En la calle Real muy cerquita
de la casa de los Pérez-Clotet, casi enfrente del domicilio donde vive Nito,
Laura y sus pequeñas y a dos pasos de la casa de Pedro y Toni que es conocida
por todos como “Laja Corta” está situado el consultorio médico y nuestra
Botica.
Sí, habéis leído bien porque
en Villaluenga del Rosario tenemos como todo el mundo una Farmacia y al frente
de la misma un titulado en esta especialidad aunque denominarlo de esta forma
parece perder de esa calidez, de esa humanidad, de esa hospitalidad, que le es
tan característica a nuestros pueblos y Villaluenga no es una excepción.
Pues sí, aquí tenemos una
Botica y está atendida por un boticario, nuestro Boticario.
Desde hace ya algunos años la
persona que está al frente de este lugar es José Ignacio Casas de León que es
un profesional como la copa de un pino aparte de un estudioso tanto en su
materia como en otras facetas.
Hombre culto, educado,
elegante en formas y trato, sencillo, apaciguador, amable, humano..
Sí, con esa clase de humanidad
que abre los brazos con solo mirar a la cara, que siempre está presto para
ayudar, para escuchar, para dar ese necesario apoyo que tanto llenan de aliento
a quienes se acercan a diario a recoger sus “medicamentos”.
José Ignacio se ha hecho con
un hueco en el corazón de todos los payoyos desde la modestia, desde la
amabilidad, desde esa huida de todo foco de atención, desde esa predisposición
para ayudar siempre.
Hombre familiar y ciertamente
hogareño que comparte vida, corazón y carretera para estar junto a su mujer,
sus hijos, a los que literalmente adora. Extremadura se une a Sevilla donde
cada vez que puede traspone para estar donde puede estar con su Familia pues entre
los estudios y las obligaciones laborales no pueden estar todos juntos con la
periodicidad que quisieran.
Para José Ignacio no existe
eso de “carretera y manta” sino un viaje de ida al paraíso familiar y un viaje
de vuelta a ese pequeño paraíso que permanece cobijado por el eterno Caíllo y
que es el Pueblo más chiquitito de toda la Provincia de Cádiz a la vez que el
más alto.
Entre semana se le puede ver
en su Botica, atendiendo a quienes van, sobre todo en horario de mañana que es
cuando nuestros mayores y algún que otro joven se acercan al médico. Todos
sabemos que después de ver al doctor es visita casi obligado y a la Botica para
hacer efectivas todas las recetas prescritas.
Y allí está José Ignacio, con
su amable sonrisa, su excelencia en el trato, su cordialidad y calidez humana
que hace que se rompan esas barreras que existen cuando hay un mostrador por
medio porque sabe ponerse en la piel del que no lo está pasando bien. Sí, diría
que en muchas ocasiones José Ignacio Casas de León no es solo un farmacéutico
sino también una especie de confesor que escucha a todos intentando siempre
ayudar.
En verano en más de una
ocasión le he visto con su hjia en su característico coche para que esta se
soltara en la conducción o dando uno de sus interminables paseos con su fiel
perra a su lado mirándolo con esa cordialidad que emana José Ignacio siempre.
Y es que a nuestro Boticario
hay que conocerlos en las distancias cortas donde puedes apreciar su sentido de
familia, su sentido del humor, su amor por la vida, su forma de creer, de
pensar…
Sí, la Farmacia de Villaluenga
tiene sabor a antiguo aunque sean unas modernas instalaciones pero lo añejo no
es el espacio ni tampoco la persona que está frente a él sino ese trato de
siempre, esa persona a la que se le puede consultar y no solo de medicinas y
fármacos, ese sentirte acompañado, esa calidez, esa sonrisa, esa escucha
necesaria de cuantos van y vienen, ese sentido de pueblo que da a cada instante
mi querido y siempre admirado José Ignacio Casas de León, nuestro Boticario al
que siempre lo recuerdo cuando lo vi por vez primera. Estaba con su bata blanca
ordenando las estanterías, el día era gris, de esos de pertinaz y constante
lluvia mientras una brisa congelaba hasta la respiración. Era por la tarde y
aunque no fuera de noche ya el cielo se vía gris tirando a oscuro con esas
nubes tan densas, tan bajas que son capaces de comerse al mísmisimo Caíllo. Nos
presentamos y estuvimos conversando un rato, nos dijo donde vivía, de donde
era, nos habló de su mujer, sus hijos, su familia, su tierra, su vida…,
mientras cogía un plumero y se ponía a quitar el polvo a una serie de productos
que se venden en las farmacias. Al verlo le pregunté si “eso” tenía salida en
el pueblo a lo que me contestó con su fino humor y su gracejo extremeño: ¡Qué
va, Jesús! ¿Quién va a comprar esto en un pueblo donde todos se conocen? Lo
tengo porque tengo que tenerlo y de vez en cuando le quito el polvo…
¡Me pareció genial su
contestación!
Después lo he ido conociendo
más y cada vez que lo veo paseando con su andar tranquilo, la mirada perdida en
sus cosas, con o sin su perrita, y con una inmensa sonrisa que acoge y saluda a
todos y cada uno de los vecinos de Villaluenga del Rosario.
Nos saludamos, conversamos un
poco en medio de la Alameda, nos despedimos mientras él se dirige a su lugar de
trabajo yo me quedo pensando y me digo a mí mismo lo que hoy digo en alto: ¡Qué
inmensa suerte hemos tenido en Villaluenga con José Ignacio, nuestro Boticario!
Jesús Rodríguez Arias
Nota: Hacía mucho tiempo ya que no escribía "desde Villaluenga", mi particular tribuna donde intento contar, explicar, narrar y expandir lo que es este bendito pueblo y la gente que en él viven.
Hacía mucho tiempo y ha sido la persona y la figura de José Ignacio la que haya roto el hielo. Prometo ser más constante y publicar más a menudo.
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