Aunque lo veo, no lo creo. ¿Cuántas veces no habremos visto esos vídeos en los que Pedro Sánchez (al que sus padres le enseñaron que lo primero es cumplir con la palabra dada, según presume) nos prometía hace poquísimo que él nunca sería presidente del Gobierno pactando con los populistas ni con los independentistas, ni directa ni indirectamente? Hay por los menos tres vídeos, todos bien solemnes y tajantes, sin contar con el de su portavoz, Ábalos, del 22 de enero de este año, ¡de este!, que estremece.
Hay que frotarse los ojos para creer que luego haya hecho exactamente lo que tanto prometió que no haría jamás, con el agravante de las humillaciones concretas que le impone la realidad, el día a día y las nuevas vueltas de tuerca. Me gustaría saber qué siente Pedro Sánchez cuándo recuerda o le recuerdan esas declaraciones. Si siente algo.
Con todo, estoy dispuesto a comprender que el ansia de ser presidente le llevase a una amnesia selectiva. "Uy, ¿yo dije eso? Bueno, no era exactamente así. Se me escapó. Las circunstancias han cambiado. El populismo -desde que se compraron el chalet- ha mejorado mucho. Los independentistas se merecen una conllevancia que conlleve que me lleve a La Moncloa. Etc.". Yo este rollo lo puedo entender.
Lo que no tiene sentido, y es el colmo, es que encima nos mientan ahora con el CIS. Si fuese verdad que el resultado electoral del PSOE va a ser tan halagüeño como le prometen las encuestas oficiales, ¿cómo es posible que Sánchez no convocase elecciones ipso facto? Cumpliría al menos la palabra que dio cuando la moción de censura de convocarlas de inmediato y, además, podría librarse de los peajes de los populistas e independentistas que, según él aseguraba antes, cargado de razón, tanto le disgustan. En el peor de los casos, alteraría el equilibrio de poder y no estaría tan constreñido por su minoría exigua de diputados y votantes. Ganaría legitimidad por todas partes.
Pero no lo hace, cuando de ser verdad las encuestas o incluso media verdad todo le empuja a ello. O sea, que sus propias encuestas no se las cree ni él, y debe de saber que tampoco nos las podemos creer nosotros, en vista de los resultados y de su actitud de agarrarse al sillón como si no hubiera mañana. A mí no me fastidia tanto que nos mintiera, ni que siga mintiéndonos, incluso; sino que lo haga sin tomarse la molestia de tratar de engañarnos. Ya apenas por inercia.
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