En cada página del Evangelio sentirás su presencia, el calor de su mano, el latido de su corazón
Por: Juan Cabrera | Fuente: Chthus
“Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí". (Gál. 2, 20).
Él no es un héroe ni un super-hombre. Conoció el disgusto, la frustración y hasta la derrota, aunque momentánea.
No es un galán de novela ni un astro de cine. Anda siempre cubierto de polvo y no posee guardarropa ni túnica de repuesto.
No tiene armas ni soldados, excepto un pequeño grupo de doce hombres de condición humilde, que a la hora del peligro logran disponer de una única espada.
No tiene poderío económico, ni una choza donde esconderse ni una piedra donde reclinar la cabeza.
Es uno de nosotros, uno como yo.
ES EL CRISTO MIO DE CADA DIA.
Hablo, pero no soy yo el que habla. Escribo, pero no soy yo el que escribe; amo, pero no soy yo el que ama; respiro, pero no soy yo el que respira; vivo, pero no soy yo quien vive...
Hace tiempo que no mando más en mi casa. Hace tiempo que no soy dueño de nada. Hace tiempo que mi historia personal se acabó.
Pese a mí mismo me tuve que retirar, tuve que salir del frente, desde que Él se instaló en mi pequeño mundo, con su cruz inseparable, con las pajas de su antiguo pesebre, con su túnica siempre idéntica.
Así fue como Él vino, se hizo cargo de todo de tal forma que ahora, sin Él, yo ya no sería más yo mismo.
¿Dónde fue que nos encontramos?
En cada página del Evangelio. Fue allí que sentí su presencia, el calor de su mano, el latido de su corazón.
Pero fue también en la persona de tantos hermanos y hermanas que alternan continuamente a mi lado, que me escriben, que me telefonean...
Es a causa de ellos que el Cristo mío de cada día se torna visible.
Es a ellos a quienes agradezco por ser Cristo para mí y les pido mil disculpas porque no siempre logro ser Cristo para ellos.
Y tú también, amigo, si prestas gran atención, oirás el ruido de un paso que se aproxima a tu casa. Es el paso de Dios que busca una nueva morada, una nueva tierra prometida: el corazón de la gente, tierra de Dios.
Es el paso de Aquél que viene a ti para ser el Cristo tuyo de cada día.
Él no es un héroe ni un super-hombre. Conoció el disgusto, la frustración y hasta la derrota, aunque momentánea.
No es un galán de novela ni un astro de cine. Anda siempre cubierto de polvo y no posee guardarropa ni túnica de repuesto.
No tiene armas ni soldados, excepto un pequeño grupo de doce hombres de condición humilde, que a la hora del peligro logran disponer de una única espada.
No tiene poderío económico, ni una choza donde esconderse ni una piedra donde reclinar la cabeza.
Es uno de nosotros, uno como yo.
ES EL CRISTO MIO DE CADA DIA.
Hablo, pero no soy yo el que habla. Escribo, pero no soy yo el que escribe; amo, pero no soy yo el que ama; respiro, pero no soy yo el que respira; vivo, pero no soy yo quien vive...
Hace tiempo que no mando más en mi casa. Hace tiempo que no soy dueño de nada. Hace tiempo que mi historia personal se acabó.
Pese a mí mismo me tuve que retirar, tuve que salir del frente, desde que Él se instaló en mi pequeño mundo, con su cruz inseparable, con las pajas de su antiguo pesebre, con su túnica siempre idéntica.
Así fue como Él vino, se hizo cargo de todo de tal forma que ahora, sin Él, yo ya no sería más yo mismo.
¿Dónde fue que nos encontramos?
En cada página del Evangelio. Fue allí que sentí su presencia, el calor de su mano, el latido de su corazón.
Pero fue también en la persona de tantos hermanos y hermanas que alternan continuamente a mi lado, que me escriben, que me telefonean...
Es a causa de ellos que el Cristo mío de cada día se torna visible.
Es a ellos a quienes agradezco por ser Cristo para mí y les pido mil disculpas porque no siempre logro ser Cristo para ellos.
Y tú también, amigo, si prestas gran atención, oirás el ruido de un paso que se aproxima a tu casa. Es el paso de Dios que busca una nueva morada, una nueva tierra prometida: el corazón de la gente, tierra de Dios.
Es el paso de Aquél que viene a ti para ser el Cristo tuyo de cada día.
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