Si antes me quejo de que hablábamos más del protocolo que de los presupuestos, antes nos metemos con los presupuestos. Sin embargo, estamos hablando, si nos fijamos, del protocolo de su aprobación. No me extraña, porque ¡vaya protocolo! ¡Esto sí que es un besamanos!
Sánchez manda a Iglesias (que manda en Sánchez) a negociar con Junqueras a la cárcel, porque el preso (preventivo) manda más que nadie, y su palabra (su voto) es la ley (de presupuestos), que es la más importante, más, parece, que las que vulneró y por las que espera juicio. Mientras, Pablo Casado está a punto de formalizar su alianza con Rivera para enfrentarse a ese amaño, porque nada une tanto como el enemigo común.
Se meten casi unánimemente con Pablo Casado por su ofensiva en Europa contra los presupuestos españoles, pero hay que fijarse, primero, en lo ridículo que queda que le acusen de falta de patriotismo los que han pactado con todo nacionalista, independentista y filoterrorista que se menee. Segundo, en su éxito mediático. Casado estaba fuera de la circulación, y vuelve a sonar, y eso en un régimen demomediático como el nuestro, es agua de mayo, sobre todo si capitaliza el rechazo a Sánchez, que es alto y crecerá.
En resumen, que hablamos, sí, de los presupuestos, pero de su circunstancias políticas, judiciales y procedimentales, todas convulsas. Quizá si fuésemos una democracia consolidada y serena (uno está tentado a mentar las europeas, pero no tiene muy claro que existan ejemplos reales), si fuésemos, tendríamos que estar analizando los detalles del gasto y las alternativas posibles y las oportunidades de coste. Centraríamos la discusión política en la realidad, asumiríamos el enorme gasto público y lo racionalizaríamos y, por último, los administrados podríamos cambiar algo. Poniéndonos en un arquetipo suizo, quizá se podrían arbitrar mecanismos para que el pueblo soberano pudiese decir esta boca (y ese dinero) es mía (y mío) y podría invertirse así o así.
La política no debería ser una metafísica por lo civil, una ontología del Estado, una angustia existencialista del ser y la nada. España discute demasiado acerca de su esencia, mientras damos los presupuestos por presupuestos, sopesando, si acaso, si se aprueban o no y con quién y contra quién, pero sin entrar a mirar el reparto concreto del dinero público. Y ¿si en vez de dar tantas vueltas, nos decidiésemos a ir hacia algún sitio?
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