Milton Friedman estaría frito. Él ya se calentaba cuando pensaba en la Seguridad Social: «Si un hombre prefiere vivir al día y gastar lo que tiene para disfrutar ahora y escoge deliberadamente una vejez en la penuria, ¿qué derecho tenemos a impedirle que lo haga?» ¿Qué pensaría ante el sistema español de Seguridad Social, que no sólo no deja escoger, sino que no nos garantiza, en absoluto, que vaya a evitarnos la penuria? Cada vez que me aconsejan un plan pensiones, mi Friedman interior estalla como una burbuja y mi ánimo se desmorona como una estafa piramidal.
Y yo no llego a su liberalismo total. Me conformaría con que no nos cobrasen dos veces, una por lo oficial y otra por lo oficioso. Me parece muy bien que el Estado garantice que nadie padecerá penuria en la vejez, la educación general y la sanidad para todos. Pero, a la vez, por justicia aritmética, los ciudadanos que, en el ejercicio sacrificado de nuestra libertad o de nuestra prudencia, pagamos otros servicios, tendríamos que poder descontarnos esos pagos de los impuestos. Si no, tributamos el triple. Uno, por lo que no usamos, pero que es obligatorio costear; dos, por lo que es libre (sólo para quien pueda pagarlo), pero no desgrava; y tres, por el IVA. ¿Ejemplos? La sanidad pública y el seguro privado, los colegios públicos y los otros, la policía y la empresa de seguridad, la cultura subvencionada y la de verdad, etc. Ya oigo el galope tendido de los cosacos de la socialdemocracia (de todos los partidos) con sus argumentos desenvainados cargando contra esta tesis. Y sí, tienen argumentos, pero nadie me quita de la cabeza que están haciéndonos el timo de la estampilla. Con recochineo, además, porque la ministra de Hacienda dice que 1200 millones de euros del Presupuesto, «es poco, chiqui, es poco», pero para mí 1200 euros son mucho.
¿Por qué con mi dinero se tiene que construir un aeropuerto en medio de la nada o sostener las ONGs que elijan al partido del Gobierno o sus socios? Una defensa de la libertad individual sería poder desgravar también lo que damos a otras obras que consideremos más importantes para el bien común (como una abadía benedictina), como se hacía antaño. Pero ¿cómo vamos a dar nada si nos dejan sin nada? Somos siervos de la gleba a los que los cobradores de impuestos ponen boca abajo hasta que caiga la última moneda. Luego recogen nuestra hucha y su hacha y se van hasta pronto.
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