Un testigo superviviente recuerda que, «siguiendo las indicaciones de los superiores, cada uno buscó refugio en casas particulares de familiares o conocidos, permaneciendo en esa situación de clandestinidad hasta el mes de octubre de 1936. El día 12, festividad de Nuestra Señora del Pilar, se reunieron algunos de ellos y, después de pasar varias horas en adoración al Santísimo, que clandestinamente alguien les llevó, a la caída de la tarde comulgaron lo que habría de ser el Viático».
No son superhéroes

Un grupo de jóvenes oblatos, algunos de los cuales
dieron su vida por el Señor y serán beatificados
el próximo sábado
El padre Joaquín Martínez, Postulador de la Causa de los jóvenes mártires oblatos, señala que los mártires no son superhéroes, ni el martirio es sólo para unos pocos fieles más piadosos: «Los mártires son campeones de la fe y un perenne modelo para todos los bautizados. En efecto, como afirma el Papa Benedicto XVI, si observamos con atención el ejemplo de los mártires, nos damos cuenta de que son personas profundamente libres, libres de compromisos y lazos egoístas, conscientes de la importancia y belleza de la vida y, precisamente por eso, capaces de amar a Dios y a los hermanos de forma heroica, trazando la medida alta de la santidad cristiana. Yo creo que todo eso vale también para los fieles laicos. No se puede responder mejor ni con mayor autoridad».
Este modelo de piedad y entrega sirve también de itinerario para la vida consagrada hoy. «Los consagrados -señala el padre Martínez- no podemos quedar en medias tintas. Tenemos que ser radicales en nuestra consagración, como lo fueron los mártires. Yo estoy constatando cómo esa beatificación está siendo un benéfico revulsivo para muchos de mis hermanos, los misioneros oblatos, esparcidos por los cinco continentes. El Papa, que apuesta por la nueva evangelización, dice que la Iglesia, si quiere hablar al mundo con eficacia, si quiere anunciar el Evangelio hoy, tiene que ofrecer testimonios concretos y proféticos mediante signos eficaces y transparentes de amor apasionado e incondicional a Cristo. Estos mártires nos dan un claro ejemplo a seguir a los oblatos de hoy y a todos los consagrados de los diversos carismas en distintas y variadas familias religiosas. Los consagrados tenemos que buscar siempre el rostro de Cristo. Los mártires ya están contemplando ese rostro. Nosotros, con su ejemplo e intervención, tenemos que ir más a fondo en esa búsqueda constante. Eso me dice a mí la entrega, o mejor, la oblación cruenta de estos mis hermanos».
Junto a los oblatos, también va a ser beatificado el padre de familia Cándido Castán, vecino de Pozuelo de Alarcón y bien conocido en el pueblo por su fe y por su relación con los oblatos y otros sacerdotes. Casado y padre de dos hijos, empleado de ferrocarril, fue conducido con el primer grupo de oblatos que fue asesinado en la Casa de Campo, en la madrugada del 24 de julio.
Padre de familia y mártir
Su hija Teresa, ya fallecida, recordaba de su familia que «el ambiente era extraordinario. Fuimos educados en un clima de amor y religiosidad. Mis padres nos enseñaron a rezar y a amar a Dios sobre todas las cosas y a hacer obras de caridad. Tengo un recuerdo vivo de la gran imagen del Sagrado Corazón de Jesús que tuvimos en casa. Y recuerdo que, de pequeña, cuando no me portaba bien, mi padre me mandaba arrodillarme delante del Sagrado Corazón y pedirle perdón. Mi padre rezaba el Rosario todos los días y era devotísimo de la Santísima Virgen, enseñándonos a nosotros que era nuestra Madre del cielo».
Su hijo José María, que vive hoy en Benicarló (Castellón), tenía 8 años cuando los milicianos fueron a buscar a su padre a su casa de Pozuelo. Así recuerda hoy aquellos momentos: «Volvía de hacer la compra con mi madre y vi cómo se llevaban a mi padre. Ella preguntó: ¿Dónde se lo llevan? Y le contestaron: No se preocupe, señora, ya se lo contaremos. Al día siguiente, fuimos a llevarle el desayuno a la casa de los oblatos, y ya no estaba. La noche anterior también habíamos ido a llevarle la cena, y él me dio a mí su reloj y a mi madre le dio su alianza de bodas. Y nos decía: Rezad por mí». Confiesa que su padre pudo haberse salvado, pero que había decidido quedarse a trabajar en los trenes de Madrid para ayudar económicamente a la familia.
Más fuerte que la muerte
Cuenta monseñor Antonio Montero, en su libro Historia de la persecución religiosa en España, que «el odio a Jesucristo y a la Virgen llegaron al paroxismo», y refiere la triste anécdota de un miliciano que apuntaba con una pistola en el sagrario, y gritaba: Tenía jurado vengarme de ti. Ríndete a los rojos; ríndete al marxismo. Pero «la Iglesia siempre será perseguida, pero nunca vencida» como afirmaba uno de los mártires, el Hermano Francisco Polvorinos. ¿Por qué? Ante quien ofrece la otra mejilla, no se resiste al mal, reza por sus perseguidores y ruega al Padre por ellos, ante quien muere perdonando a sus enemigos..., no queda otra cosa que reconocer que el amor es más fuerte que la muerte, y que la fe es más fuerte que el odio.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Semilla de vocaciones en su propia familia
Hoy, el hijo de Candido Castán (en la foto, siendo niño, con su familia) es padre de ocho hijos, de los cuales uno es sacerdote y otra es religiosa de clausura. Carlos Castán, nieto de Cándido e hijo de José María, es hoy el párroco en el pueblo castellonense de Alcalá de Xivert. «De pequeño -señala don Carlos-, nuestra abuela nos hablaba de mi abuelo como un hombre bueno y católico, un buen padre y un buen esposo. Nos decía que hacía obras de caridad y que tenía gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y que participaba en la Adoración Nocturna. También nos contó que, en 1931, acogió en su casa a varios jesuitas que habían sido expulsados de España por las leyes de la República. Nosotros siempre lo hemos tenido presente en nuestra familia como alguien que murió por su fe, y cada 24 de julio nos reunimos todavía para celebrar la misa por él». Acerca de la influencia que ha tenido su abuelo en su vocación, afirma: «Los que tenemos fe, sabemos que todo influye, también la intercesión de los santos. El testimonio de mi abuelo siempre me ha hecho pensar en las palabras del Señor en el Evangelio: El que pierda su vida por Mí, la encontrará. La vida de los mártires, incluido mi abuelo, es una llamada a la radicalidad. Impresiona cómo fueron capaces de ser radicales y entregar su vida por Dios. A mí, la vida de mi abuelo me hacía pensar: Yo tendría que entregarme más. Su testimonio ha sido siempre un estímulo para ser mejor cristiano y mejor sacerdote. Si una persona de mi sangre y de mi casa ha sido capaz de esto, yo debo ser valiente y entregarme más».
La Hermana Paquita Castán, concepcionista franciscana en Benicarló, dice que su abuelo «no escondió su fe; al contrario, se armó de valor y no tenía miedo a que le matasen. Fue detenido por ser católico. Dio su vida de manera coherente, y el Señor le dio valor para hacerlo». La hermana Paquita afirma con convicción que los mártires, entre los que está su abuelo, «son mártires de la fe, no de la guerra. Son personas que han entregado su vida por la fe, no por la política».

Alfa y Omega.

No hay comentarios:

Publicar un comentario